«Noel, lamento decirte que un buen cerebro vale más que un buen culo».
Cuando Noel Martín (un idiota en toda regla) pierde su popularidad, no le queda más remedio que pedir ayuda a Lena Rose, la chica más rara del universo.
Una comedia romántica d...
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— Gracias por venir — dijo el rubio antes de cerrar la puerta.
Llevaba una barba de varios días. Bueno, eso si se le podía considerar así. Apenas era una pelusilla de un adolescente entrando en la pubertad.
— No me las des — añadí. — Los amigos están para las buenas, y para las malas.
Entré en su casa. Cristian estaba solo. Sus padres se habían ido de viaje a Turquía a supervisar varias campañas nuevas para su empresa de máquinas de café. La cocina estaba hecha un desastre: platos apilados, tazas manchadas de café y cajas de pizza.
— No sabía que esa bola de mugre y todas esas cajas de pizza aceitosas son tus nuevos compañeros de piso.
— No he tenido tiempo para limpiar.
— Entiendo que te hayan roto el corazón — Cristian me miró cansado. — O lo que sea que te hayan hecho. ¡Pero es que parece que haya pasado una puta estampida!
— Hazme el favor de callarte y siéntate en el sofá. Voy a cambiarme y a por unos refrescos.
Me tiré encima del sofá y estiré las piernas en la mesilla de madera que estaba delante de mí. En ese preciso instante recibí un WhatsApp. Sonreí como un idiota.
— ¿Dónde te has metido?
— ¿Ya me estás echando de menos, pecosa? — envié el mensaje. Adjunté varios emoticonos de una cara haciéndole ojitos.
— ¡Claro que no! — escribiendo, escribiendo... Dejó de escribir. Me pregunté qué me quería decir. — Solo estoy inquieta por tu integridad moral. ¡Hacer campana no es una buena señal!
Era 23 de abril. Sant Jordi y, por lo tanto, fiesta nacional en Cataluña. Era un día festivo donde se regalaban rosas y libros. Las calles de Barcelona se vestían de letras y flores.
Todo había empezado con una leyenda poco creíble. El caballero mataba al dragón que se comía a las personas para salvar a la princesa, y de la sangre del animal nacía un rosal con unas rosas rojísimas. Yo siempre fui del equipo del Dragón. De algo se tenía que alimentar, ¿no? Pobre bestia.
Ese día del año el Instituto siempre hacía talleres tediosos para un adolescente con las hormonas alteradas. Así que me las había saltado.
— No me mientas, te estás aburriendo y no sabías con quién hablar — le escribí.
— Tienes razón — me mordí el labio. — Es demasiado aburrido ver a los chicos de clase intentando hacer Taichi. No sé qué necesidad tienen de quitarse el jersey para enseñar sus abdominales. ¡Masculinidad frágil!
— Lo que te pasa es que preferirías verme a mí sin camiseta. Solo me lo tienes que pedir, pecosa — tecleé sin pensar. Esa conversación estaba subiendo de tono.
— O igual te dejo sin ojos. Todo depende de la chorrada que me digas — recibí el mensaje junto a un sticker de un perro que me juzgaba con la mirada.