«Noel, lamento decirte que un buen cerebro vale más que un buen culo».
Cuando Noel Martín (un idiota en toda regla) pierde su popularidad, no le queda más remedio que pedir ayuda a Lena Rose, la chica más rara del universo.
Una comedia romántica d...
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— ¡El padre que me parió! ¡Me cago en todos mis muertos! — chilló Oliver.
— ¡Te puedes estar quieto!
— ¿Cómo quieres que lo esté? ¡Duele, joder!
Me senté encima de sus muslos, intentando en vano que sus piernas dejaran de tener espasmos. ¡Era imposible!
— Eres tú quién lo ha decidido, recórcholis.
— ¡Hazlo más lento!
— Entonces te dolerá más...
— ¡Patriarcado de mierda! — gritó cuando tiré de la banda de cera, arrancándole los pelos de la pierna derecha. — No sé como lo aguantáis.
— Fácil, nos lo imponen de tan pequeñas que ya no nos acordamos de lo que dolió la primera vez — suspiré antes de volverle a poner otra banda de cera. Temía que en cualquier momento me diera una patada en la cara.
— Vosotras estáis bien. Es el mundo el que está mal.
— Lo sé. ¿Preparado?
No le dio tiempo a decir que no. Otro alarido brotó de su garganta.
Oliver y yo estábamos en el baño de su casa. Llevaba días diciéndome que se quería depilar por primera vez. Yo seguía sin entender cuál era su motivación para querer arrancarse los pelos por voluntad propia. Sinceramente, tampoco me lo pregunté demasiado. Oliver era un masoquista a nivel de mirar la última conexión en WhatsApp de sus crushes, o ver películas que sabía que le iban a destrozar. Pero como buena amiga acepté. Y en qué momento decidí hacerlo...
Después de varias horas terminamos. Sudé la gota gorda. Y si fuera una creencia cierta que sudar es sinónimo de perder grasa, me hubiera quedado en los huesos. Oliver, dolido hasta el alma, se bañó en crema de aloe-vera (o la crema se bañó en él) y se enfundó dentro de unos pantalones de tipo chino.
— ¿Y quién es tú media naranja? — pregunté entrecerrando los ojos mientras recogía el desastre que habíamos creado.
— Yo no uso medias de este color — rebatió.
Le tiré una bola de papel en la cabeza.
— Suéltalo. Llevas semanas en las musarañas, ¿a quién estás cortejando?
— Al príncipe de Inglaterra — le tiré otra bola de papel en la cabeza. — Está bien, está bien. Es que me lo pones a huevo. Nada, a alguien que he conocido.
Puse los ojos en blanco.
— ¡No me digas! Eso ya estaba claro, querido mío. Cuando me lo quieras contar ya me dirás. ¡Vámonos que llegaremos tarde a la sesión de la tarde!
Habían pasado un par de semanas desde que había ido con Noel a la playa. Él había comenzado a saludarme en clase, con un escueto buenos días y adiós. Era un gran avance para alguien tan sumamente ególatra, a pesar que sabía que todo él era una fachada.