Lucifer

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DIARIO DE DEAN WINCHESTER

7 de octubre, al amanecer. Ayer recuperé el contacto con Cas. Su tía la pelirroja (así es como él la llama, no quiere pronunciar su nombre) le tenía encerrado en una habitación, sin móvil o internet. Debo decir que no soy muy fan de estas nuevas tecnologías, más bien al contrario. Aprendí a mandar mensajes con el móvil porque Sam insistió.

Estábamos en el Impala, de camino a casa. Le había ofrecido quedarse con nosotros ya que su tía es la única familia que tiene. Intentó resistirse, decía que solo sería un estorbo, sobre todo para John, mi padre.

—¿De veras crees que eres un estorbo? Después de todo lo que he hecho por ti, creo que he demostrado lo mucho que te quiero, Cas. —Le miré de reojo sin perder de vista la carretera—. El que vivas con nosotros es una buena noticia, lo sabes.

—Pero, tu padre... —dijo él.

—¡Qué se joda mi padre! Casi nunca está en casa, y cuando decide pasarse suele ir como una cuba.

—Está bien.

El resto del viaje lo pasó escribiendo en una libreta, necesito ordenar las ideas, contestó.

Llegamos a casa unos minutos después. No me esperaba lo que encontré al abrir la puerta. Sammy, estaba en el sofá... con Jésica... prefiero no entrar en detalles. Cas pegó un grito al verlos, la verdad es que no sé si lo hizo por la escena o por el inesperado tamaño de... Joder, debía tocarle a él lo mejor.

—¡Cas! ¡Eh! Atontado. A mi habitación, deprisa —susurré.

Nos sentamos en la cama, sin decir nada. La situación era bastante extraña, incluso algo incomoda debo admitir. Ver a mi hermano haciendo ese tipo de cosas... no es algo que me agrade. Miré a Cas, intentando conectar nuestras miradas para así saber cómo se sentía, en qué estaba pensando. Me miró. Nos quedamos así unos instantes hasta que reímos a más no poder.

—Dean, debo admitir que esta no era la bienvenida que esperaba. ¿Desde cuando están esos dos juntos? —preguntó Cas.

—Pues... eso me gustaría saber. Siempre ha dicho que Jésica no es de su tipo, ya ves tú. Tiran más dos tetas que dos carretas.

—A mí me tira más la anaconda que había p...

—¡CAS! ¡Qué es mi hermano, joder! —interrumpí.

—Cierto, perdona mi desfachatez. Llevo varios días sin... ya sabes. —Se acercó.

—Para que seas tú el que lo propone si que debes estar desesperado. ¿Tanto te gusta lo que hago? Oh, sí. Lo sé. No hace falta que contestes.

—Creído.

—Orgulloso. —levanté una ceja.

—Bruto. —Me acerqué aún más.

—Finolis. —Mis labios rozaban los suyos.

—Estás perdiendo facultades, antes no me hubiese resistido a besarte. —murmuró Cas.

Le mordí el labio inferior y empujé su cuerpo contra la cama. Me quité la ropa, lenta y sensualmente, frotando mi erección contra la de Cas en el proceso. Cas me miraba con ansia, quería más, sabía que esa noche iba a ser larga. Desbotoné su camisa con los dientes mientras él se quitaba el pantalón junto al bóxer. En el intento descosí casi todos los botones que la mantenían prieta, supongo que me dejé llevar demasiado. Sus piernas rodeaban mi cuerpo, empujándome contra él y pidiéndome más con cada impulso.

—De... Dean. —gimió.

Mordisqueé su oreja, notando los escalofríos que recorrían su cuerpo con cada movimiento de mi mandíbula. La tensión, los ríos de sudor que recorrían mi cara goteaban sobre su pecho, húmedo y palpitante. Mis nalgas estaban cubiertas por sus manos, dejando la marca de los dedos y arañando la superficie con cuidado. Me adentré, hice cada vez más fuerza. Formábamos uno. Nuestro cuerpo se movía hacia el otro lado de la cama, arrastrando las blancas sábanas que nos acariciaban. Cas deslizó una de las manos que agarraba mi nalga a través de la curva de mi espalda, hasta la nuca, marcándome el camino que mis labios debían seguir hasta juntarse con los suyos. Su lengua es demasiado tierna, larga, hábil... muy hábil para alguien que juraba ser un santo. Se arremolinaban como un trapo escurriendo saliva. Cas estaba acariciando la próstata bajo mis nalgas, maldito condenado. Grité de placer, como nunca lo había hecho. Empujé con más ímpetu; sin descanso, sin aliento. Tenía la mente en blanco y la mirada perdida sobre el hombro de Cas. Tras unos eternos minutos de placer, llegué a la meta y descansé sobre el pecho de Cas.

—Cas... —resoplé. Me acarició en señal de que siguiese hablando—. Te amo.

Juntó sus brazos alrededor de mi espalda, formando un lazo que daba la sensación de ser inquebrantable. Pasamos el resto de la noche en esa posición, el uno junto al otro, tumbados. No tardé en dormirme y hasta ahora, él sigue dormido.


DIARIO DE CASTIEL NOVAK

10 de octubre. Salimos de clase, Sam esa tarde no volvería con nosotros ya que había quedado con Jésica, así que podíamos ir a donde quisiéramos.

Dean me llevó por esas curvas infernales, parecían no tener fin. Me tambaleaba de un lado a otro del asiento, qué infierno. Una vez acabaron, llegamos a lo alto de esa montaña, aparcando el coche cerca de un precipicio. Lo único que separaba al Chevrolet de una caída vertiginosa era aquella valla de madera que me llegaba por la cintura.

Dean me agarró de la mano hasta llegar a estar frente a la valla, descansando nuestra cintura sobre ésta y contemplando la puesta de sol. El cielo estaba anaranjado, podía ver la linea del horizonte formada por el mar.

Fui corriendo hacia el coche, agarré mi mochila y saqué de ella el avión de papel que Dean me había lanzado el segundo día de clase. Aún lo conservaba casi intacto. Me acerqué a Dean por la espalda y puse el avión frente a él.

— ¡Cas! Ese es mi avión ¿Aún lo tienes? ¡Increíble! —Una leve y tierna risa le embaucó.

—Jamás me desharé de él. —Le besé tras la oreja.

Dean dio unos pasos hacia atrás, indicándome que me pusiese delante de él. Apoyé mis caderas sobre la valla y Dean se quedó detrás de mí, agarrándome la mano con la que sustentaba el avión de papel y pasando la otra alrededor de mi cintura.

—Creo que es hora de dejarle volar, debe ser libre, igual que nosotros. —Vi de reojo como asomaba la cabeza sobre mi hombro, dejando caer la barbilla sobre éste y llenándolo de lágrimas.

Impulsé el avión con la ayuda de Dean. Planeó hasta que el resplandor del sol nos impidió ver hasta donde llegaba. Dando por hecho que duraría para siempre, no había forma de que dejase de volar. Era eterno, por muchos impedimentos que se interpusieran, él los sobrevolaría. Debo confesar un último pecado. Uno del que no me arrepiento, uno que no necesita castigo.

Amo a Dean Winchester.

"Castiel volvió a hendir sus alas, sacudiéndolas hasta desvanecerse en el horizonte. Esta vez, dejando atrás el lienzo de mentiras para refugiarse en su verdadero amor. No importa del color que tinten nuestras alas, siempre volaré junto a ti"

—Nunca dejaré de ser tu Lucifer.


Déjame confesarte mis pecados [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora