«Noel, lamento decirte que un buen cerebro vale más que un buen culo».
Cuando Noel Martín (un idiota en toda regla) pierde su popularidad, no le queda más remedio que pedir ayuda a Lena Rose, la chica más rara del universo.
Una comedia romántica d...
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Las maletas estaban preparadas. En cinco horas salía el avión hacia París. Los de la Universidad me habían pedido que llegara antes de septiembre, para hacer un curso de verano, financiado por ellos, para estudiar la lengua.
Me esperaban cuatro años duros para estudiar psicología.
Un sueño hecho realidad en París. Y otro sueño que se quedaba en Barcelona.
Seguía sentada en la cama, con los ojos vidriosos y mirándome el anillo dorado que me había regalado Noel. Desde esa noche no lo había vuelto a ver. Se había trasladado de casa y ya no era mi vecino.
Me hubiera gustado irnos juntos. Pero éramos jóvenes, inexpertos y, lo peor, no teníamos dinero.
Saqué el anillo de mi dedo y seguí las líneas curvas con el dedo. Aún no había tenido el valor de escuchar lo que decían esas ondas. Era su voz, grabada para siempre.
Me armé de valor. Cogí la tarjeta y seguí los pasos. Tecleé el código. El corazón me latía rápido, contenía la respiración. Y comenzó a sonar. Me tapé la boca, aguantando un sollozo que salió directamente del pecho.
Lo puse en bucle.
— Lena, todo lo que te puedo decir es que gracias por ser mi guía en esta vida. No me olvides. Te quiero.
«Yo también te quiero».
Cogí a mi agenda, Nube, que ya estaba guardada en la mochila y la abrí. Busqué la página donde estaba escrita la "Guía para dejar de ser idiota". Escribí rápido, la arranqué y la guardé en el bolsillo del tejano.
Por si acaso.
Por si las casualidades de la vida querían que lo viera por última vez.
— Cielo, es la hora — dijo mi madre —. ¿Estás preparada?
— Creo que sí.
Ella se acercó y me cogió ambas manos.
— Irá bien, Lena. Lo sé. Tú puedes con todo.
— Gracias mamá. Por todo, desde que nací hasta ahora. Te quiero.
Cogí las maletas y me despedí de mi casa. Estaba segura que volvería, pero no sabía cuándo.
Marcos y Jolene me esperaban en el coche, junto a Astrid como copiloto. Oliver, Ronnie y Alek estaban ya en el aeropuerto. Había llorado tanto los últimos días que ya no me salían lágrimas.
Tenía los ojos tan secos como un estropajo.
Me senté entre Marcos y Jolene.
— ¿Estás bien? — preguntó Marcos, cogiéndome la mano.
— Sí, solo es un poco triste. Pero es para cumplir un sueño — sonreí.