Pintura

16 3 6
                                    

Natasha se sentó y al cerrar la puerta pudo sentir el calor tibio de la calefacción que la hacía sentir arropada, respirar el aroma tan agradable que inundaba el auto.

—Gracias...

—El cinturón... pontelo

—Ah claro...
Lo buscó con el tacto detrás del asiento y una vez lo abrochó, Mildred encendió encendió auto.

Estaba nerviosa y sentía una sensación rara en el estómago, como si miles de mariposas volaran y aunque quería permanecer en silencio... no pudo evitar hablar.

—Es canela?

—El que?

—El aroma, huele a canela... me encanta

—Lo es y manzana... también me encanta

Respondió la pelirroja, con una leve sonrisa pero sin mirarla, volvió a conducir reincorporandose a la carretera principal.

Natasha observaba atraves de la ventana cómo si los edificios fuesen algo maravilloso pero lo hacia simplemente para no tener que mirar a la pelirroja a los ojos.

—Quítate la chaqueta y cuelgala en el respaldo... debe estar húmeda...

—Oh! lo siento! Había olvidado... perdón casi arruino tu auto...

—Descuida, lo digo porque no querría que cojas un resfriado...

Desvió la mirada hacia el retrovisor para dar vuelta a una nueva avenida y retornar a la colonia donde se suponía que ambas vivian.
Natasha asintió en silencio e hizo lo que le aconsejo. Sin embargo segundos después, un estornudo irrumpió su calmada respiración.

—Muy tarde...
Se rió despacio negando con la cabeza.

—Perdón...

—Deja de disculparte por todo.

—Lo siento... eh... perdón... quiero decir...

—Venga tia, ya no digas nada.

Sonrio ampliamente y detuvo el auto frente a una farmacia.

—Mildred no debe molestarse... yo estoy bien solo fue por el frío de la lluvia.

Ella ignoró lo que la chica balbuceaba y bajó del auto cerrando la portezuela tras de sí, caminó a pasos rápidos bajo la lluvia hasta la puerta de la farmacia.

La castaña esperaba impaciente, planenado que decir cuando volviera a entrar al auto.
No sabía prácticamente nada de esa mujer y aún así no podía evitar querer estar con ella más tiempo, le intrigaba demasiado.

De pronto la vió regresar casi corriendo y se permitió analizar cada detalle; su gesto en el entrecejo porque la lluvia golpeaba su rostro, su mano y brazo intentando cubrir las gotas, las contracciones de sus gemelos con cada golpeteo de sus tacones, su cabello rojizo rebotando sobre sus hombros y por último ese suspiro de alivio al entrar al auto y sentarse.
Le estiró la mano con una caja de pastillas para la gripe. Pero la menor tardó unos segundos en recibirla pues había quedado embobada procesando la obra de arte que acababa de ver.

—Toma, son para ti

—N-no no debió molestarse... yo estoy bien

—Vamos tía no seas pesada y no me hables de "usted"

—Lo siento... Muchas gracias.

Las recibió con la mano temblorosa y una sonrisa amable que fue correspondida por Mildred antes de volver a abrocharse el cinturón y centrar su atención en la carretera otra vez.

SuspiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora