El trabajo de Marcos, con quien mantenía una relación desde hacía dos años, le obligaba a pasar muchos días fuera de casa. Puede que por eso no nos hubiéramos planteado vivir juntos. Yo pensaba que, teniendo cada uno su piso y su independencia, no sentiría la soledad del hogar cada vez que tuviera que salir de viaje; por ahora me funcionaba. Aparentemente, teníamos muchas cosas en común. ¿He dicho “aparentemente”? Bueno, supongo que seguiríamos teniéndolas siempre y cuando yo siguiera siendo aquella persona que todos esperaban que fuera; hasta ahora, no les había defraudado.
Justo el día en el que Marcos volvía, yo tenía que pasar toda la jornada en el estudio. Un contrato muy importante estaba a punto de cerrarse y no podía escaparme. Cuando acabe aquí, me ducho y salimos a cenar, le pude decir por teléfono. ¿Salir? Pienso encerrarme en casa contigo y no dejarte ni para ir a trabajar. Las pulsaciones se me empezaron a acelerar al imaginarme sus caricias. Para Marcos, por favor, tengo que entrar a la reunión ahora. Él, lejos de obedecer, siguió provocándome. Date prisa en venir, no pierdas el tiempo en ducharte en tu casa. Aquí somos dos los que tenemos ganas de verte. No quise visualizar a quien se podría referir para no acalorarme antes de entrar. Dany, mi ayudante, me hacía señas de que todo estaba preparado. Marcos, me están esperando; debo entrar a la reunión. ¿Por qué me alegré de tener que colgar? Vale, luego te sigo explicando los planes que tengo para después de la cena. No pude compartir con Marcos las risas que escuchaba a través del móvil. Opté por echarle las culpas a la dichosa reunión y la presión de que dependiera de mí que el cliente nos escogiera.
Las duras negociaciones para cerrar el trato y llevarnos ese importante proyecto empañaron la alegría de ver a Marcos. Conducía sin prisas, sin importarme el pequeño atasco que se empezaba a formar en la avenida. Tarareaba despreocupada las canciones que sonaban en la radio, con la seguridad que me daba volver a tomar las riendas de mi estabilidad después de ese desafortunado encuentro con aquella impertinente joven. Parada en un semáforo, me entretenía en observar a la gente que cruzaba. Entre la multitud, una mirada familiar me llamó la atención; se movía más despacio que el resto, sin ninguna prisa. Esto provocó que en un par de segundos la gente se disipara a su alrededor, mostrándome quién era. Mis ojos se abrieron y mi corazón golpeó fuerte mi pecho, después de quedarse parado durante décimas de segundos. Desde la acera, me sonrió para desaparecer girando la esquina, dejándome KO. Los coches pitaron impacientes mi incomprensible parón; el semáforo había cambiado, sin percatarme de ello. Nerviosa, puse primera y salí casi chirriando ruedas, como si pudiera escapar de aquella sensación que la chica de la cafetería había vuelto a provocarme.
Marcos puso todo su empeño en crear un ambiente embaucador. Se esforzaba en desplegar todos sus encantos para hacerme perder la razón, pero mi desasosiego estaba a punto de estropearlo todo; tuve que pedirle calma. Su excitación, ya imposible de disimular, pedía el desahogo de tantos días de abstinencia. Entre sus sábanas, mi piel no se estremecía como de costumbre. Intenté no obsesionarme en buscar una razón. Mientras sus manos me exploraban con impaciencia, una fugaz imagen del cruce de miradas en el semáforo me hizo estremecer; Marcos lo interpretó como resultado de sus hábiles caricias. Lo giré con fuerza, obligándole a darme la espalda para no enfrentarme a su rostro. No eran esas manos las que mi insensatez quería sobre mi piel. Quise acabar lo antes posible con aquella situación incómoda, no podía dejar que Marcos notara nada raro. Pegué mis pechos a su espalda y atrapé con furia el miembro erecto que esperaba su recompensa. Espera Sussan, para. No quería hacerle caso. Las certeras caricias verticales estaban a punto de anticipar el fin. Marcos lo impidió cogiendo mi mano. ¿A qué vienen tantas prisas? Le pedí que me penetrara, convenciéndole de que estaba ansiosa por recibirle, y él accedió. Era la primera vez que el peso de su cuerpo me asfixiaba. Otra vez esa mirada… Mi boca huía de una lengua que buscaba desesperada mi contestación, pero yo prefería no besarle con la visión de ella en mi mente. La rabia al verla, aumentaba la agresividad de mis movimientos, compitiendo con las embestidas de Marcos al chocar contra mi cuerpo. Rodeé con mis piernas su cintura para que no pudiera levantarse y descubrir la expresión de mi cara. En esta posición, la penetración fue completa, lo que aumentó tanto su placer que no pudo resistirse. Le ofrecí mis senos para que los devorara mientras llegaba al éxtasis. Sus dedos se clavaron en mi espalda al conseguir el orgasmo, acompañando con un alarido la expulsión de tanta tensión acumulada, alarido que se ahogó entre mis pechos. Respiré aliviada pero insatisfecha; él ni siquiera preguntó. Una nota te dará los buenos días, pensé. Con el amanecer, abandoné el piso de Marcos.
En la ducha, mis lágrimas se mezclaron con el agua caliente que caía sobre mi cabeza; no me sentía reconfortada. En un día me había cruzado dos veces con aquella mujer, a la que ya estaba empezando a odiar. ¿Aparecía en los momentos que mejor me encontraba para joderme y no dejarme disfrutar? Sí. Primero cuando más animada y vital me había levantado; llegó y me lo jodió. Luego, después de la exitosa reunión, y cuando me dirigía a ver a Marcos…, volvió a aparecer y me volvió a joder. Sin mencionar de qué forma se coló su imagen mientras Marcos… Sentí rabia. Ojalá la tuviera delante en ese momento, se iba a enterar la niñata esa. Al imaginarme frente a sus ojos, el vello de mis brazos se erizó. Me miré al espejo reprochándome esa reacción mía tan inmadura. Las ojeras eran exageradas, hoy el maquillaje tenía un reto importante.
El ritmo en el estudio se había incrementado, todos estábamos desbordados de faena. Debíamos terminar muchas cosas antes de las retrasadas vacaciones de verano; entrábamos en septiembre, y aún no habíamos podido disfrutarlas. La mañana transcurría entre llamadas, informes, planos… un ambiente frenético que yo adoraba. ¿Nos vemos para comer? La llamada de Marcos no llegaba en buen momento. No va a ser posible. Ni siquiera vamos a poder salir del estudio. Dany también lo daba por hecho, negando con la cabeza. ¿No crees que eso ya es abusar? No sé si me molestó más el tono despectivo o el comentario en sí. ¡Mira quién va a hablar! El comodín de los viajes. Creo que sonó tan cruel como pretendía. Lo hago para conseguir ascender, pero tú… tú sabes que no puedes aspirar a más ahí. Respiré hondo para encontrar una respuesta que no fuera mandarlo a la mierda. Yo disfruto con mi posición aquí, tú estarás jodido hasta que consigas el puesto que quieres. Dany se quitó de en medio para no presenciar la discusión, entonces me di cuenta del tono que estaba adquiriendo la llamada. ¡Déjalo! Nunca lo has entendido. Marcos parecía furioso. Quise decirle que él era quien no entendía nada, pero decidí dar por terminada la conversación y no empeorarlo.
A media tarde, un whatsapp de Marcos me sorprendió. Decía que por la mañana temprano volvía a salir de viaje y no podríamos vernos hasta su vuelta. Un simple OK fue mi contestación. Esa escueta respuesta quería decir mucho más que un "de acuerdo", nos vemos cuando vuelvas. ¿Me estaba dando igual? Sentir alivio por su ausencia me preocupó; convencerme de que sólo fuera una discusión trivial, no fue fácil.
Otra mañana más disfrutaba de mi desayuno en mi cafetería de siempre. Sin ningún motivo aparente, decidí acomodarme en una de las mesas, en vez de hacerlo en la barra como era mi costumbre. Mientras consultaba los mails desde mi móvil, alguien tomó asiento frente a mí. Levanté la vista. Nunca hubiera imaginado que pudiera volverme a encontrar con ella. Me llamo Ruth. Ante mi falta de reacción, cogió mi tenedor de postre y me robó un trozo de tarta. Jugueteó con ella antes de engullirla en su boca. Yo tragué saliva para pasar el incómodo trance de verme en esta situación. Busqué con la mirada algún tipo de ayuda en Mary, que parecía ajena a lo que ocurría ante sus narices. Sé lo que quieres de mí. Intentas disimularlo, negártelo, pero… tú y yo sabemos que sólo hay una manera de calmar esa inquietud. No salía de mi asombro y ella se aprovechó de mi estupor para repasar el contorno de mi mano sobre la mesa, sin llegar a tocarme. Desde que nos vimos, no he podido dejar de pensar en otra cosa. Es normal que también pienses en mí cuando estás con Marcos, porque hemos conectado para siempre. ¡Suficiente! Se había pasado de raya. Hice el amago de levantarme, pero ella cogió fuerte mi mano y sentí una descarga que me recorrió el cuerpo. Una descarga parecida a cuando puso su mano, por primera vez en mi hombro.
Sin soltarme, se cambió de silla, quedándose a mi derecha; sus piernas chocaban con las mías. Sólo quiero saber qué tienes para mí; yo también te daré lo que necesites. Me volví dispuesta a dejar bien claras las cosas; no me intimidaba su atrevimiento, ni su descaro. Le sostuve la mirada para demostrarle mi intención de defenderme. Cuando me disponía a contestarle, sus labios se entreabrieron para pegarse a los míos. Abrió mi boca con su lengua, sin ningún pudor. Pude saborear el gusto a manzana y crema que se había extendido por cada rincón de su boca, y ahora de la mía. Ya no podía controlar mis actos. Mi mano llevó con decisión la suya hasta mi muslo; la dejé allí, regalándole libertad de movimientos. La mía se adentró entre sus piernas. Bastó una ligera presión de mis dedos para que se rindiera; abrió aún más las piernas para facilitarme el acceso. No pensaba en nada más que no fuera darle una buena lección de atrevimiento a esa intrépida. Veo que el problema no era la edad. La voz masculina de Víctor interrumpió la locura del momento. Me volví hacia él, jadeando; lo miré con intención de explicarme, pero entonces, una sonrisa distorsionada y rítmica empezó a resonar en el local. Me tapé los oídos con las manos para protegerme de las carcajadas de Víctor, que se intercalaban con las de la chica que me había llevado a ese caos.
Desperté asustada. La alarma del despertador seguía su repetitivo y métrico sonido, simulando las risas de los dos jóvenes. Lo apagué con furia. Sentada en la cama analizaba lo que había pasado. ¿Cómo se me habría ocurrido soñar algo así? Ya, ya lo sé. Estúpida pregunta.
Durante varios días, no cumplí con mi rutina de compartir desayuno con Mary; no quería arriesgarme a encontrarme con Víctor. Sólo fue un sueño, pero no me atrevía a mirarle a la cara sin avergonzarme; ni a él, ni a su madre. Me refugié una vez más en la montaña de trabajo que, día tras día, me esperaba en mi despacho. Cada vez me sentía más decaída, menos eficiente y totalmente desconcentrada. Se me ocurrían ideas descabelladas acerca de lo que me pasaba con aquella chica. Dudas, miedos, pero sobretodo culpa, mucha culpa. Dany me animaba e intentaba sacarme alguna sonrisa. Creía que mi desánimo estaba relacionado con la discusión telefónica y el frío mensaje de Marcos.
Varias veces perdí el hilo de la conversación que mi ayudante se esforzaba en mantener conmigo; me estaba siendo realmente difícil centrarme. Sussan, ¿te encuentras bien? Dejé el lápiz sobre la mesa y froté mis ojos con desesperación, como si con ese gesto pudiera liberarme de lo que me bloqueaba. Creo que… no. Dany me cerró el bloc de dibujo. Necesitas un descanso. Daba por hecho de que protestaría ante la idea de dejar el trabajo a medias; le sorprendí. Sí, lo dejaremos por hoy. Sólo me rectificó el dejaremos. Yo me quedo para mandar esto. Puse mala cara al ver que él no se marchaba. Prometo no tardar mucho. Su gesto de compromiso me hizo creerle. No te vayas muy tarde.
Aprovechando los últimos minutos de claridad, deambulaba por las calles del centro. Se notaba que cada vez anochecía antes, pero la temperatura era agradable para seguir paseando. Calles… pasos… y más calles. No estoy segura de cómo llegué hasta ese barrio, no lo conocía. Seguí en dirección a la estación de metro indicada, al otro lado del parque, para volver a casa. La poca luz aún me permitía ver a un grupo de chavales que se repartían unas pizzas y unas cervezas en un banco del parque. ¿Sussan? Instintivamente, me volví al escuchar mi nombre. ¿Katy? Me costó ver, en aquella mujer con rastas y cuerpo tonificado, a la joven regordeta que estudiaba conmigo en la universidad. La reconocí porque sus ojos seguían teniendo la misma viveza y su sonrisa no había perdido ni pizca de transparencia. El abrazo fue sincero. ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? Utilizó la típica frase de aquella conocida canción para hacerme reír. Me he escapado del trabajo y… paseaba. Ella no pareció creerme. ¿Sabes que leo los artículos que publicas? Me ruboricé, no estoy muy segura de la razón. Y tú, ¿qué haces por aquí? A mí también me extrañaba verla por un barrio así. Recordaba que vivía justo al otro lado de la ciudad. Trabajo con aquel grupo de jóvenes en un proyecto de integración. Por lo que me dijo a continuación, me tuvo que notar en la cara lo que pensaba. No son ellos a los que hay te integrar. Aunque los veas con esas pintas, ellos son los voluntarios que me ayudan en el proyecto. Quise disimular, pero era inútil; me había pillado. Perdona. El grupo llamó la atención de Katy, ella levantó la mano como saludo. El mérito lo tienen ellos. Clavó sus ojos en mí, unos ojos llenos de orgullo. A mí me pagan por hacerlo, pero ellos… ellos vienen porque dicen que les enriquece como personas. ¿No te parece maravilloso? No contesté a esa pregunta. Pues a estos también los clasifican dentro de ese grupo mal llamado “ninis”, ¡puta sociedad! Tenía tanta razón que me sentí miserable por haberlos prejuzgado. Lo notó y me propinó una palmadita en la espalda para restarle importancia. Ven. La seguí sin pensármelo.
El grupo comenzó a abrirse para darle la bienvenida; algunos impacientes se adelantaron para echarse en sus brazos antes de que llegara a mitad del camino. Espera. Frené en seco mis pasos. ¿Qué ocurre? Katy se limitó a mirar en la misma dirección en la que mis ojos se habían detenido. Por nuestra izquierda, otra joven se acercaba distraída. ¿La conoces? A la pregunta de Katy sólo podía contestar una cosa. Sí. Mi amiga me cogió del brazo para que siguiera andando. ¡No me digas que conoces a Ruth! De mi cuerpo se apoderó una súbita parálisis. Tengo que irme. La palidez de mi rostro traspasó el maquillaje, cargándose la poca entereza que me quedaba hasta que oí ese nombre. Katy, siempre tan perspicaz, supo que no debía insistir; sólo me abrazó para despedirme y darme algo de aliento. Espero verte de nuevo. Asentí con la cabeza porque no podía articular palabra.
Corrí en dirección a la parada de taxi que había al lado de la boca del metro. Las luces verdes, de los que estaban libres, se cruzaban entre las sombras de los árboles, haciendo interminable mi llegada hasta ellos. ¡Ruth! Era el único vocablo que acertaba a susurrar. ¡Ruth!
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DULCE REBELDÍA (COMPLETA)
RomanceSussan es una mujer que cree tenerlo todo controlado en su vida, hasta que se encuentra con alguien que le desmonta todos sus esquemas y sus planes.