¿ESTO ES LO QUE QUERÍAS?

2 2 0
                                    

Oculto mi rostro con las manos para que no veas mi desesperación, deseando que al retirarlas hayas desaparecido. Murmuro repetidas veces mi deseo, como una plegaria, pero el tacto frío de tus manos sobre las mías me indica que nadie se ha apiadado de mí. Siento una pequeña presión, con la que intentas liberar mi cara; me resisto. No quiero mostrarte mis lágrimas. No sé si mi llanto es de rabia, impotencia, dolor o de la pena que me doy a mí misma al negar lo evidente. Quizás sea una mezcla de todo.
Sussan. Tu voz, susurrando mi nombre es un arma poderosa que amenaza mi firme voluntad de negarte. Sussan… Repites, derrumbando poco a poco el muro que mis manos levantan para proteger mis ojos de tu mirada. Sé que prefieres que te deje sola; sabes que no lo haré. Tú eres libre de marcharte cuando quieras. Pregúntate por qué no lo haces, o por qué sigues aquí, o por qué has acudido a mi llamada.
De repente, siento la necesidad de gritar la única respuesta para las tres preguntas: ¡que te amo! Te amo de una forma tan irracional que me genera una ansiedad enfermiza. Te amo a pesar de no poder permitirme el lujo de hacerlo. Pero no lo digo, no puedo, no quiero. Trago unas palabras que me queman la garganta a su paso… Un silencio más.
Te equivocas al preocuparte por mí. Yo no lo hago, porque no hay de qué preocuparse. ¿Es por la edad? ¿…porque no entraba en tus planes enamorarte de una mujer? Su voz parece ir perdiendo fuerza. Dejo de sentir sus manos. ¿Sabes? Tu negación duele más que el rechazo de mi familia. A ellos no les culpo por no entender, sé que tienen sus limitaciones, pero tú… tú no quieres aceptar lo que nos pasa, aunque sabes que ha sido inevitable.
Otro silencio. Un instante en el que no puedo pensar con claridad. No puedo revocar sus argumentos.
Voy a besarte. Tu aviso golpea mi cabeza como una bomba, y su onda expansiva debilita mis manos. Voy a besarte. El aviso se vuelve amenaza, obligándome a responderte.
Libero mi cara y me encuentro sentada ante la inmensidad de tus ojos verdes. Tu mirada ha aumentado su fuerza y me cautiva por completo, intentas sonreírme y con ese gesto tan sencillo me haces temblar. Ambas sabemos que todo esto corre el riesgo de terminar mal. Lanzas tu mueca traviesa, porque eres consciente de ello, y, con un guiño, me desafías a tomar una decisión. No lo hagas, Ruth. Mueves la cabeza en señal de desaprobación. Lo sé, no te gusta que te llame así, porque únicamente lo hago cuando me pongo seria y esto es muy serio.
Te levantas para apoyar tus manos en mis rodillas, inclinándote ligeramente hacia mí; yo te detengo. ¿Por qué no debería hacerlo? Otra vez tu mirada se apodera de mis ojos indefensos. Porque eso condicionaría la decisión de irme o quedarme. Acompañas mi respuesta con una risa fugaz. Sussan, tu decisión está condicionada desde el momento en que he confesado mi intención de besarte. Intento averiguar lo que piensas. Me regalas el brillo de tus ojos y me dices divertida ¿en serio crees que puedes tomar una decisión objetiva, obviando que voy a robarte un beso?
Permaneces de pie frente a mí, jugueteando con las tablas de madera del suelo del porche. Das golpecitos a los salientes con tus botas. Pareces distraída, pero sé que algo tramas. Ruth, no quiero probar el sabor de tus labios. Muestras tu sorpresa ante mi respuesta, frenando en seco tu distracción, y te dispones a escucharme. Si decidiera irme, lo echaría de menos. 
Quizás no tendría que haberte dicho eso, porque la expresión maliciosa de tu cara me alerta de que no te vas a rendir. Te acercas sin desprenderte de esa mueca, y tocas, con tus delicadas manos, mis labios temblorosos. Si tu respuesta fuera finalmente un “adiós”, puedes llevarte mi beso como regalo de despedida; si por el contrario te quedaras, tómalo como un detalle de bienvenida a mi vida.
Lleno mis pulmones del aire fresco del atardecer que inunda aquel paraje natural y solitario. Cierro los ojos y apoyo la espalda en la mesa. El rústico olor a madera se intensifica con la humedad de la fina lluvia que empieza a caer, impregnando el lugar de una reconfortante sensación de naturaleza viva. El viento agita las hojas de chopo que se resisten a caer todavía; aun no es otoño, pero las ráfagas de aire me hacen estremecer de frío, y subo el cuello de mi chaqueta para protegerme de su frescor. Mis piernas, apenas cubiertas por un pantalón corto, perciben la bajada de la temperatura. Intento calentarlas frotando las palmas de mis manos contra ellas, otras me lo impiden. Abro los ojos. Tu rostro satisfecho se presenta ante mí. No tienes la menor idea de cómo me pones, susurras junto a mis labios, cuando te ausentas de esa mal llamada realidad, en la que nos han hecho creer que debemos vivir, para formar parte de la verdadera grandeza. Contemplar como conectas con este entorno, como te envuelves con su energía es… muy excitante.
Sabes el efecto que causan en mí tus palabras, por eso abusas de ellas. Eres la culpable directa de mi silencio y te aprovechas de él para recorres con tus manos mis piernas. Únicamente quería un beso, pero… tus caricias son suaves y peligrosas, creo que no voy a conformarme con eso sólo. Seguro que querré más de ti, una vez te haya probado.
La intención de sus caricias está clara, y cumplen a la perfección con la función de hacerme perder el control; tus manos siguen el rumbo fijado, con destino a mis ingles. Mi respiración se agita sospechando el final del recorrido. Tengo que escapar o me perderé para siempre. Intuyendo mi miedo, te colocas entre mis piernas, impidiéndome cerrarlas; estoy atrapada, encerrándote a ti con ellas. Detengo apenas tus manos, justo cuando los pulgares amenazaban con llegar al vértice de unión de mis muslos. No luches contra ti misma Sussan. Olvídate de tu “yo” convencional y escucha a ese otro ser que clama libertad. Libera tus deseos. Venías para encontrar respuestas… Sussan, la respuesta eres tú. Has venido a encontrarte. Muéstrate.
Te siento cerca, muy cerca. Noto cómo mi cuerpo reacciona a tus sutiles roces, pidiendo más. Suelto tus manos para que sigan su camino, para que cumplan con su cometido de hacerme disfrutar, pero cambias el rumbo y bordeas mis muslos hacia afuera. Tu mueca burlona, al saber que me quedo esperando tu comprometida caricia, me irrita. Mi tono enfadado te lo revela. ¿Te diviertes? Ríes con rebeldía, y me sorprendes con tu respuesta. Tanto como tú. Acabas la frase con tu boca chocando contra la mía. La suavidad de tus labios de mujer me sorprende y dejo libre el acceso para que tu lengua entre en mi boca y la explore. Mis manos, desorientadas, buscan cobijo en tu cuello; acaricio tu nuca y me adentro en la frondosidad de tu pelo.
Nos separamos tan solo por la necesidad de seguir respirando. Nuestras miradas muestran la intención de continuar hasta conseguir el placer máximo, pero tú permaneces inmóvil. Bienvenida a mi vida, dices, y retrocedes dos pasos, dejándome desconcertada. Mi perplejidad es tan evidente que no puedes evitar soltar una carcajada mientras comienzas a andar lento. ¿Te marchas? ¿ahora? ¿qué ocurre? Justo cuando mi confusión iba a arruinar el momento, pones tu mano en mi hombro para tranquilizarme. Calma. Tu susurro llega a mi oído cuando pasas por mi lado. Lo estás haciendo muy bien. Rodeas la bancada y te veo subir a la mesa en la que sigo apoyada, no sueltas mi hombro. Tomas asiento a mi espalda, colocando una pierna a cada lado mío; coges mi cabeza, acariciándome el pelo, y arrimas tus pechos. Puedo sentir tus latidos golpeando con fuerza.
Hago un intento fallido de girarme. Quiero seguir mirándote, y no me dejas. Tus manos me obligan a mantener mi posición, dándote la espalda. Acaricias mi cuello, buscando un hueco que les permita seguir pegadas a mi piel. Desabrocho la chaqueta para facilitar la labor que encomiendas a tus expertas manos. A pesar de tu juventud, te mueves con naturalidad sobre un terreno desconocido para mí. Se supone que yo debía aportar la experiencia por la diferencia de años que nos separan. ¡Nada más lejos de la realidad!
Encuentras rápidamente vía libre para continuar con tus caricias. Merci. Con marcado acento francés muestras tu agradecimiento. La palabra sale de tus labios silbando, parece avisarme, con su sensual siseo, de lo que aún me espera.
Mi camiseta de tirantes es lo bastante holgada y flexible como para facilitar el acceso a su interior. Soy incapaz de controlar la respiración que se agita a medida que te cuelas bajo mi ropa. Coloco mis brazos por encima de tus piernas y eso te incita a arrimar tu vientre a mi espalda. Me cojo a tus rodillas apretándolas ligeramente para calmar mi temblor, como si necesitara algo a lo que agarrarme ante mi debilidad.
Bajas, de uno en uno, los tirantes de mi sujetador y dejo de notar su presión en mis pechos. Hincho el tórax en un desesperado gesto de inspirar todo el aire que necesitan mis pulmones, y esta acción inocente provoca la completa liberación de mis senos. Me lo estás poniendo muy fácil. Tu voz ya no parece tan serena, noto matices que señalan cierto nerviosismo, y eso me hace sentir mejor.
Tus dedos bordean mis pechos sin prisa, jugueteando alrededor de mis pezones, obligándolos a controlar la impaciencia y la ansiedad que les produce sentir tus caricias tan cerca. Un débil roce los pone en alerta. Presionas con suavidad, y de mi boca escapa un gemido que tú tomas como señal para llenarte las manos de ellos, y apretarlos con lujuria. Muerdes el lóbulo de mi oreja derecha, intensificando mi placer hasta cotas impensables. Noto como mojas con tu lengua mi cuello; noto como mojo mi ropa interior…
He localizado tu boca, voy a por ella porque quiero saciar mi sed con su humedad. Me giro para devorarla sin miramiento, y tus manos se ven obligadas a soltar mis pechos. Ahora recorren mi espalda, clavándose en ella, impulsivamente, cuando mi lengua entra con descaro en tu boca. Muerdo tu labio con la fuerza justa para provocarte un escalofrío… Siento su suavidad. Me retiro para poder ver tu cara sofocada… Tus ojos verdes parecen inyectados por la excitación. Los labios permanecen entreabiertos esperando que mi boca jadeante los busque de nuevo. Vuelves a sonreír con complicidad, pero tus palabras también salen con dificultad por culpa de la respiración agitada. Me encantas con ese punto rebelde. Sin apenas dejarte acabar, me levanto decidida a demostrarte hasta qué punto te deseo. Sorpréndeme, Sussan. Me pides que te sorprenda, pero ambas sabemos que ya lo he hecho, es por ello que no siento la presión de demostrarte nada. Te conozco lo suficiente como para saber que confías en mi instinto. Te mando un guiño lleno de malas intenciones que provoca el efecto esperado; inquietud, curiosidad, excitación…
Retiro con serenidad tus manos de mi espalda. Las guío para que queden un poco más atrás de la posición de tus nalgas en la mesa, para facilitarte el apoyo en ellas. Tomo tus caderas y te atraigo con firmeza hasta el borde de la mesa…, abro tus piernas, presionando levemente tus rodillas. Te revuelves como si estuvieras incomoda en esa posición, al menos eso pienso yo, pero me sacas de dudas con una confesión inesperada. Hacía mucho tiempo que nadie me excitaba de esta manera. Tus palabras son el acompañante perfecto para empezar a deslizarme por tus piernas. Tu forma de moverte, tu aparente tranquilidad, tu tacto delicado pero firme… Hablas mientras cuelo bajo tu short mis dedos, pero la prenda ajustada me impide adentrarme hasta donde deseo. Ruth, sigue hablando. Mi petición suena más bien a imperativo, y me apresuro a enmendar el error, por favor, lo necesito. Tú, poco dada a cumplir órdenes, accedes sin vacilar porque sabes que tu voz me transporta lejos.
