...Y VOLÉ SIN OLVIDARTE

6 2 0
                                    


Te aseguro que mi piel aún huele a ti. Es el recuerdo de tus besos lo que lo hace imborrable. Te amé, Ruth, y lo sigo haciendo, a pesar de no saber nada de ti, a pesar de la distancia que nos separa, a pesar del tiempo que ha pasado. Te parecerá ridículo que te diga que lo hice por ti, pero fue así; lo hice por no atar tu juventud a una vida medio vivida ya. Debías seguir descubriendo la vida que te esperaba, sin tener mi madurez como obstáculo. Eso fue lo que me hizo entender que tú no podrías ser mía, porque no era justo para ti.


Sé que te hice daño. Sé que mi marcha fue un duro golpe para mucha gente; tuve que hacerlo porque mi felicidad estaba en juego. Me fui lejos de todo para descubrirme a mí misma y me enamoré de la persona que surgió de mi interior. Ese fue el primer paso para poder impregnarme de todo cuanto me rodea.


Aceptar el proyecto de Katy, aquí en la otra parte del mundo, me proporcionó una libertad que nunca había experimentado. Una vida sencilla, llena de vivencias en las que valorar el verdadero sentido del ser.


Hubo un tiempo en el que lloré, un tiempo en el que te odié y te amé a la vez, un tiempo en el que no podía ver más allá de ti y tu mirada. Maldiciéndote sin entender que todo era mucho más sencillo de lo que creía, pero, para eso, primero tenía que aprender a ser valiente y enfrentarme a mis miedos.


Tuve que poner todo mi empeño en convencerme de que sólo fuiste alguien que se había cruzado en mi vida por pura casualidad, para poder dejarte allí. Negar hasta la saciedad lo que sentía por ti, fue un ejercicio de adaptación, para hacer menos dolorosa mi marcha. Mi lucha entre seguir siendo quien era, o indagar en mis nuevas inquietudes, empañó la verdadera razón: que me habías enamorado.


Me alegra que, ahora, todo eso quede en el pasado; sin olvidarlo, porque de ello también aprendí. Me alegra sentir que nada fue en vano, saber que a todos nos sirvió de algo lo que pasó. Sobre todo, me alegra poder decírtelo a la cara mientras me miras con tu mochila aún en la espalda, esperando mi abrazo de bienvenida, y excusándote con lágrimas en los ojos... No he podido venir antes, te fuiste demasiado lejos, incluso para mí. Casi no llego.


Me rodeas con tus brazos; noto tu presión, pero no la calidez que recordaba. Suena mi móvil, siempre tan inoportuno, y lo ignoro porque ahora lo que quiero es seguir pegada a ti. Insiste, rompiendo la magia del deseado reencuentro. Sussan, será mejor que lo cojas. Debe ser importante. Tus palabras, calcadas a las que un día me dijiste, me dejan una extraña sensación.


Llego hasta la mesa del comedor, donde persiste la melodía de mi teléfono. La pantalla me refleja el número de Katy. ¡Hola! ¿cómo estás? No te vas a creer quién acaba de llegar. Mi entusiasmo se esfuma al oír la voz quebrada de mi amiga. Sussan, ha sucedido algo horrible. Mi corazón se va parando a medida que Katy habla. No puede ser, Katy. Ella... Mis piernas se debilitan hasta hacerme buscar un apoyo en la mesa. Lo sé. Ha sido un accidente terrible. Han muerto los tres y el conductor kamikaze también. Me apresuro a ir hacia la entrada, escuchando el llanto de Katy en mi oreja. La puerta sigue abierta, pero... no hay nadie.


Invadida por el pánico y la ansiedad, de no entender qué acaba de suceder, logro hacer la temida pregunta, ¿cuándo ha sido? El nudo en mi garganta me impide hablar con soltura. Fue de madrugada, pero Ruth ha fallecido hace apenas unos minutos. Nos lo acaba de decir el médico.


Salgo a la calle a toda prisa para buscarte, dejando olvidada a mi amiga. El sol castiga con un calor que yo no puedo sentir. Miro desesperada a ambos lados de la calle; allí estás, en la esquina. Unos escasos treinta metros nos separan, voy a por ti. Los rayos del sol me han deslumbrado un instante, pongo mi mano sobre la frente, a modo de visera, para vislumbrar tu figura. Te he perdido, ya no estás. Corro hasta la esquina en la que estabas hace apenas unos segundos, y la desesperación por no encontrarte allí me hace gritar. Un dolor inmenso se apodera de mi pecho y golpeo con furia la pared que ha decidido tragarte. Siento que mi corazón acaba de romperse en cientos de pedazos.


Un compañero de la organización se acerca hasta mí, le hago un gesto para que me deje sola; él se limita a darme una nota, respetando, pero sin entender. Mi corazón retoma sus latidos, al reconocer tu letra:



Amar a alguien es decirle: Tú no morirás jamás.


G. Marcel.


DULCE REBELDÍA (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora