Logré alcanzar el castillo justo cuando se estaba realizando el cambio de guardia. Tuve que apoyarme contra uno de los frondosos árboles para recuperar el aliento y pensar en cómo iba a subir de nuevo a mi habitación; una vez me hube tranquilizado y mi pulso hubo recuperado su velocidad normal, conseguí llegar a la base del árbol que me conduciría a la seguridad de mi habitación. Esperé unos segundos hasta que me cercioré de que no iba a pasar nadie por allí en un buen rato y comencé a trepar con demasiada prisa; ni siquiera me aseguré de ver si alguien pasaba justo cuando estaba alcanzando el alféizar de mi ventana: estaba obsesionada con la idea de refugiarme bajo las mantas y quedarme allí lo que quedaba de noche y parte del día siguiente.
Se me escapó un suspiro de alivio cuando pasé mis piernas por encima del alféizar y las apoyé sobre el duro suelo de piedra; sin embargo, al girarme hacia mi cama, se me escapó un grito de horror.
Oren estaba jugueteando con un hilo suelto de mis sábanas y me miraba fijamente, con el ceño fruncido; la puerta de mi habitación estaba entornada, pero abierta.
-¿Visitando a algún amiguito especial a estas horas de la noche, princesa? –me preguntó el licántropo, con demasiada frialdad.
Me aferré al borde de mi ventana, tratando de que no me temblaran las piernas. Su presencia allí y su repentina pregunta me habían cogido desprevenida. ¿Cómo había conseguido colarse allí? ¿Cómo había abierto la puerta si yo me había encargado de cerrarla por dentro?
Compuse mi mejor cara de indiferencia.
-No es asunto tuyo donde haya estado o no –respondí con bravuconería.
Oren se inclinó hacia delante, olvidando por completo el hilo suelto. Me mordí el interior de la mejilla mientras mi cabeza trataba de encontrar una respuesta a las preguntas que me había hecho interiormente.
-De hecho ahora sí que es asunto mío –replicó, muy serio-. De haberte quedado un poco más en la recepción habrías visto que tu padre, en un alarde de generosidad, me ha convertido en miembro de tu guardia personal. En su capitán, específicamente –añadió con un tono cargado de sarcasmo.
Procuré seguir manteniendo el rostro sin mostrar emoción alguna. Sin embargo, por la ceja enarcada de Oren, supe que había fallado: la sorpresa de su noticia me había pillado con la guardia baja porque jamás me hubiera imaginado que mi padre pudiera hacer algo así… o que estuviera al tanto de mi última huida; eso quería decir que alguien, posiblemente mi hermano Daren, le hubiera ido con el cuento.
-Oh… eh… ¿Debería felicitarte? –balbuceé como una idiota.
El rostro de Oren se ensombreció.
-Deberías decirme dónde has estado –replicó, sonando demasiado autoritario-. Cuando he subido, dispuesto a darte la buena noticia, y no he recibido respuesta, me he asustado; por un segundo se me han pasado mil posibilidades por la cabeza… posibilidades que han desaparecido cuando he visto que te habías escapado de nuevo –añadió de manera intencionada, tratando de hacer que yo me sintiera mal.
O que confesara.
Lamentaba muchísimo empezar a tener secretos con Oren, pero no estaba dispuesta a contarle nada sobre mi encuentro con Admes; de contarlo, eso me supondría tener demasiados problemas y dar demasiadas explicaciones. Explicaciones que no tenía ninguna intención de dar.
Me crucé de brazos.
-Eso no te da permiso para entrar de esa forma en mi habitación –me desvié del tema y lo enfoqué de otra perspectiva, una que me convenía enormemente-. ¿Qué hubiera sucedido si estuviera durmiendo? Colarse en el dormitorio de la princesa mientras ésta está durmiendo… podría haberte traído muchos problemas.
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Blood. Libro Uno: Lyllea
WerwolfDos razas enfrentadas por el control supremo. Un amor prohibido. Un corazón roto. La guerra ha empezado. ¿De qué bando estás?