LA PRUEBA

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Domingo… Demasiado silencio, demasiado tiempo que dedicar a pensar y, a pesar de ello, no sacar nada en claro. Pensé en mí, pensé en Ruth, pero, sobre todo, pensé en el daño que podía hacerles a todos: a mi familia, a Marcos… Yo le quería, lo que sentía por Ruth no tenía nada que ver con él. Puede parecer egoísta por mi parte; lo sé. Una parte de mí necesitaba lo que Marcos me aportaba: un convencionalismo que me permitía llevar una vida tranquila y sin complicaciones. Desde una situación cómoda y estable, veía como una parte de mí despertaba de un letargo ante unos sentimientos muy oscuros, no sólo por el sentimiento en sí del deseo hacia una mujer, sino porque esa mujer era, comparada conmigo, una cría. Ruth… ¿Por qué me sentía incapaz de dejar de pensar en ella? Se estaba convirtiendo en una obsesión.
Conecté mi portátil para intentar distraerme. Tenía un mensaje privado en mi perfil; era de Katy. Me pedía que asistiera a la próxima reunión, decía necesitar mi opinión. El pulso se me aceleró al recordar el resultado de la primera, y el miedo debilitó mis piernas al imaginarme en la misma situación con Ruth. Mi clara intención fue negarme. Un mensaje escueto le comunicaba mi negativa.
El resto del día lo dediqué a autoconvencerme de que tenía que olvidarme de Ruth y todo su entorno. Busqué excusas para Katy: exceso de trabajo, no sé…, o decirle incluso la verdad; ya veríamos. Cualquier cosa valdría para acabar con todo lo relacionado con ella. Lástima que afectara a Katy también.
La llegada de Marcos a la oficina me pilló desprevenida. Prácticamente me secuestro para llevarme a cenar; no tuve otra opción que dar por concluida mi jornada laboral.
Llegó dispuesto a disculparse y confesar que me había echado mucho de menos, reconociendo que últimamente estaba raro. No quiero que te quedes con la sensación de que no te entiendo. La seriedad en su rostro empezó a preocuparme. Sé que mis viajes cada vez son más seguidos y creo que eso complica nuestra relación. Marcos estaba extremadamente nervioso; su pierna se movía compulsivamente bajo la mesa del prestigioso restaurante. He pensado que… se detuvo para beber de si copa ¡Joder! Me estaba contagiando de sus nervios. Sussan, no podemos seguir así. Dijo, al fin. ¡Espera! ¿Marcos me estaba dejando? De repente, sentí mi corazón golpear fuerte. Instintivamente, puse la mano sobre mi pecho. Marcos quiso leer en mi gesto. ¿Tú también piensas que deberíamos… Su cara, en contraste con la mía que estaba relajada, era todo un poema. Quise sonreírle para tranquilizarle y secundar su idea de dejar la relación, pero mi sorpresa fue mayúscula al oírle terminar la pregunta, …deberíamos casarnos? El final inesperado de la frase me dejó petrificada. El tenedor resbaló de entre los dedos y mis ojos debieron transmitirle mis infinitas dudas. Sé lo que piensas sobre el matrimonio. No me contestes ahora. Unas lágrimas asomaron sin permiso a mis ojos. Adiós a una ilusión que, por breves segundos, se apoderó de mis sentidos. Marcos me besó con una pasión desmedida.
Mi regalo de compromiso fue una noche de lujuria que él nunca olvidaría. Marcos no daba crédito al placer que mi boca le proporcionaba al pasearse por todo su cuerpo. Mis manos acariciaban sus testículos, mientras mi lengua dibujaba el contorno de su pene vigoroso. Lo cogí despacio; él se incorporó para ver cómo mis labios lo rodeaban. Su mirada me incomodó y le obligué a recostarse de nuevo sobre la almohada. Él insistió en ser testigo de la felación con la que le complacía. Puse mi mano en su boca para tapar unos gemidos que no quería oír. Marcos mordió mis dedos… Con un movimiento brusco, me coloqué a horcajadas sobre su cadera. Su miembro entró tan profundo que llegué a sentir dolor. Mi queja le excitó aún más y cogió mis nalgas con furia para retenerme en esa posición. ¡Cobarde! Las risas de Ruth, mientras Marcos devoraba mis pechos con lascivia, me destrozaron.
Desperté con su cuerpo desnudo arropándome, sus manos aún atrapaban mis senos. Me giré para verle; dormía. Sin hacer ningún movimiento que lo pudiera despertar, me levanté.
Después de una ducha caliente, con la que no pude borrar la sensación de traición, me apoyaba en la bancada en la que unos días antes descubrí lo que podría hacerme verdaderamente feliz. Eché de menos a Ruth e imaginé tenerla allí. Cerré los ojos y, como una niña que pide su deseo con inocente fe, deseé que fuera ella quien se levantara de mi cama aquella mañana… y cada mañana. Quería que fuera ella con quien compartiera cada desayuno, cada charla interminable como la que mantuvimos ajenas al tiempo… ajenas a todo. Sabía que era imposible, Ruth era un alma libre, sin ataduras. ¿Me estaba volviendo loca? Acababa de comprometerme con Marcos y era incapaz de hacer algo que no fuera desear a Ruth.
Busqué consuelo en el portátil. Miré los mails; uno de ellos era un aviso de notificación. Katy te ha etiquetado en una foto. Abrí el enlace. Una foto del grupo durante la reunión, con Katy y con Ruth frente a mí, servía para anunciar mi apoyo al proyecto y el pertinente agradecimiento de todo el equipo de trabajo. Leí los comentarios al respecto: más agradecimientos, otros interesándose por mi vuelta… Ante el apunte de Katy, avisando de que el jueves yo no podía asistir, Ruth se pronunció para retarme. ¿Seguro que no puedes, Sussan? Era un desafío directo, una provocación clara. Una vez más lograba remover mi rebeldía dormida.
En un arrebato de rabia pulsé a “comentar”: El jueves estaré allí a la misma hora. “Enter”.
A medida que mi dedo índice pulsaba la tecla, volvió a mí la poca cordura que me quedaba. Tarde. El mensaje salió junto a los demás comentarios de la foto. Me eché las manos a la cara. ¡Imbécil! Quise borrarlo, pero, en esos escasos segundos que tardé en lamentarme, ya tenía cuatro “me gusta” y alguna contestación de júbilo.
Marcos me dio los buenos días desde la puerta de la habitación. ¿Ya despierta? Sólo acerté a contestar unos indiferentes buenos días. Me acompañas a la ducha y… No quise que siguiera. Estoy agotada, y ya me he duchado. Marcos metió su mano sugerentemente en el pantalón del pijama. No me extraña. Su tono y el bulto que comenzaba a marcarse en su entrepierna, no consiguieron el efecto esperado. Quise escapar de allí. En serio, Marcos, ahora no.

La discusión con Marcos durante la comida no vino provocada por mi inapetencia sexual matinal, eso hubiese sido casi mejor, sino porque le dije que tenía una reunión por la noche. Sólo lo hice para informarle, pero su respuesta desencadenó toda clase de reproches. Pues ya puedes ir cancelándola. Su actitud autoritaria me molesto en exceso. ¿Perdona? Yo no salía de mi asombro. Que no podrás ir. Hemos quedado para cenar con tu familia y darles la gran noticia. No permanecía callada por no tener una respuesta, pero debía meditar bien cómo le decía lo que estaba pensando. Además, su tono seguía siendo ofensivo, seguro que tampoco es tan importante eso que te traes entre manos con esos nuevos amigos que te has buscado. Preferí respirar hondo para contestar un escueto… pues pienso ir, aunque a ti te parezca una tontería. Su carcajada sonó dañina. Pero, ¿qué dices, mujer? Ya está reservado el restaurante, van a venir todos. A medida que hablaba, mi rostro seguía impasible y firme. Haberme consultado antes de reservar nada. Mis respuestas serenas, pero contundentes, le sacaron de sus casillas. ¿De verdad piensas que con esa gente se puede hacer algo de provecho? No pierdas más el tiempo con eso, anda. Sólo un movimiento de cabeza sirvió para reafirmarme. Veo que