ACTO CUARTO - VII- XII

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Escena VII

CLAUDIO, RICARDO, GUILLERMO

CLAUDIO.- Seguidle inmediatamente, instad con viveza su embarco, no se dilate un punto. Quiero verle fuera de aquí esta noche. Partid. Cuanto es necesario a esta comisión está sellado y pronto. Id, no os detengáis. Y tú, Inglaterra, si en algo estimas mi amistad (de cuya importancia mi gran poder te avisa) pues aún miras sangrientas las heridas que recibiste del acero danés y en dócil temor me pagas tributos; no dilates tibia la ejecución de mi suprema voluntad, que por cartas escritas a este fin, te pide con la mayor instancia, la pronta muerte de Hamlet. Su vida es para mí una fiebre ardiente, y tú sola puedes aliviarme. Hazlo así, Inglaterra y hasta que sepa que descargaste el golpe por más feliz que mi suerte sea, no se restablecerán en mi corazón la tranquilidad, ni la alegría.


Escena VIII

FORTIMBRÁS, UN CAPITÁN, SOLDADOS

Campo solitario en las fronteras de Dinamarca.

FORTIMBRÁS.- Id, Capitán, saludad en mi nombre al Monarca danés: decidle que en virtud de su licencia, Fortimbrás pide el paso libre por su reino, según se le ha prometido. Ya sabéis el sitio de nuestra reunión. Si algo quiere su Majestad comunicarme, hacedle saber que estoy pronto a ir en persona a darle pruebas de mi respeto.

CAPITÁN.- Así lo haré, señor.

FORTiMBRÁS.- Y vosotros, caminad con paso vagaroso.


Escena IX

UN CAPITÁN, HAMLET, RICARDO Y GUILLERMO, SOLDADOS


HAMLET.- Caballero, ¿de dónde son estas tropas? CAPITÁN.- De Noruega, señor.

HAMLET.- Y decidme, ¿adónde se encaminan? CAPITÁN.- Contra una parte de Polonia.

HAMLET.- ¿Quién las acaudilla?

CAPITÁN.- Fortimbrás, sobrino del anciano Rey de Noruega.

HAMLET.- ¿Se dirigen contra toda Polonia, o solo a alguna parte de sus fronteras?

CAPITÁN.- Para deciros sin rodeos la verdad, vamos a adquirir una porción de tierra, de la cual (exceptuando el honor) ninguna otra utilidad puede esperarse. Si me la diesen arrendada en cinco ducados, no la tomaría, ni pienso que produzca mayor interés al de Noruega ni al Polaco; aunque a pública subasta la vendan.

HAMLET.- Sin duda, ¿el Polaco no tratara de resistir?

CAPITÁN.- Antes bien ha puesto ya en ella tropas que la guarden.

HAMLET.- De ese modo el sacrificio de dos mil hombres y veinte mil ducados, no decidirá la posesión de un objeto tan frívolo. Esa es una apostema del cuerpo político, nacida de la paz y excesiva abundancia, que revienta en lo interior; sin que exteriormente se vea la razón porque el hombre perece. Os doy muchas gracias de vuestra cortesía.

CAPITÁN.- Dios os guarde.

RICARDO.- ¿Queréis proseguir el camino? HAMLET.- Presto os alcanzaré. Id adelante un poco.


Escena X

HAMLET solo

HAMLET.- Cuantos accidentes ocurren, todos me acusan, excitando a la venganza mi adormecido aliento. ¿Qué es el hombre que funda su mayor felicidad, y emplea todo su tiempo solo en dormir y alimentarse? Es un bruto y no más. No. Aquél que nos formó dotados de tan extenso conocimiento que con él podemos ver lo pasado y futuro, no nos dio ciertamente esta facultad, esta razón divina, para que estuviera en nosotros sin uso y torpe. Sea, pues, brutal negligencia, sea tímido escrúpulo que no se atreve a penetrar los casos venideros (proceder en que hay más parte de cobardía que de prudencia) yo no sé para qué existo, diciendo siempre: tal cosa debo hacer; puesto que hay en mí suficiente razón, voluntad, fuerza y medios para ejecutarla. Por todas partes halló ejemplos grandes que me estimulan. Prueba es bastante ese fuerte y numeroso ejército, conducido por un Príncipe joven y delicado, cuyo espíritu impelido de ambición generosa desprecia la incertidumbre de los sucesos, y expone su existencia frágil y mortal a los golpes de la fortuna a la muerte, a los peligros más terribles, y todo por un objeto de tan leve interés. El ser grande no consiste, por cierto, en obrar sólo cuando ocurre un gran motivo; sino en saber hallar una razón plausible de contienda, aunque sea pequeña la causa; cuando se trata de adquirir honor. ¿Cómo, pues, permanezco yo en ocio indigno, muerto mi padre alevosamente, mi madre envilecida... estímulos capaces de excitar mi razón y mi ardimiento, que yacen dormidos? Mientras para vergüenza mía veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres, que por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro como a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de comprender, por un terreno que aún no es suficiente sepultura a tantos cadáveres. ¡Oh! De hoy más, o no existirá en mi fantasía idea ninguna, o cuántas forme serán sangrientas.


Escena XI

GERTRUDIS, HORACIO

Galería de Palacio.

GERTRUDIS.- No, no quiero hablarla.

HORACIO.- Ella insta por veros. Está loca, es verdad; pero eso mismo debe excitar vuestra compasión.

GERTRUDIS.- ¿Y qué pretende? ¿Qué dice?

HORACIO.- Habla mucho de su padre; dice que continuamente oye que el mundo está lleno de maldad; solloza, se lastima el pecho, y airada trastorna con el pie cuanto al pasar encuentra. Profiere razones equívocas en que apenas se halla sentido; pero la misma extravagancia de ellas mueve a los que las oyen a retenerlas, examinando el fin conque las dice, y dando a sus palabras una combinación arbitraria, según la idea de cada uno. Al observar sus miradas, sus movimientos de cabeza, su gesticulación expresiva, llegan a creer que puede haber en ella algún asomo de razón; pero nada hay de cierto, sino que se halla en el estado más infeliz.

GERTRUDIS.- Será bien hablarla: antes que mi repulsa, esparza conjeturas fatales, en aquellos ánimos que todo lo interpretan siniestramente. Hazla venir. El más frívolo acaso parece a mi dañada conciencia presagio de algún grave desastre. Propia es de la culpa esta desconfianza. Tan lleno está siempre de recelos el delincuente, que el temor de ser descubierto, hace tal vez que él mismo se descubra.


Escena XII

GERTRUDIS, OFELIA, HORACIO


OFELIA.- ¿En dónde está la hermosa Reina de Dinamarca? GERTRUDIS.- ¿Cómo va, Ofelia?

OFELIA.- ¿Cómo al amante que fiel te sirva,

de otro cualquiera

distinguiría? Por las veneras de su esclavina,

bordón, sombrero con plumas rizas, y su calzado

que adornan cintas.

GERTRUDIS.- ¡Oh! ¡Querida mía! Y, ¿a qué propósito viene esa canción?

OFELIA.- ¿Eso decís?.... Atended a ésta.

Muerto es ya, señora, muerto y no está aquí.

Una tosca piedra

a sus plantas vi

y al césped del prado su frente cubrir.

¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!

GERTRUDIS.- Sí, pero, Ofelia...

OFELIA.- Oíd, oíd.

Blancos paños le vestían...

Hamlet - William ShakespeareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora