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Quería llorar, quería salir corriendo de ese maldito lugar.
Los gritos de TaeHyung resonaban con fuerza en sus oídos. Apretaba sus puños sobre su bata, y cerraba fuertemente sus ojos tratando de ignorar el llanto frente a él.
JungKook permanecía sin saco y con las mangas de su camisa ya dobladas, sosteniendo en una de sus manos un pesado cinturón de cuero oscuro, que usaba para azotar el frágil cuerpo de su esposo, quien yacía sobre el suelo con lágrimas en los ojos.
Habían pasado por lo menos unos veinte minutos que para SeokJin habían sido eternos.
Y por fin JungKook parecía cansarse, cuando en el último azote que dio sobre las piernas de TaeHyung, soltó el cinturón haciéndolo chocar con el frío piso, dándose la vuelta y peinando su cabello hacia atrás.
El menor jadeaba sobre el piso con los ojos cerrados, retorciéndose del dolor, tomando fuertemente entre sus manos su cabeza.
El padre Kim se acercó a TaeHyung parándose justo frente a él con una copa de vino en la mano, mientras el más chico lo miraba desde abajo.
—Espero que desde ahora empieces a entender que mi hijo manda aquí, y yo me voy a encargar de que lo entiendes bien. Es hora de que conozcas tu lugar—
TaeHyung miró, la copa de vino caer frente a él, reventándose justo en el momento de estrellarse contra el suelo.
Su suegra y SeokJin se acercaron de inmediato, poniéndose de rodillas sobre el suelo y comenzando a recoger los pedazos del cubierto. Observó una vez más al hombre, quien le sonreía de una manera horrorosa.
—De ahora en adelante vivirán aquí, conmigo— habló el hombre. —Así estaré seguro de que no desobedezcas a tu esposo—
Y giró sobre sus talones, caminando fuera del salón.
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