últimamente tienes las prioridades un poco trastocadas. Me propuse disimular mi cabreo. No sé a qué te refieres. Su sonrisa irónica no tardó en aparecer, yo me mantuve en guardia. Que si el trabajo, que si ese grupo en el que te etiquetan… que, por cierto, ¡vaya pintas! Me ofendió tanto como si me estuviera insultando a mí; él seguía… Y esa amiguita tuya… Mis pulsaciones se disparaban. ¿Amiguita? Quise tantear si sospechaba algo. Sí, esa que se cree moderna y joven con sus rastas, y debe ser ya una abuela. Yo no daba crédito a todo lo que salía de su boca. ¿Katy? Tenía que acabar cuanto antes con aquella estúpida conversación. Katy es una amiga de la universidad. No sé porqué me preocupaba en explicarle nada, él no estaba dispuesto a escucharme. Estaba completamente descontrolado y yo no sabía muy bien el motivo. ¡Ya, claro! Pues no me da buena espina, ni ella ni los demás. Había llegado el momento de cortar aquella sinrazón. No voy a ir a cenar porque tengo un compromiso con “esa gentuza”. Marcos no pudo reprimir su ira; se levantó dando un golpe en la mesa. Pues llama tú a tus padres y se lo dices. Yo me levanté también, pero lo hice con serenidad y despacio. No, cielo. Les llamas tú, porque tú les has convocado sin contar conmigo.
Camino hacia la Casa de la Juventud, sentía alivio al haberme deshecho de Marcos y con la tranquilidad con la que había manejado la situación. Supongo que, al etiquetarme Katy en aquella foto, también él pudo verla y sacar todo aquello de quicio. No me sentí mal al rechazar la cena con mi familia, raro en mí. Pensé en la cantidad de veces que Marcos había hecho planes que me involucraban sin contar conmigo. Hasta ahora, no me había importado tanto, pero algo empezaba a cambiar.
Katy me había pedido que acudiera un poco antes. Quería verme a solas porque lo que tenía que proponerme nada tenía que ver con el grupo. Era un proyecto muy interesante, sobre la construcción de unas escuelas, promovido por una ONG en Sudamérica. Aunque traté de disimular mi bajo estado de ánimo, ella se percató de que mi falta de interés no debía ser por el proyecto en sí. Tuve que disculparme. Tranquila, ahora cuando venga Ruth, se te pasa. El comentario me cortó la respiración como la hoja afilada de un cuchillo. ¿Qué? Mi cara de estupefacción le arrancó una carcajada. ¡Venga ya, Sussan! ¿Crees que no me di cuenta de las miraditas que os lanzabais? Supuse que negarlo era estúpido. Y luego a tu casa, ¿no? La palidez de mi cara revelaba que la sangre se me empezaba a helar en las venas. No te pongas así, mujer. Me cogió las manos y las frotó para restablecer el calor en mi cuerpo, pero sus comentarios conseguían el efecto contrario. A mí me parece que hacéis muy buena pareja. Mis labios se despegaron para hacer una aclaración que me sorprendió a mí misma. Voy a casarme. Conseguí hacerla enmudecer unos segundos. ¿Qué? ¿tienes pareja? Ya no tenía sentido callar. Se llama Marcos, llevamos dos años juntos. Katy me lo siguió poniendo difícil. ¿Estás segura? No esperó mi respuesta. Piénsatelo bien, Sussan. Quise preguntarle a qué se refería, pero su mirada me advirtió de que, tal vez, su respuesta no iba a ser de mi agrado. Sólo una pregunta… Yo acepté con resignación y curiosidad. ¿Le miras a él de la misma forma que mirabas a Ruth la otra noche?
No hubo tiempo para responder, tampoco hacía falta. Que la respuesta era un “no” rotundo, estaba claro. Las escandalosas risas de los chavales avisaban de la llegada de alguno de ellos. La puerta se abrió, interrumpiendo la mirada con la que Katy me reprendía. La calidez y el cariño con los que volví a ser recibida, sólo me reconfortaron en parte.
Ruth no estaba, y la reunión empezó, como era habitual, sin ella. Se retomó el teme pendiente de la anterior semana, enzarzando al grupo en una frenética sucesión de ideas. Katy no me perdía de vista; yo no perdía de vista la puerta. Esta vez, me aseguré de ponerme frente a la entrada, para que su llegada no me pillase desprevenida. Por fin se oían unos pasos acercarse; me puse en guardia. La puerta se abrió lentamente y Ruth apareció ante mí. Nadie le dio mayor importancia a la previsible tardanza de Ruth; tan sólo yo quedé hipnotizada por su mirada y su sonrisa… una sonrisa que no fui capaz de descifrar. De su mano entró otra chica, más o menos de la misma edad. Tomó asiento casi frente a mí, y su amiga arrimó una silla para sentarse detrás de ella; la rodeó con sus brazos, a la altura de la cintura, y apoyó su mentón en el hombro de Ruth. Ésta, sosteniendo mi mirada incrédula, le pasó la mano por la nuca, a lo que la otra joven respondió con un sutil beso en el cuello.
La escena me produjo tanto dolor que creí que todos se darían cuenta de mi malestar; pero no, la única que parecía estar atenta a mi ánimo, además de Ruth, era Katy, que estaba sentada junto a mí. Me dio un golpecito discreto con su rodilla para llamar mi atención, mientras el resto tomaban la palabra. ¿Estás bien? Su susurro llegó nítido. No contesté más que con un simple movimiento de cabeza. El apretón de Katy en mi rodilla me hizo volver a la charla que ya empezaba a animarse; fue el aliento que necesitaba para centrarme.
No hubo más caricias por parte de Ruth a su amiga. No hubo una demostración desmedida de amor, pero sí fue suficiente para hacerme sentir completamente jodida. Mi frustración por no comprender su juego me llevó a estar totalmente ausente en la charla. No entendía aquella situación, no la entendía a ella y no me entendía a mí.
Por suerte, la reunión acabó antes de lo previsto. Yo salí de allí como alma que lleva el diablo, sin apenas despedirme de nadie. Cuando estaba a punto de arrancar el coche, Katy me detuvo, ¿hoy no me llevas?
Katy intentó respetar mi silencio durante el trayecto; no pudo. ¿No sabías que tenía pareja? Yo sabía que Katy se preocupaba por mí. No. Con mi tajante respuesta quería dejarle clara mi irritación. Tampoco me importa. Quise engañarle. Ya, claro… No había colado. Sinceramente, no veo que tengas mucha razón en cabrearte. Aproveché el rojo del semáforo para lanzarle una mirada ofensiva. ¿De parte quién estaba Katy? Mi amiga me mantuvo la dura expresión para, posteriormente, dejarme muda con su contraataque. ¿Acaso sabía ella que tenías novio? Es más… ¿sabe que vas a casarte? Fue como una bofetada en toda la cara. Al menos, consiguió hacerme entender que me estaba comportando como una estúpida egoísta. Vosotras veréis qué estáis haciendo, Sussan; las dos sois mayorcitas. Dijo, dando por zanjando el tema. Claro, sobre todo yo. ¡No te jode!
Llegamos. Katy abrió la puerta, pero, antes de bajar, me aguardaba otra sorpresa. No sabía si darte eso. Extendió su mano y me dio un papel doblado. Me ha pedido que te lo entregue. Si quieres lo tiras, tu verás. No alargué la mano para cogerlo, Katy lo dejó en el asiento del acompañante. Su beso y su abrazo fueron suficientes para hacerme sentir mejor.
Miré al asiento. Una nota esperaba doblada a mi lado. No sé si fue la curiosidad o la necesidad de encontrar alguna explicación a lo ocurrido, pero algo me hizo cogerla. Mi mano temblaba.
Quería saber qué sentirías al verme con otra. Prueba superada. Me encantas.
Votre fée.
Un número de teléfono cerraba el mensaje.
Lo arrugué con rabia y lo lancé contra el salpicadero. Hundí mi cara entre las manos que agarraban con fuerza el volante. ¡Hija de…! Lloré, lloré de rabia, de impotencia. Lloré al obtener la explicación que buscaba, que su amiga no era más que eso, una amiga. Lloré, incluso, por sentirme aliviada de que así fuera.

DULCE REBELDÍA (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora