Capítulo XV | El chico está quebrado

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Eran casi las cuatro de la mañana, la cortina ondeaba a la merced del viento deslizándose sobre todo lo que había en la habitación; el colchón de aire, la ventana, los calcetines de Olimpia, su rostro... la muchacha abrió los ojos, adormilada y tullida del frío, se paró de la cama y se dirigió a la ventana dispuesta a cerrarla. Tomó un pantalón de tela de su mochila y se lo puso sobre los shorts, cuando iba a regresar a la cama, se percató de que la única respiración que inundaba la habitación era la suya. El colchón de aire estaba vacío, se asomó al baño, al pasillo, bajo la cama... Lucas no estaba y para colmo de males, la tormenta, a pesar de haber cesado había ocasionado un bajón de energía.

Se puso los botines lo más rápido que la oscuridad le permitió y bajó, buscando por la casa al chico, sin suerte. Salió al patio trasero y se topó con la fogata, ya no había una llama encendida, pero aún había humo negro apenas apreciable subiendo por encima de los arbustos. Buscó con los ojos al chico, pero el patio trasero no contaba con nadie más que con ella.

—Dios, siempre te doy las gracias y casi nunca te pido nada, pero por favor, que esté bien -dijo Olimpia al cielo estrellado.

Hundió los botines en el barro, intentando encontrar un rastro que la llevara a Lucas, halló a unos metros de la fogata un camino de tierra abollada que se adentraba al bosquecito que estaba tras la casa y lo siguió. La oscuridad era impenetrable, la humedad boscosa le estaba dando alergia y había olvidado su teléfono en la casa, así que no podía encender ninguna luz. Trató de pisar las huellas que Lucas había dejado, así que tuvo que tocar la tierra -que allí adentro era aún más seca- con la mano, en el camino se topó con algunas ramas, tropezó y cayó el suelo un par de veces. Los arbustos espinosos obstaculizaban su paso, así que trato de abrirse camino pateándolos, y a pesar de haber cientos de pequeñas espinas, solo una le dejó un corte en la mejilla. Conforme avanzaba temió que el camino la llevara a un abismo, en sentido figurado era como lo había pensado en primer lugar, incluso consideró que tal vez encontraría a Lucas de pie junto a uno.

Su temor ahora era real, encontró a Lucas parado al borde de los rieles desquebrajados, el muchacho tenía un leve temblor en todo el cuerpo, pero no se movía, solo miraba a la nada. Se acercó entonces, intentando no hacer mucho ruido, conforme se acercaba pudo escuchar el llanto. Lucas se adelantó un poco más, quedando sus talones sobre los rieles y los dedos de sus pies a la intemperie. Olimpia entró en una especie de pánico pasivo, le aterraba lo que podía suceder, pero también temía asustar a Lucas y que este tropezara.

—Vete, por favor -dijo Lucas con la voz rota.

—Vine a... hacerte compañía, Mechas.

Olimpia parecía no encontrar las palabras correctas, así que avanzó con cuidado de enredarse en la separación de los rieles.

—No necesito que me acompañes, estoy bien...

El muchacho se inclinó un poco sobre su peso.

—Dime cómo puedo ayudar -Olimpia se acercó un poco más-, ¿sabes? No tienes que decir nada, solo acércate a mí.

—Ellas se han ido... Mamá, Lydia y... y Jazz -Lucas apretó los puños y se balanceó un poco hacia adelante- Quiero estar con ellas porque he tratado de no pensar en ello, pero no puedo dejar de hacerlo. No puedo hacer nada.

—Tienes razón, Lucas -dijo Olimpia caminando hacia al muchacho-. No puedes.

Lucas miró hacia atrás, incrédulo. Olimpia notó que sus ojos estaban rojos, tenía las ojeras marcadas y el cabello más despeinado de lo habitual. Pero ahora estaba algo más enfocado. Lucas regresó dos pasos, ahora sus pies estaban enteramente apoyados en los rieles. Eso era bueno, dentro de lo que cabía.

Jazz [COMPLETA EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora