¡Maldita Conciencia!

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Jill POV

Salí como torbellino del restaurante. Lloré camino a mi auto, estábamos cercas de las oficinas de Andrew, por lo que gracias a Dios mi carro estaba cercas. Necesitaba alejarme cuanto antes de este lugar, de Andrew, de la ciudad, de todo lo que me recuerde a él.

No me había importado nunca que estar de la manera en que estábamos Andrew y yo. Siempre supe que era muy mala idea, pero mi corazón me decía que me quedara a su lado a pesar de todo.

Pero la presencia de Jenna me había demostrado que todo había sido un gran error. Ella era excelente, y me entendía mejor que muchas de mis amigas con respecto a la moda; pero que Andrew me presentara como su amiga, había sido un golpe a mi corazón, pero que me llamase querida o amante lo había sido mucho más fuerte.

Lloré con más rabia dentro de mi precioso automóvil. El dolor me invadía completamente, sentía que me habían arrancado el corazón y sin anestesia. Pero lo peor había sido que yo misma me lo había arrancado con todo lo que le dije a Andrew.

Sabía que todo era verdad, que estuviera enamorada no quería decir que fuera estúpida. Me merecía a alguien completamente mío, alguien que se sintiera orgulloso de estar a mi lado, alguien que quisiera presumir de estar conmigo, una persona que me estrechara entre sus brazos, lo malo es que esa persona no era Andrew y yo lo amaba con toda mi alma.

Tallé con fuerza mis ojos tratando de borrar cualquier rastro de las lágrimas que derramé. Mi corazón estaba cansado de sufrir, había sufrido desde el momento en que me mudé de Texas, nunca había dejado de amar a Andrew. Cada una de las personas con las que había estado no le llegaban ni a los talones, inevitablemente las comparaciones siempre las hice.

Andrew tenía algo que me hacía sentir eufórica, que me hacía sentir que podía volar hasta el sol y no quemarme; pero todo eso se vino al carajo el día que yo acepte ser su amante aun sabiendo lo que eso traería para mi corazón.

Manejé lo más rápido que pude hacia mi departamento. Ventajas de ser la jefa de tu trabajo, es que si lo desea podía faltar días y no pasaría nada, mi línea de ropa seguiría en marcha mientras yo podría darme el lujo de hundirme en mi miseria. Pero solo por hoy haría eso, hoy sufriría lo que tuviera que sufrir, lo peor sería quedarme en casa recordando todo. Sé que sería difícil no deprimirme, pero no imposible.

Abrí mi nevera, saque un bote de helado de vainilla, camine a mi sofá -sofá en el que muchas veces hice el amor con Andrew- prendí el televisor y como si estuviera el universo confabulado contra mí, pasaban Tres metros sobre el cielo. Me sentía como Hache, lo comprendía muy bien, sentía su dolor en mi pecho de igual o mayor magnitud. Me atasque de helado llorando como vil magdalena. ¡Maldito Andrew, maldito destino! Porque lo habían traído de nuevo a mi vida, cuando ya me había resignado a que nunca más lo vería. Pero no solo eso, ¿Por qué lo habían traído de nuevo a mí, si no podíamos ser felices los dos?

No sé bien en qué momento me quede dormida sobre el sofá. Quizás me había cansado de tanto llorar, quizás las emociones que había sentido me habían terminado por agotar. No lo sé, pero me alegraba poder estar así, inconsciente, al menos así el dolor aminoraba unas horas.

Desperté a la mañana siguiente con el helado terminado y los infomerciales pasando en la televisión. Eran las seis de la mañana y los vestigios de mi inmundicia se hacían presentes en mi sala. Los recuerdos abordaron mi mente de nuevo, y empecé a sollozar, pero no, tallé mis ojos una vez más, ardían de todo lo que había pasado, pero no me di el lujo de volver a llorar.

Ya una vez había superado esto, podía volver a hacerlo y que mi vida saliera de nuevo a flote. Y lo lograría.

Los meses fueron pasando, casi habían pasado tres meses desde aquel día. A veces, en las noches, sollozaba por mi Andrew, pero me volvía a recomponer. Gracias a Dios mi trabajo me mantuvo ocupada y esos tres meses había salido de New York, me habían ayudado bastante, aunque claro está que mis colaboradores habían notado mi cambio de ánimo, y agradecía al cielo que nadie me preguntara para no recordar.

Disponible Para MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora