Epílogo

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-Aether, hace días no dices nada, ¿te sientes bien? –preguntó el alquimista mientras acariciaba el rostro pálido y con múltiples heridas del menor– se que no debí hacerte eso, pero ya te cure, ya no debes estar molesto conmigo.

El viajero se encontraba acostado en aquella cama, mirando al techo mientras sentía como el collar en su cuello le apretaba, sus ojos ardían por aquella vez en la que mientras Albedo abusaba de él, había decidió hacer lo mismo que intentó en las partes privadas del menor, solo que ahora en sus ojos, generando un dolor indescriptible en Aether, quien parecía aún tenía dicha escena presente.

-Aether, voltea a verme, debes de comer aunque sea un poco, no has comido hace días –mencionaba el de ojos azules mientras con su mano trataba de hacer que Aether abriera la boca para poder darle de comer algo de sopa

Sin embargo Aether no cooperaba, hacía lo posible por mantener cerrada su boca, generando algo de molestia en Albedo quien hacía lo posible por no lastimarlo, actuando y tomándolo de manera paciente.

-Si no quieres comer esta bien, aunque quieras morir no voy a dejar que pase, pero al menos mírame a los ojos y dime que de verdad no quieres ingerir nada –hablo pesadamente y ya molesto el alquimista, dejando la cuchara en el plato mientras no despegaba su mirada del menor.

-Albedo... ¿Cuando me dejaras morir? –mencionó el menor mirándolo directo a los ojos, una mirada que ya no expresaba tantas cosas, sólo expresaba su vacío.

-Morirás eventualmente cariño, ¿Para que apresurarse a los hechos? Quiero disfrutar una vida contigo ahora que estamos juntos –mencionó para acto seguido agacharse y besarlo dulcemente, acto al que el menor ya se había acostumbrado, pero que seguía odiando, limitándose a cerrar los ojos y tratar de evitar las lágrimas que a diario amenazaban por salir.

-Albedo... ¿Podrías hacerme un favor antes de continuar? –preguntó el rubio separándose del beso de Albedo quien tenía intenciones de continuar con aquello.

-Claro, ¿Ahora si quieres comer? –anunció separándose un poco de Aether para mirarlo a los ojos.

-¿Podrías quitarme este collar? Aunque sea solo esta noche –mencionó mientras tocaba aquel collar negro con el que iniciaron los constantes cambios de actitud de Albedo, teniendo que soportar ser tratado con respeto ciertas veces, y otras ser tratado como algo para jugar.

-No pierdo nada si te cumplo eso, hace casi medio año no veo tu cuello tan fino –mencionó mientras quitaba con alquimia aquel collar, dejando respirar profundamente y por primera vez en mucho tiempo al menor, quien respiro aliviado y formó una pequeña sonrisa en su rostro.

Y entonces Albedo continuó besándolo, mientras con sus manos exploraba la ya deforme figura del menor, poniéndose lentamente encima suyo para continuar explorando su cuello, "estrenandolo" por primera vez en casi un año.
Aether esa vez no mostraría resistencia, estaba ya muy cansado y después de tantos abusos tanto físicos como íntimos, ya tenía muy en claro que mostrar resistencia solo haría que Albedo destrozara con mayor felicidad cualquier parte de su cuerpo; en aquellos momentos sólo podía pensar en su hermana, en Paimon o en Kaeya. Aquellos rostros y experiencias junto a estos hacían que pudiera resistir un poco más aquella tortura.

Y aquella noche en especial así sucedió, Albedo jugó con Aether tanto como quiso, esta vez era una de esas en las que no lo estaba tratando mal, haciendo del momento algo más fácil de superar, algo más fácil de olvidar.

-Me gustas mucho Aether, y desde que llegaste nunca me e atrevido a explorarte por mi cuenta como e querido, ¿Me permites esta vez poder entrar en ti? –preguntó mientras besaba el abdomen ya desnudo del menor, provocándole jadeos.

-Si lo niego, esto a lo que tu llamas amor no hará más que empeorar –mencionó dejando de mirarlo a los ojos.

-Gracias por entenderlo tan bien –habló el alquimista con una sonrisa y nerviosismo presente, levantando las piernas del menor hasta su cintura, como manera de empezar aquello.

Y así empezó aquella noche.
Albedo trató con cuidado el cuerpo de Aether, haciendo lo posible por no lastimarlo y hacer que este se la pasara tan bien como él en aquellos momentos, cosa que sabía que nunca lograría, pues el "amor" era algo que solo uno de los dos sentía, sabía que Aether nunca lo amaría, pero le bastaba con escucharlo gemir de esa manera tan discreta y decaída con la que ya se había acostumbrado. Amaba darse a sí mismo la ilusión que lo amaba, y le molestaba su propia arrogancia al tenerlo ahí junto a él, siendo este un ser que nunca lo trató mal. Por eso planeaba dejarlo ir al día siguiente, por eso deseaba que Aether se entregara a él esa noche.
Y así fue.

Aether noto la delicadeza de los tratos de Albedo, siendo incluso más amable con sus partes íntimas que las veces en las que estaba de buen humor, de cierta manera, estaba respetandolo.
Esa noche, Aether no pensó en nada más, sintió cada tacto que Albedo le daba, cada movimiento que este hacía, cada palabra que mencionaba en su oído con suavidad. Todo aquello lo vivió y trató de no pensar en las demás experiencias horribles que había vivido.

Gimió tanto como le fue posible cuando Albedo entró en él, cuando este se movió con lentitud y suavidad, demostrando lo inexpertos que eran ambos en el tema, y por primera vez, no le parecío tan malo el momento, si bien no lo disfrutó, al menos no lo odio.
Cerro sus ojos de placer, y se arqueo las veces que pudo, tomó las sábanas con fuerza como método para evitar gemir más alto y enredo sus piernas en la cintura de Albedo, haciendo su mejor esfuerzo en apoyar toda su fuerza ahí. Albedo estaba notando todo aquello, ambos sabían que esa sería su última noche juntos, solo que sus razones para aquello eran diferentes.
Uno aseguraba que moriría al terminar.
Y el otro pensaba que al dejarlo ir este no lo volverá a ver.

Y solo uno tuvo la razón, siendo este el viajero, pues aquella noche, cuando terminaron su unión, durmieron juntos por primera vez.
Y entonces Aether tomó la mano del mayor, escribiéndole a su hermana una carta mental donde se despedía tanto de ella como de los demás, y entonces miró como el joven a su lado yacía profundamente dormido, con una expresión tranquila y hasta disfrutable de ver y entonces volteandose para quedar frente a él lo abrazo, un abrazo donde expresó su perdón hacia él, muriendo en ese mismo momento, con una expresión en su rostro que fue, tristemente, la primera expresión honesta que le dedico al alquimista.
Una expresión que quedó oculta cuando escondio su rostro en los cabellos del alquimista, sintiéndose seguro ahí mismo, sintiéndose listo para morir.
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Salvenme.
Déjenme ir.
Encuentrenme.
Eran palabras que recorrían su mente a diario. Palabras que nunca fueron escuchadas.
Hasta aquella noche, donde Aether murió en aquel sitio que tanto odio, abrazando al responsable de su miserable trastorno.

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