Ante el fallido intento de seguir indagando para descubrir lo que tu short esconde, decido cambiar mi objetivo. Sigo moviendo mis manos, ahora por tus caderas, en dirección ascendente. Tu expresión lasciva me anima a continuar, por eso no quiero apartar de ti mi mirada; no quiero perderme detalle alguno de tu goce.
Sigues obsequiándome con las palabras que necesito. Yo sigo hablando, tú… sigue tocando. Acepto el trato y, con dificultad, logro controlar el impulso de tirarte contra la masa y abalanzarme sobre tu cuerpo cuando humedeces impulsivamente tu labio presionándolo con deseo. Los primeros botones de tu camisa no oponen resistencia, dejando al descubierto unos pechos firmes que me incitan a explorarlos; lo hago despacio, sin perder la calma, porque sigo queriendo apretarte contra mi cuerpo. Respiro hondo, cierro los ojos un instante. Todo controlado, me repito. Estoy preparada para seguir. La sorpresa de no encontrarme con un sujetador, que entorpezca mi llegada a tus pechos, no pasa desapercibida para ti. Si estoy en casa no suelo llevar, es un incordio, ¿no crees? Ahora mismo no sé qué creo. Decido obviar el comentario y centrarme en desabrochar todos los botones de tu camisa. Sé que no estás tan tranquila como quieres aparentar, tus pulsaciones se te marcan en el cuello y te delatan. Una sonrisa se me escapa al ver que, a cada paso que damos, bajas de tu pedestal de diosa en el que te tenía, y te veo asumir tu naturaleza terrenal; eso me inyecta la dosis de seguridad y confianza que necesito.
Abro la camisa lentamente, asegurándome de rozar con la prenda el centro de tus senos. No sé qué me excita más, si tus intenciones, tus caricias o tu autocontrol; pero me vuelve loca. Llevas tu mano a mi nuca para obligarme a acercarme a ti, porque tu boca me espera impaciente; me resisto a ella. Impido que me beses, colocando mi índice en tus labios ansiosos. Creo tenerlo todo bajo control… ¡Qué ilusa soy! Retienes mi dedo y lo introduces en tu boca, consiguiendo que mis piernas tiemblen. Sin perder el contacto visual, conduces mi mano hacia tu pecho izquierdo; lo rozo. Mi mano se acopla perfectamente a él. Lo siento firme. Desvío la mirada hacia él para contemplarlo, y me dejas allí para volver a apoyarte en la mesa. Miro con atención la curva perfecta de tu seno, lo acaricio casi con miedo. Su aspecto altivo no me convence de que su fragilidad sea sólo aparente. Tu cabeza cae hacia atrás y lanzas un quejido al aire porque, realmente, ha sonado como si te dolieran mis caricias. Con la mano que me queda libre acaricio tus labios, tu cuello, bajo por tu garganta… la beso… mojando con mi lengua el recorrido marcado. No descuido el pecho que sostengo, no; juego con él, rozando con la palma de mi mano tu pezón. Otra queja me hace fijarme en tu rostro. Veo en él una expresión entre placer y dolor que no puedo definir. Esos instantes de indecisión provocan tu impaciencia. ¡Sigue, Sussan, por lo que más quieras…Sigue! No pierdo un segundo más en averiguar cuál es el origen de tus quejidos; han quedado claros tus deseos.
Percibo que el otro seno reclama su ración de caricias; no puedo defraudarlo, y a él me dirijo para devorarlo. Mi lengua lo empapa mientras lo mantengo sujeto. Tus manos inquietas alborotan mi pelo, presionando mi cara contra ambos pechos. Te coges a mi cintura con mis piernas, atrapándome con ellas… noto el calor que desprendes. Acaricio tus muslos hasta llegar a tus nalgas, las aprieto con fuerza para levantarte en el aire y con ello consigo que te pegues por completo a mi vientre.
Siento las palpitaciones, la humedad, la necesidad de caricias… que reclama tu parte más escondida; mi boca sigue comiendo sin miramientos tus pechos desnudos. Miro de reojo hacia la cabaña, siento que ya no quiero esperar más. Ya no puedo reprimir las ganas de saciar mi hambre de ti. La presión que ejercen tus piernas en mi cintura, me permite sostenerte sin mucho esfuerzo, y andar hacia la puerta sin interrumpir los besos. El cambio brusco de luz me deja sin visión durante unos segundos, no sé muy bien hacia dónde dirigir mis pasos. A tu izquierda. Casi no llega tu voz a mis oídos, suena entrecortada, más que un susurro parece un lamento. ¿Estás bien? Levanto la cara para mirarte, tu aprovechas mi gesto para cogerla entre tus manos y comerme con ansia. Estoy… esperando… a que sofoques… este… fuego… Intercalas entres las palabras besos desenfrenados, con pequeños mordiscos que hacen aumentar nuestros jadeos.
Las piernas no me tiemblan por el esfuerzo de llevarte hasta la habitación, sino al ver cómo te me ofreces semidesnuda; me tiemblan al sentir cómo tus manos me liberan de la ropa y dejan al descubierto mi cuerpo ante ti; me tiemblan al sentir el contacto de mis pechos contra los tuyos. Te recuestas entre las sábanas revueltas para seguir deshaciéndote de la poca ropa que te queda. Espera. Te detengo justo cuando tus manos empiezan a desabrochar el pantalón. Tu mirada es de incertidumbre total, me apresuro a aclararlo. Yo lo haré. Accedes complaciente, y una pícara sonrisa, a la que me tienes acostumbrada, vuelve a aparecer en tus labios. Levantas las manos buscando la madera del cabezal de la cama. Sussan, sabes que no soy muy dada a decir cosas así, pero… hoy haré una excepción: Soy toda tuya. Y culminas la frese apretando con fuerza los barrotes hasta hacerlos crujir. Los finos músculos de tus brazos se contraen al ejercer tal presión; tus hombros marcados por la tensión captan mi atención, pero ahora no quiero distraerme, me esperas un poco más abajo…
Bordeo la cinturilla del pantalón con los dedos, desde la cadera hasta el centro de tu vientre. Ignoro el botón que debe ser desabrochado para marcar el recorrido de la corta cremallera; sé dónde quiero ir. Intuyo la parte que estoy estimulando con la presión que ejerzo con mis dedos al pasar. Un movimiento inquieto de tus caderas me confirma que, efectivamente, me recreo por esa comprometida zona que me espera. Subo de nuevo hasta el botón; me deshago de él con habilidad. Tus movimientos de pelvis, que me hacen enloquecer, me ayudan a liberarte del short, y arrastro con él tus diminutas braguitas. Un discreto tatuaje aparece, provocador, justo sobre la ingle izquierda, casi en la cadera; mis dedos repasan el contorno del dibujo. Sin demorar más la espera, levanto tu pierna hasta que queda flexionada sobre mi hombro.
Tus dedos, mi lengua, la humedad, el placer, el deseo, la pasión, el dolor, tus piernas, las mías… todo bañado por el sudor que provoca la excitación del clímax.

DULCE REBELDÍA (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora