Los Abbadone

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DIARIO DE JOHN WINCHESTER

3 de octubre, dos de la madrugada. Se nos ha ido de las manos. Todo comenzó como una simple mafia de contrabando, algo que si permanecía en un segundo plano no debería afectar al día a día de Sam y Dean. Ahora se ha convertido en algo que no podemos controlar.

Los Abbadone. Así nos hacíamos llamar.

Los fines de semana los pasaba viajando de un lugar a otro del país en busca de clientes que quisieran comprar nuestras armas. Bobby las escondía en su sótano. El motivo por el que Sam y Dean pasaban los fines de semana en casa de Bobby era ese. No había mejor forma de matar dos pájaros de un tiro; contactar con Bobby por negocios mientras preguntaba por los muchachos. Por no mencionar que su casa es uno de los lugares más seguros que conozco, menuda cantidad de armas había allí metidas. En su mayoría revólveres o rifles de caza. En alguna ocasión habíamos tenido alguna joya como la Barrett m107 bañada en oro. No tardó en venderse a un buen precio.

Recuerdo aquella negociación como si fuese ayer. Saqué el arma del Impala y caminé entre los arboles que rodeaban la solitaria cabaña. En círculos. Quería comprobar que había ido solo tal y como me indicó por teléfono. La mejor forma de comprobar era mirando en el interior, así que tiré la grisácea tela que cubría la m107, y me apoyé en un tronco caído mientras espiaba a través de la mirilla. Sin duda, un buen arma donde las haya. Visión nítida, ligera, y seguro que podía atravesar esos cristales sin desviar el disparo de su trayectoria. Contuve la respiración, puse el dedo sobre el gatillo y apreté cuando vi que el hombre dejó de moverse.

Abrí la puerta de la cabaña y lo encontré sentado en un sillón, sudando. Se había asustado tanto que le costaba respirar. Me acerqué para ayudarle.

—¡Salvaje! Podía haber muerto en las manos de una rata de alcantarilla. ¡A quién crees que miras con esa cara de perro pachón! ¡EH!

—¿Quieres que vuelva a probar? —pregunté.

—No, no quiero que mi cabeza acabe como ese jarrón. Yo la utilizo para algo más que procrear como si no hubiese mañana —dijo Crowley.

—¿Nos conocemos? —Me acerqué rifle en mano— Creo que te he visto antes...

—Crowley —replicó—. Aunque no recuerdo haberte visto antes. El mundo es un pañuelo. Bueno, en tu caso... lo dejaría en papel de baño usado. —No pestañeaba, marcaba cada sílaba como si le fuese la vida en ello—. ¿Hacemos el intercambio? —Mostró la maleta en su mano izquierda.

Salir de allí no fue una tarea sencilla. En cuanto abrí la puerta de la cabaña había un par de hombre esperándome, más altos que Sam incluso. Torné el pie derecho, aparté la larga chaqueta hacia atrás en un acto reflejo y me escurrí entre ellos hasta estar a su espalda. Saqué los dos revólveres de la funda que colgaba de mi cintura y apoyé el punto de mira en sus nucas. Tenía a los dos gorilas frente a mí, cada uno de ellos con una bala lista para volarle la tapa de los sesos. Apreté el gatillo.


DIARIO DE CASTIEL NOVAK

6 de octubre, seis de la tarde. Necesito salir de aquí. Mi juicio lo está ganando la oposición. Solitario. Monótono. Incoloro. Así era mi antiguo cuarto.

Estoy viviendo con mi tía Rowena. Al ser menor de edad no pude quedarme en mi antigua casa. Aun así, después de todo lo que sucedió aquella noche, prefiero no acercarme a aquel fantasmagórico lugar. Aquí el problema no es que la vida sea más o menos llevadera. No. Lo que me suscita esta amargura es la actitud de mi tía. La madrastra de Cenicienta es una enviada de Dios comparándola con ella. Su pelirroja melena, la cual se habrá teñido utilizando la sangre de sus vecinos, hace que la tema todavía más. Tiene esa horripilante sonrisa que nunca sabes si es sincera. Esos movimientos de brazos tan extravagantes... me dan escalofríos. Siempre lleva vestidos de seda que le tapan hasta los tobillos y tiende a pintarse los ojos con curvas que apuntan a las cejas.

No podía hablar con Dean. Tenía el móvil confiscado y no me dejaba salir de la habitación. La maldad personificada. Le echo de menos. Quiero abrazarle y llorar, tener algún lugar en el que derramar las lágrimas que gritan por salir a flote, pero son incapaces de hacerlo. Desahogarme es necesario antes de que me sumerja demasiado. La policía no ha tenido en cuenta mi opinión, dije que no quería venir con ella, que era maléfica. Solo se reían de mi. Creían que no podía pensar con claridad por culpa de lo que había pasado. Incompetentes.

6 de octubre, unos minutos más tarde. Había trazado un plan. Debía ser perfecto y el error no estaba en la baraja. Pensé en todo lo que vuelve loca a mi tía —más todavía, si eso era posible—. Ahí estaba mi respuesta, delante de mis ojos. Una baraja de cartas. Debía echarle las cartas, es muy mística, seguro que no puede resistirse a aceptar, aunque sea para reírse de mí.

—¡Tía Rowena! Quiero enseñarte algo —grité por la cerradura.

—¿Qué es tan importante como para interrumpir mi siesta, mocoso? —preguntó.

—Aprendí a predecir el futuro en el campamento de verano. —Enseñé una carta por debajo de la puerta—. ¿Quieres probar?

Allí estábamos, sobre una diminuta mesa de madera junto a la cama, de pies cruzados, contemplando lo que me decían las cartas; nada.

—¡Oh! No esperaba menos —murmuré.

—¿Qué? ¿El qué no esperabas? Dímelo, ¡YA! —gritó furiosa.

—Es preocupante... nunca sabes lo que te encontrarás en un futuro. —Volteé otra de las cartas—. Esto es muy extraño, tía Rowena. Nunca había visto algo así. Los astros están más activos que nunca.

—¡Dime de una maldita vez lo que estás viendo! ¡Engendro de Azkaban! —Dio una palmada en la mesa.

—Debes acercarte más, no podrás verlo sin la experiencia necesaria desde tan lejos. Las cartas te susurran, debes estar preparada para recibir su melodía. —La mentira era en surrealista y espiritual, que coló.

Acercó la oreja a la mesita de madera. Aproveché el momento para levantar la mesa junto a ella, empujándola contra el suelo y dejando las cartas y mesa sobre ella. Agarré la mochila que tenía bajo la cama y corrí escaleras abajo. Escapé de sus garras. Escuchaba sus gritos furiosos desde la otra esquina de la calle, menudo chorro de voz, pensé.

Estaba solo, sin dinero o móvil con el que pedir ayuda. Mendigué por las carreteras hasta que un camionero de mediana edad me dejó hacer una llamada. Dean no podía creer lo sucedido cuando se lo conté, decía que iba a matar a mi tía. Le pedí que por favor se calmase. La familia Novak estaba en peligro de extinción, somos una especie rara y debíamos ser protegidos. Da igual que mi tía sea la peor que jamás podrías imaginar. Es humana. Creo.

Déjame confesarte mis pecados [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora