Capítulo 5. Abrir de ojos.

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La zona aleñada se hallaba iluminada, molestaba los delicados iris de Dion, lentamente se sentó, percibiendo como el pasto alto se hundía alrededor de su cuerpo. Pestañeó borroso, no sabía dónde se encontraba, y jamás en su vida había ido al aire libre, no le dejaban salir a lugares muy lejanos de la casa principal o de su apartamento. Ninguno de sus esposos vivía en otro sitio que no era la ciudad, nunca lo llevaron a un paseo a las afueras, por lo general, todos estaban muy ocupados.

Sí, por lo general, se la pasaban todo el día trabajando en sus respectivas empresas, y él estaba casi todo el día solo en casa. Su vida consistió en ser el amo de casa, aunque, la mayoría de oficios y quehaceres los hacían las empleadas, él debía de supervisar que el resultado fuese satisfactorio. Ese era un trabajo que le quedaba bien, uno con el que estaba ciertamente familiarizado.

Aún si esa familiaridad lo hizo sentirse cómodo, su vida estaba limitada. No podía salir solo, no podía comprar algún objeto sin antes pedirlo y, si salía a reuniones, eran siempre las de negocios, esas aburridas e interminables fiestas de las empresas de sus exmaridos. Siempre lo encontró tedioso, no se sentía bienvenido y no tenía temas para tratar con personas a las que solo les interesaba el dinero en sus negocios.

Miró alrededor, todavía no encontró nada. Sin embargo, auscultó el chillido bajito de un felino entre los arbustos, él empezó a mover el pasto alto con las manos, sentía como se acercaba al sonido, si bien, por más que apartaba el pasto no veía nada. Entonces, una patita negra salió de entre las hojas.

Los sonidos extraños entraban por sus tímpanos de modo más real, las imágenes que estaba viendo fueron segadas por la marea negra, prontamente percibió su propio cuerpo; le costaba mucho abrir los párpados, de repente escuchó las risas de personas en la distancia. Sintió como unas garras se le clavaban en el brazo, jadeó y entreabrió los párpados con esfuerzo.

—¡Dion! —atendió el chillido, abrió sus párpados de golpe y jadeó.

—Ay. —Le dolía un montón la cabeza, miró alrededor, dándose cuenta de que, estaba en el parte de atrás de una camioneta.

—¿Estás bien? ¿Te sientes bien? —Richard le empujó con sus abullonadas paticas, mirándolo con sus ojos casi negros para ese momento.

—¿Qué me pasó? —indagó Dion, se sentía muy aturdido a la par que se sostenía la frente.

—Unos tipos enormes salieron de un callejón y te pusieron a dormir —respondió Richard con afán—, pensé que eran malas personas, así que me tiré sobre de ellos y los mordí; los infelices me agarraron del pellejo de mi cuello y no pude hacer nada más, me echaron a un maletín.

—¿Maletín? Espera, ¿por qué pensabas que eran malas personas, pero ya no? —Dion se sostuvo la cabeza con más esfuerzo, sus pensamientos estaban dispersos, le costaba concentrarse.

Los recuerdos empezaron a llegar en fila, se despidió de Greta después de acabar el helado de fresa. Recordaba estar por llegar a su edificio; pero después de eso solo sintió una presión en su cara y no recordaba nada más.

—No te encadenaron —respondió Richard con obviedad—, tampoco te tiraron a un lugar incómodo y los he escuchado hablando con el secretario de tu papá, al parecer solo han mandado a buscarte.

—¿Qué? ¿Por qué me buscaban? —preguntó Dion, sonando lento.

Ah, que desagradable, su voz hacía eco en su propia cabeza y su propia saliva le sabía mal.

—No estoy seguro, pero el secretario está afuera —dijo el gato—, están hablando desde hace varios minutos.

—¿Dónde estamos? —preguntó, mirando a través de la ventana.

Efecto OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora