Capítulo uno

51 3 1
                                    

Estaba echado en el sofá. Con mi mano derecha sostenía mi teléfono y con mi mano izquierda me masturbaba apreciativamente mirando el último video que me había enviado mi feminista millonaria con el fin de que fuese utilizado para aquellos sanos menesteres.

El día estaba horrible. Desde mi posición podía presenciar las nubes negras que se iban formando en las alturas producto del temporal que se había anunciado por el espacio meteorológico del noticiario y sentí un poco de lastima pasar aquella lluvia en tan miserable y amarga soledad en mi departamento con terraza ubicado en aquel barrio que, pese a ser antiguo, tenía algo de merecido prestigio social producto de su alta tradición histórica. 

Algo debía ocurrir con mi mente, pensaba, puesto que no estaba tan concentrado en lo mío como otras veces, otroras fructíferas jornadas durante las cuales solía esparcir rápidamente un buen chorro de aquel líquido espeso y caliente por los aires, lo cual se llegaba a transformar en un lindo espectáculo audiovisual tras haberlo editado en una aplicación de vídeo que había comprado especialmente para aquello, ya que disfrutaba enormemente cuando mi feminista millonaria me felicitaba por mis performances y por la calidad del material que le enviaba. 

Sin embargo me pasaba que durante el transcurso de aquél pausado sube y baja me quedaba pegado en eso de que estaba odiando cada vez más mi trabajo y a consecuencia de eso sentía que lo hacía cada vez más con menos ímpetu. 

Decidí terminar lo antes posible. Había decidido desabrocharme el cuello de la camisa y tomé la determinación de acelerar todo aquello, puesto que mi verga estaba asquerosamente dura y ya me estaba doliendo más de la cuenta tanta acumulación de esperma. Estaba a punto de disparar todo aquella ofrenda hacia el imaginario de mi feminista millonaria cuando sonó mi otro celular, ese que estaba puesto en la mesa de centro y que estaba siendo utilizando para registrar toda aquella maniobra con su maravillosa cámara. 

— Aló —Dije, soltando un suspiro e intentando simular mi excitación— ¿Con quién tengo el gusto?

Aquel breve silencio lo atribuí a una absurda paranoia que tenía prácticamente desde que tengo uso de razón.

— Deme un minuto — Respondió una voz femenina bastante corriente.

Me costó eso de terminar momentáneamente con aquello y tuve que acomodar mis partes rápidamente, puesto que tenía la estupida manía de imaginarme que cuando me llamaban por teléfono todo lo que hacía era visto por quien me estuviese hablando en ese momento.

— Ahora sí— Respondió una voz que al instante la atribuí como masculina  ¿Usted es Bruck, el gigoló? ¿O me equivoco?

No me gustó para nada aquella voz masculina tan exageradamente amanerada que se notaba que estaba siendo hecha a propósito.

— No soy ningún gigoló —Dije—. Retractese de inmediato o corto al instante esta llamada—. Culminé, fingiendo voz de un recepcionista programado o algo así.

Hubo otro breve silencio y yo ya estaba cansado de esos malos tratos. Luego esa voz continuó hablando:

— ¿Entonces como le llamo? ¿O me habré equivocado de número? Aquí dice que hay un servicio de seducciones por encargo ¿Estaré en lo correcto? 

— Así es. Está en lo correcto y me gusta más que me hable así ¿Con quién tengo el gusto? 

Aquél diálogo parecía sacado de una mala película protagonizada por gente chiflada:

— Aprovecho de mencionarle que es la única contradicción que voy a tolerarle —Dijo, aún más amaneradamente a propósito—. Yo ya sé a lo que usted se dedica y no me costaría mucho dejarlo mal parado en las redes sociales, si es que quiere que le sea sincero desde un principio, así es que bajo esa premisa preferiría que utilice un poco más de respeto para comunicarse conmigo.

Al servicio del poder Donde viven las historias. Descúbrelo ahora