Próxima parada: Infierno

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DIARIO DE CASTIEL NOVAK

16 de septiembre, una menos veinte de la madrugada. Después de un aburrido fin de semana, han comenzado las clases de nuevo. La excursión a la fábrica de automóviles con la profesora Charlie ha sido fantástica. Las cosas no podían haber ido mejor, se podría decir que ha ido todo sobre ruedas (borrar con tipp-ex esto último más tarde). Creía que iba a ser más pedagógica, pero no ha sido así.

Entré al autobús de los primeros, tenía sitio de sobras para escoger y eso no era buena señal. Cuanto antes entras, más aumentan las posibilidades de que alguien decida acompañarte en el asiento contiguo. Decidí que lo mejor era sentarme en uno de los asientos exteriores, para que así den por hecho que el asiento de mi lado izquierdo estaba ocupado por alguien diminuto cuya cabeza no podía sobresalir.

Segundos más tarde, Dean atravesó la puerta del autobús. Se detuvo tras subir el par de escalones, bastante altos por cierto, para saludar al conductor durante lo que a mí me pareció un lapso de tiempo excesivo. El conductor señaló el fondo del pasillo como contestación a una de las preguntas de Dean, no oía nada de lo que decían. El resto de alumnos no paraban de quejarse y darle empujones, mas lo único que consiguieron fue poner de mal humor a la profesora Charlie. Al terminar su conversación, caminó por el pasillo central del autobús, mirando cada par de asientos hasta que paró frente a mí.

— ¡Hombre Cas, no sabía que estabas dentro! —Seguro, por eso me has buscado en cada asiento y le has preguntado al conductor, pensé— ¿Te importa si me siento a tu lado? —preguntó mientras agarraba el ansa derecha de su mochila con intención de quitársela, dando por hecho que aceptaría su petición.

—Puedes sentarte donde quieras, Dean —repliqué con un tono plano, aunque a su vez pensé: encima de mí sería el lugar perfecto. Pero en eso se quedó, una transgresión de la puridad especulativa, la cual se deformaba a medida que Dean entraba en mi vida.

Intenté hacerle sentir una imparcialidad ante el lugar en el que se sentase que no se acercaba a la realidad. Pareció no importarle, ya que se quitó la mochila, la apoyó contra su torso ayudado por su brazo derecho y se dispuso a sentarse en el asiento junto a la ventana. Al pasar frente a mí, me fijé en cómo los vaqueros le quedaban algo ajustados, marcando sutilmente la línea central entre cada nalga. Deseaba que el conductor frenase, haciendo que chocase de lleno contra los airbags frente a mí. Volví en sí cuando recordé que el autobús aún no estaba en marcha. Pasados unos minutos, arrancó el autobús, al que Dean quiso acompañar rompiendo la capa de hielo que nos separaba.

—Por fin arranca ese viejo cascarrabias, seguro que después no tardamos ni cinco minutos en llegar, odio que me hagan esperar, sobre todo teniendo tarta como almuerzo. Hasta que no lleguemos no podré abrirla —renegó mientras hacía figuras sin sentido en el cristal; caía llovizna en el exterior—. Hablando de esperar —sabía cómo acabaría esa frase—, aún estoy esperando a que me digas algo sobre lo que te escribí, ya sabes, el avión... me costó mucho pensarlo —sacó una botella de agua de su mochila, destapándola según finalizaba la frase y me miraba con expectación.

—Ah, eso... pues verás —acercó la botella hasta sus labios, haciendo el típico efecto tapón hasta inclinar la cabeza hacia atrás y dejar que siguiese su curso—, la perdí, así que no pude leerla —comenzó a salir agua por los extremos de la botella; casi se ahoga.

— ¿¡Qué la perdiste!? Bueno... da igual, tampoco era nada especial. Lo importante es que estés aquí conmigo y dejes de evitarme ¿O creías que no me había dado cuenta? —dijo sonriente, levantando las cejas repetidamente a su vez.

Esa no era una sonrisa cualquiera. Podía notar cómo irradiaba felicidad a través de su mirada, era algo maravilloso. Adoro las sonrisas que hablan por sí solas, en esta caso decía "conmigo todo será perfecto". Esas arrugas tan características carca de los párpados verificaban que había sido involuntaria, autentica. Cuando volví a tierra y me di cuenta de lo que había dicho, el miedo comenzó a apoderarse de mí. Ahora no tenía intención de evitarle, pero hace unos días si lo hice y no sabía que excusa poner. Agarré el apoyabrazos que había entre nosotros con intensidad, utilizándolo de apoyo para la frase que estaba a punto de soltar, ya que mis argumentos iban a ser de lo más pobres. Dean se adelantó, como de costumbre.

Déjame confesarte mis pecados [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora