Capitulo 12

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Descansaba en su sofá, con sus manos acariciando a su cerdo, mientras sus pensamientos divagan en el viento, no sobre él, no sobre Auron, no sobre sus siguientes movimientos, él estaba divagando en el pasado, entre las heridas muertas de recuerdos sepultado, aquellos oscuros rincones de su mente, donde sepultó a su patético yo, aquel niño amable que siempre ayudaba y complacía a todos, para que lo trataran mejor, pero al final solo se tragaba toda la mierda que le tiraban, un patético niño que se hizo fuerte a base de traiciones y engaños. Miró a su escritorio mirando los papeles que había sobre el, se preguntó el porqué, ¿por que en realidad quería aquel puesto?, ¿era necesario? Valía la pena todo el cansancio.

Se mente viajó a su infancia, específicamente cuando era solo un niño de 9 años, sin nada, trabajando en los bares del pueblo, para conseguir algo de comida para la persona que amaba, tomando propinas antes de que el jefe lo viera, cuando eso pasaba, aquel horrible hombre se las quitaba, evitando que hombres y mujeres intentarán tocar su cuerpo, sobreviviendo al día; recordaba la madera vieja, la voces y risas irritantes, que él atendía con una sonrisa, la sucia cocina que limpiaba hasta las 3 de la mañana, el bar que era su hogar, hasta que aquel incidente ocurrió.

12 años, solo tenía esa edad cuando los dioses decidieron a sus hijos, todos los niños fueron llevados a la plaza, los más ricos, entrenaron desde muy pequeños para ese momento, los de recursos suficientes, iba con sus mejores ropas, lo pobres aunque sea llevaban zapatos, y luego estaban ellos, sin nada, huérfanos sucios sin ninguna esperanza, con hambre y sed, parados en el sol descalzo, esperando la llegada de sus deidades. Solo 12 años, cuando su castigo de nacer, se convirtió en un infierno, cuando la diosa Buggui se dirigió a él y le extendió la mano, solo era un niño asustado con miedo, que se vio forzado a agarrar esa mano, uno de los dioses había pedido permiso para tener a dos niños, el pueblo accedió pensando que agarra a alguien que no fuera un huérfano, pero al contrario, agarró a la persona que Luzu más amaba y la adoptó con el otro niño. En ese día 4 huérfanos, sin nada se habían convertido en todo.

Los entrenamientos los mataban, los insultos y la burla hacia ellos, se volvió peor, lo dejaban sin comer en días, entrenar hasta que sus músculos no daban para más, los dioses fueron perdiendo poder, dejaron de estar presentes las personas ya los rechazaban, así que los dioses oscuros se apoderaron del pueblo, sobrevivió haciendo favores y ayudando a todo aquel que veía, mientras más grande se hacían, más difíciles eran las misiones, más severos eran los castigos, dejaban de comportarse como niños y empezaban a comportarse como adultos, unos adultos, tan infelices que se podía ver en sus caras. El cambio, dejó de hacer favores y empezó a redactar contratos, se llenó la cabeza de conocimiento, mientras por las noches lloraba sin que nadie se diera cuenta, solo protegiendo a la única persona que le importaba y pensaba que iba a estar siempre con él.

Hasta que un día, simplemente, la persona por la que lucho tanto, decidió dejarlo, destrozarlo y dejarlo tirado en el suelo como si fuera nada.

Aún recuerda aquella conversación.

— Luzu — lo llamó el más chico de todos, parado en la sala de su nueva casa que había comprado para los dos, que se había desvivido para llenar los estándares de él, la casa que se compró con sangre, sudor y lágrimas, para que fuera de su agrado, con un armario lleno de ropa, que él consideraba buena para él — tenemos que hablar

lo miró desinteresado, no pensaba que fue ese malo, tal vez era solo un capricho, como todos los otros que había tenido, se masajeo el entresijo, quitándose los papeles de la cara, mirándolo serio estaba haciendo cuentas, para cubrir lo endeudado que estaba por conseguir la casa que le había gustado, hacía muchos años, arriba de la montaña, sin estar cerca del pueblo, pero tampoco tan lejos.

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