Capítulo XIII | El taller del diablo

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Fue extraño para Lucas llegar a la estación y encontrarse con un pizarrón lleno de boletines. No, de hecho, lo extraño fue que él pensó que había casi una docena de fotocopias, pero solo se trataba de los jóvenes secuestrados que parecían ser idénticos, acercándose un poco pudo darse cuenta de que en realidad había pequeños detalles que los diferenciaban, con las niñas no pasaba lo mismo, las había de diferentes colores de cabello y ojos. Piero quitó el boletín de Lucas y le hizo señas a su compañero, este se dirigió a una computadora y en un par de minutos su desaparición estaba fuera del sistema de la policía, una mujer se acercó a Olimpia para curar la herida de su frente, Lucas se rehusó a ser atendido debido a que el frenazo no había sido el causante de la mayoría de sus heridas, de ninguna en realidad. Eventualmente se sentaron en un cuarto con un espejo traslúcido, a la espera de que su padre llegara por el auto y desafortunadamente, por ellos. Olimpia llamó a Imelda y le pidió que diera su consentimiento para que ella pudiera quedarse con el padre de Lucas, esta, aceptó sin acudir a un interrogatorio, sin embargo, el tono dubitativo de su voz daba a entender que cuando Olimpia volviera a casa habría muchas preguntas.

—Podemos huir, aún hay algo de tiempo antes de que llegue tu papá -dijo Olimpia dándole la espalda al espejo espía, se daba toquecitos en el apósito de su frente con el dedo índice.

—No tiene caso -dijo Jazz, de sentó en la mesa y cruzó las piernas como de costumbre.

—No puedo hacer esto, chicas -Lucas se sentó en el suelo mirando a la nada-, siento que mi padre va a querer estrangularme apenas me vea.

—¿Por qué lo haría? Solo lo obligaste a alejarse de las únicas dos personas con vida que le quedaban y no le mostraste apoyo durante un luto que él también sufrió.

—Gracias Jazz, cuando lo dices así, me siento mucho mejor.

—Siempre es un placer.

Olimpia hizo binoculares con sus manos y miró a través del espejo traslúcido, no estaba segura de sí había o no alguien detrás, pero de igual forma iba a decirle a Lucas algo con lo que probablemente él no estaría de acuerdo.

—Lucas, tenemos pruebas.

—¿Disculpa?

—Tenemos en nuestras mochilas la evidencia que Jazz reunió, sabemos cosas, interrogamos personas, sabemos dónde y cuándo estuvo Jazz antes de morir.

—Aún no lo sabemos todo, necesitamos...

—Necesitamos que la policía siga buscando a su asesino, Mechas, ¿no crees que es hora de volver a casa?

Lucas volteó a mirar a Jazz y está le dedicó una sonrisa comprensiva, con lo que decidiera ambas estarían de acuerdo, de eso estaba seguro, sin embargo, en su interior sentía un fuego que lo impulsaba a terminar lo que había comenzado. Quería que Olimpia pensara que lo había considerado, así que esperó unos minutos antes de contestar.

—Las pruebas que tenemos no son sólidas, aunque se las diéramos, ¿cómo explicaríamos de dónde las sacamos? Dudo que sean un poco más condescendientes si les decimos que violamos el toque de queda, acosamos a una mujer en luto, al hermano de su casi hija, nos colamos en un internado, fuimos partidarios del desorden social en una boda gitana y robamos las pertenencias de una persona muerta.

—Lucas no profanamos su tumba, por el amor de Dios.

—Pero pudimos, Olimpia -dijo Lucas para culminar su punto.

—Bien, sigamos, pero al menor avistamiento de una nueve milímetros, un grupo de pandilleros armados o un asesino en serie, llamamos a la policía.

Piero entró empujando la puerta con sus codos, traía dos cajas de comida en las manos, eran homelets calientes con expresos. Cuando terminaron de comer, Piero le pidió a Olimpia que les dejara la habitación, esta salió al pasillo seguida de Jazz. Piero Tessore se sentó frente a su sobrino y lo tomó de las manos.

Jazz [COMPLETA EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora