Capítulo 3. Espumoso y refrescante.

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El sonido de música lenta impregnaba el local, las mesas estaban ocupadas por personas que se divertían en grupos de amigos. Las meseras se hallaban atareadas dando respuesta a las solicitudes constantes de los clientes, así mismo, la persona que estaba detrás de la caja registradora miraba con cierto aburrimiento, no había demasiado que hacer para él, ya que, no podía abandonar su puesto.

Su mirada ubicó a cada una de las personas alrededor, el ambiente de esa noche era bueno, había parejas de alfas, un grupo de Omegas y también betas, muchos betas; realmente, había muchos clientes diversos. Y, en vista de que, el local se especializaba en brindar un servicio igualitario a quienes los visitaban, parecía ser que el número de personas aumentaba, muy a pesar, de que apenas y era martes.

La puerta de cristal fue empujada por una persona, la delicada campanita en su zona superior sonó. Las miradas automáticamente cambiaron al foco de la atención, un joven de estatura promedio con características específicas, llamó la atención de la mayoría en el local. El cajero lo reconoció, era un cliente recurrente en el último mes, por lo que, no era difícil imaginar la razón de estar allí.

La primera vez, él le había pedido su identificación, solo porqué se veía demasiado joven como para beber; sin embargo, era un Omega joven y adulto. El motivo por el que captaba tanto la atención, debía de ser por una razón ajena a su entendimiento beta, pues, bien podía percibir que él era una persona de apariencia hermosa.

Los iris en sus ojos eran de un tono marrón muy natural, su cabello era castaño y sus rasgos, tal vez, sus rasgos físicos resultaban ser lo más llamativo. En su humilde opinión, era japones, aunque, él no sabía demasiado de su ascendencia, pues dominaba el idioma nativo a la perfección; no obstante, sí que era fácil de entender a la primera, que ese omega era hermoso.

Su piel no contaba con una imperfección, sus pestañas eran largas, sus cejas parecían estar pulidas, y sus labios eran de un tono rosado oscuro. Era como un muñequito precioso, y lo más sorprendente, era que no necesitaba de tener un color de ojos distinto o una cabellera de un tono fuera de lo común, era precioso porqué de un modo innato, parecía muy natural.

—Lo de siempre, por favor. —El joven sacó la billetera del saco que llevaba, siempre usaba un saco gris enorme que escondía su figura.

—Entendido —el cajero no se había percatado en qué momento se aproximó, de seguro, estuvo muy concentrado mirándolo como para percatarse—: Hoy tenemos una oferta, estamos brindando alitas de pollo con la cerveza, ¿le apetece?

—No. —La respuesta fue contundente, el rostro no cambió y, el hombre se preguntó si el joven no sonreía, no tenía líneas de expresión, por lo que era difícil de saberlo, además, siempre que había ido, resultó no hablar más de lo estrictamente necesario.

La factura salió y el chico le pagó el costo, recibió su cambio para después ir a sentarse. Las miradas de algunos no pudieron eludirlo, sentían curiosidad, especialmente el grupo de Omegas que había allí; ese Omega parecía interesante y adinerado, debía de estar en la cima de la escala social.

Se permitieron sentir una gran envidia.

Dion se sentó en la esquina apartada que le gustaba, se cruzó de piernas para ver por la ventana. Le gustaba ese local porqué estaba ubicado en el segundo piso, lejos de las personas caminando, pero lo suficientemente cerca como para mirar la calle, los carros, las personas y hasta las mascotas.

Miró a una familia transitando felizmente, un hombre y una mujer con un niño de no más de cuatro años. Se veían felices, y por eso, se sintió agrío, no comprendía por qué era tan fácil para el resto tener una felicidad como esa, procrear como si nada y ser felices en el proceso. Le asqueaba, no le gustaba ver a personas felices con hijos, le recordaban todo lo que él no era.

Efecto OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora