Poltergeist

799 113 81
                                    

DIARIO DE DEAN WINCHESTER

4 de octubre, continuación. Cas estaba gritando, el cabrón de su padre le estaba torturando por lo que había hecho. Por mi culpa. Por mí. ¡Marica, no te crié para que te rellenen como a un pavo! Decía su padre. Me sentía como una auténtica mierda pisada en el asfalto. Tenía que hacer algo.

Tiré la puerta abajo, arrastrándola hasta chocar con un jarrón que había junto a la mesa del comedor. No veía a Cas. Los gritos parecían llegar de una habitación, a la derecha del salón. Corrí hasta llegar a la habitación de Cas, donde estaba siendo pataleado por su padre a los pies de la cama. Él lloraba, cubriéndose la cabeza con los brazos y el torso con las piernas.

—¡BASTA! —gritó Cas—. No voy a dejar de verle, estamos hechos el uno para el otro. Dean me ha dado todo eso que no supiste brindarme cuando murió mamá. —Le escupió en la cara, haciendo que el padre se enfadase aún más.

—¡Qué he hecho para merecer esto! ¡Dios misericordioso, dame fuerzas! Estoy a punto de hacer algo de lo que me arrepentiré de por vida. Pero sé... —Miró la luz que había en el techo de la habitación, momento que aproveché para acercarme mientras hacía señas a Cas de que no dijese nada— sí, sé con certeza que tú, señor todopoderoso, me perd...

Me subí a su espalda, dándole puñetazos por todas las partes que tenía descubiertas. Le tiré de los pelos de la ceja, agarré su cuello, hice todo lo que pude.

—¡Cabrón! No te acerques a Cas, voy a matarte «en tu puta casa».

Nada sirvió, el padre de Cas era más fuerte de lo que me imaginé. Consiguió reducirme en cuestión de segundos. Acabé atado a los pies de la cama junto a Cas. La parte buena, estaba con Cas; la mala, estábamos metidos en un lio de todos los demonios.

Su padre era un chalado, pero de los que necesitan entrar al loquero y no salir nunca. Se paseó por la habitación pensando que hacer conmigo. Ahora que le había visto maltratar a su hijo no iba a dejar que me fuese por la buenas, necesitaba un plan, algo con lo que deshacerse de mí sin dejar pruebas. Fue a la cocina, o al menos eso es lo que Cas me dijo ya que no conozco del todo bien la distribución de su casa. Cas aprovechó para hablarme con las mejillas llenas de lágrimas.

—Dean, siento mucho todo lo...

—¡Pero qué estás diciendo! —interrumpí—. No debes arrepentirte de nada, todo es culpa de tu padre.

—Ya, pero... sé que ahora vas a odiarme. —Desvió la mirada, estaba demasiado avergonzado como para mirarme a los ojos.

—No, Cas. Te equivocas. —Le acaricié como pude con la punta de la nariz, a penas llegaba—. Me he dado cuenta de... ya sabes... lo mucho que te necesito al ver que estabas en peligro. —No pude evitar ponerme rojo.

—Os he escuchado desde la cocina, insensatos. —Acarició la punta del cuchillo para comprobar si estaba afilado—. Maricones, desechos de Dios. Vosotros sois el único error que cometió el omnipotente, y yo, tú padre... voy a enmendarlo.

Justo antes de que el padre de Cas llegase a nosotros, apareció por la puerta. Nuestro salvador. Todo lo que pude hacer fue sonreír.

DIARIO DE CASTIEL NOVAK

4 de octubre, continuación. Lo que comenzó siendo una cita corriente, ha terminado en una trepidante y tormentosa tortura.

Las muñecas me ardían, sentía el raspado de la cuerda que nos ataba a la cama cada vez que intentaba deshacerme de la injusta e inquebrantable condena a la que mi padre nos condenó. Dean tiraba con más ímpetu, su espíritu rebelde le llevaba a consumirse entre ira y desesperación.

—Dean, no hay escapatoria. Estas cuerdas son demasiado gruesas —susurré—. Me temo que...

—¡NO! ¡No quiero escucharte decir eso! —El blanco de sus ojos se enrojecía—. Rendirnos no es una opción ¿Me escuchas? ¡Cas! ¡Joder! —Incapaz de contestar, miré hacia la ventana y me eché a llorar.

Papá volvió de la cocina, cuchillo en mano. El pánico me atrapó. Percibía el aleteo de la muerte acercándose a nosotros. Sutil, oscura, imperceptible por los cinco sentidos primarios pero todavía presente por aquello que se despertaba cuando se acerca a ti. Sabes que se aproxima, ves el resplandor de la guadaña reflejando el momento de tu muerte desde el mango hasta su afilada punta. Fotogramas sin color de una película que no tardaría en teñirse de rojo.

Antes de que llegase a alcanzarnos, vislumbré una figura tras papá que sostenía algo entre sus manos. Era ella. Había llegado para llevarse consigo a las almas que aún no habían sido tachadas de su recurrente lista. Desplacé el cuerpo hacia un lado, fijándome en la figura tras el enviado de Dios. La guadaña pasó a ser un revólver con el mango cubierto de madera clara. Su tez estaba cubierta por una gorra verde pistacho. En ella pude leer la frase "Death Valley".

Justo antes de que papá hiciese justicia —según su erróneo criterio— algo le detuvo. El estallido del revólver retumbó en el valle de la muerte, haciendo que papá cayese colina abajo. Arrastrado por un lastre de arrepentimiento y falsa esperanza, rodó hasta llegar a la orilla de la laguna de fondo desconocido, donde fue arrastrado hasta lo más profundo por las manos del único que consiguió salir de ese lugar con vida; Bobby.

—¡Chicos! ¿Estáis bien? ¿Os ha hecho algo ese cabrón? —preguntó Bobby exaltado.

—¡BOBBY! —gritó Dean entre lágrimas.

Nos desató utilizando el cuchillo de mi padre. Dean se levantó y le abrazó mientras yo contemplaba a papá tumbado en el suelo. Mirándole a los ojos fijamente mientras se le entrecerraban. Estaba perdiendo la batalla. Ya no habría una segunda parte de aquella macabra y horripilante película.

Papá me maltrataba. Sí, la muerte de mamá había sido un acre golpe para ambos. Desde ese suceso, me culpa de algún modo. Toda su ira, impotencia, gritos de anhelo... los canalizaba contra mí. Llegué a ser un experto ocultando las marcas. Es más, él sabía donde golpear para no dejar rastro del acto inhumano que estaba cometiendo. Aún así lloré, me arrodillé frente a él y presencié como Dios se llevaba el último suspiro de mi padre.

DIARIO DE BOBBY SINGER

5 de octubre. Madre mía, esto ha sido mucho más difícil de ocultar de lo que creía. Tanto tiempo escondido para nada. Idjits. Siempre metiéndose en escándalos, no aprenden.

Mis alertas no habían servido para nada. La nota que le dejé a Castiel cerca de la estación de autobús, los mensajes desde un nuevo número al móvil de Dean... Para qué se compra un teléfono si lo va a tener apagado, hay que ser idiota. Suerte que conseguí dejar un rastreador en la gabardina de Castiel cuando chocamos bajo la lluvia. Quería llegar a Dean y contarle a él lo que había sucedido, porqué he tenido que hacer esto... todo. La mejor forma de llegar a él era persiguiendo a su amigo.

Seguí el autobús al que subió Castiel. Corría más de lo permitido, eso seguro. No sé que le dio al conductor de los mil demonios pero parecía tener prisa, esquivaba los coches como Neo las balas, todo fue rápido y una locura. Descubrí el motivo por el que corría tanto cuando Castiel bajó del autobús a toda prisa; Dean. Le había encontrado y estaban persiguiéndole. Eso fue lo que me llevo a seguirlos una vez subió a su coche.

Estaba aparcado en la puerta de Castiel, esperando a una oportunidad para poder hablar con Dean a solas. Tenía miedo de que el pequeñajo, Sam, me viese. No quería acercarme al apartamento de los Winchester. John y Ellen eran los únicos que conocían toda la verdad ya que estos días los he pasado en la trastienda del bar de Ellen. Lo cambié entero, bueno, entero... más bien colgué un par de rifles tras la puerta y puse una vieja radio llena de grasa sobre una de las estanterías cubiertas por cervezas. Sí, confieso que me bebí alguna que otra sin permiso. Como decía, estaba esperando y de pronto vi al chico llegar en el coche de John. Salió del coche cabreado, solo le faltó saltar por la ventana sin abrir la puerta. Corrió hacia la puerta, se paró a escuchar y la tumbó de una patada. Fui en pos de él, evitando que sucediese una desagradable tragedia.

Déjame confesarte mis pecados [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora