El gran Sammy

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DIARIO DE CASTIEL NOVAK

27 de septiembre, nueve de la mañana. Ha sido una semana de lo más tranquila. Los días pasan y pasan, aunque de forma distinta a lo que lo hacían hace apenas veinte días. La silla frente al escritorio de Dean parece recién comprada, el colchón aún no se ha deformado ya que seguramente no ha llegado a utilizarlo más de una vez. A veces me gustaría poder llegar comprender con más claridad la ideología de Dean, hago todo lo que puedo por descifrar los mensajes que me quiere hacer llegar a través de sus locuras, pero a veces me da la sensación de que intento ir contra corriente en lugar de dejarme llevar por ésta.

Ayer, viernes, al salir del instituto Dean me propuso pasar el fin de semana en su casa ya que nos resultaría prácticamente imposible pisar mi habitación sin que mi padre montase un espectáculo. Desde aquél día, no quiere saber nada de Dean, según él es la reencarnación de Satanás.

Llegando al coche de Dean volví a ver al ya no tan misterioso chico que llevaba numerosos días siguiéndonos los pasos. Resultó ser su hermano menor, Sam; o como él dice, Sammy. No puedo describir la ternura que me produce cada vez que le llama con ese diminutivo. Es aún más gracioso teniendo en cuenta lo alto que es. Por supuesto no dije nada de que le había visto por los alrededores desde que nos conocemos, puesto que lo último que quiero es provocar algún tipo de malentendido o discusión entre ellos. Suficientes problemas teníamos.

No había nadie en su casa. Parecía que había pasado una tormenta tropical por el salón. Además del tangible desorden, el cual era realmente estremecedor, la decoración era... no era decoración. Se percibía como el salón había sido amueblado con lo primero que tenían a mano. Dejando de lado todas esas fútiles admiraciones, fui hasta la habitación de Dean, donde pude dejar ambas mochilas; una llena de libros y la otra con algo de ropa, la justa para pasar el fin de semana.

Dean marcó un número en su teléfono móvil y lo perdí de vista. Mantuvo una conversación algo extensa, podía oír sus gritos procedentes de la cocina. Sinceramente, estaba tan aburrido esperando que me dediqué a ordenar alfabéticamente, y por colores, los escasos libros que Dean tiene en una estantería situada sobre el escritorio que estoy desahogándome ahora mismo. Acaudillándolos uno a uno, justo cuando estaba a punto de finalizar mi tarea, Sam entró en el cuarto de Dean cerrando la puerta tras él. Parecía nervioso, no paraba de aclararse la garganta y tocarse la cara con la mano derecha, manteniendo la otra dentro del bolsillo de sus vaqueros, haciendo fuerza contra el dobladillo que había al final del bolsillo, provocando así que su figura se estirase aún más y me acobardase ante su colosal presencia. Estaba convencido de que iba a amenazarme, seguramente no querría que su hermano se enterase de que nos había estado siguiendo.

—Eeeh, Cas, ¿puedo llamarte Cas, no? —pasó la mano que estaba utilizando para toquetearse el rostro por su melena, usando los dedos como peine.

—Sí sí, por supuesto —agarré el último libro que me quedaba por guardar; El gran Gatsby, de Fitzgerald. El Rolls-Royce amarillo en la portada siempre me ha despertado curiosidad. Me encantaría tener un coche como ese, aunque no sé conducir.

— ¡Espera! No lo pongas ahí, ese libro es mío —agarró el libro que aún tenía en la mano, algo tímido y con cuidado de no hacer contacto con mis dedos al cogerlo—. Seguramente Dean me lo quitó porque le gustaba el coche de la portada, no tiene remedio —sonreí mientras fantaseaba con la idea de Dean contemplando la portada, cual crío con un juguete recién comprado.

—Sam, ¿querías decirme algo? —divisé una diminuta libreta color limón en la esquina izquierda superior del escritorio, desconociendo que se trataba del diario de Dean, la abrí y comencé a leer esperando a que Sam se decidiese a contestarme de una vez por todas. Me tenía realmente intrigado.

Déjame confesarte mis pecados [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora