Prólogo

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Curioso es ver a la alquimia, ser ese arte antiguo con tantos secretos que se han perdido en la historia.

O al menos eso era hasta que un joven rubio apareció, casi de la nada, y trajo de vuelta aquellas técnicas que durante mucho tiempo fueron solo un rumor, con un gran talento para dibujar y una gran inteligencia, llego a Mondstadt, un joven de apariencia elegante y facilidad para hablar en publico, un joven cuyo nombre era Albedo.

El joven tenia el talento de crear vida, eso según las creencias de los lugareños del sitio donde se encontraba, pues le bastaba tocar las cenizas de una flor para traerla a la vida de nuevo. Los ciudadanos, a pesar de quererlo y considerarlo un muchacho amable, no sabían nada de el, no sabían de donde venía, su pasado, su familia o si quiera la fuente de sus conocimientos. Pero eso parecía no importarles a los ciudadanos, para ellos la amabilidad del joven era suficiente, cosa que duro muy poco pues como se lo esperaba el joven rubio, dentro de la cuidad los rumores sobre el se esparcieron de manera rápida.

El muchacho sin embargo no prestaba atención a estos rumores de los cuales claro que se enteraba, ya fuera por las miradas evidentes de las personas o por que Sacarosa, su asistente, le contaba al respecto. El veía a cada persona de ese pueblo como meras sustancias para explorar, las veía solo como un objeto de pruebas que tenían la suerte de sobrevivir en ese mundo plagado de misterios.

Nunca demostró a nadie lo ansioso que estaba a diario, como una creación sin un destino final, había algo que le preocupaba bastante, ya que más allá de su amable personalidad y gusto por las cosas dulces y agradables, se encontraba un temor mezclado con exitacion de encontrar a alguien o a algo que le asegurará una pelea emocionante si es que este llegaba a perder el control.

Sus poderes eran desconocidos para todos, incluso para el mismo, y por la misma razón se consideraba a sí mismo una catastofre para el mundo, que para el era insignificante, un agujero negro esperando una salida de ese cuenco vacío al que todos llamaban cuerpo, para poder destruir todo aquello que alguna vez respiro.

Nadie del pueblo lo sabía, ni Sacarosa que era la más cercana al joven, nadie, por lo que está inseguridad y deseo de encontrar a alguien que pudiese acabar con el de una vez por todas crecía, a un punto que dolía. Escondido en su máscara de amabilidad y respeto, hasta que al pueblo llegó un viajero, un chico que con sólo ver supo, que no era de ese mundo.

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