Sus palabras me golpearon como si alguien lo hubiera hecho físicamente. El corazón se me retorció dentro del pecho de manera dolorosa al repetirse en mis oídos las últimas palabras de Admes; lo miré estupefacta, incapaz de poder creerme lo que me había insinuado.
Sin embargo, el rostro hundido y derrotado de Admes me disuadió de seguir creyendo que todo, o al menos la mayoría, no había sido todo fingido; el vampiro se removió con un gesto de dolor y sus cadenas sonaron, sacándome de mi trance.
-¿Por qué me estás haciendo esto? –musité, dejándome caer de rodillas frente a él.
Antes de enfrentarme a Admes lo había tenido claro; había llegado a una conclusión que me ayudaría a seguir adelante. Había pensado elegir a Oren, ya que había sido la opción más estable y más conveniente para mi circunstancia; mis padres jamás se negarían si les expusiera que había decidido elegir a Oren, quien se había arriesgado para sacarme del castillo de los vampiros y me había llevado de vuelta a casa.
Pero, ahora... ahora no tenía nada claro.
-No me queda mucho tiempo –observó-. Al alba estaré atado a un poste mientras un nutrido grupo de licántropos estará pidiendo a gritos mi muerte...
Admes conocía demasiado bien el destino que le esperaba y, también, que su trato no iba a ser el mismo que pudieran tener el resto de presos de mi padre; no tendría un juicio, sino que sería condenado a muerte directamente.
Ni siquiera tendría la oportunidad de defenderse o de que valoraran que había sido él quien nos había ayudado a salir, traicionando su propia gente. A su propio padre.
Agarré mi vestido con fuerza, pues ya había tomado mi decisión.
-No morirás, Admes –afirmé-. Al menos, no de esta forma.
Escuché el sonido del hierro al chirriar cuando los soldados regresaron, indicándome que mi tiempo había terminado. Me puse en pie con resolución, dándome un par de palmaditas en la tela del vestido para quitarme la suciedad que se había pegado de estar sentada en el suelo; Admes me observaba con tristeza desde su posición en el suelo.
Le di la espalda y comencé a avanzar hacia la salida.
-Sé que es muy repetitivo –sonó la voz de Admes a mis espaldas-, pero lamento de verdad todo el daño que te he causado.
Negué con la cabeza varias veces mientras esquivaba a los guardias de mi padre y regresaba de nuevo a la planta baja; por el camino me encontré a mi hermano Daren, que venía del piso de arriba con aspecto bastante animado.
Cuando me vio en mitad de la entrada, sus ojos se iluminaron y se acercó trotando alegremente hacia mí.
-¡Lyllea! –exclamó, jovial-. He ido a buscarte a tu habitación pero no te he encontrado allí.
Miré hacia todos lados, incapaz de poder mirarlo fijamente. Mi hermano mayor me conocía demasiado bien y podría sospechar de mis intenciones; lo que me trajo a la mente la propuesta que tenía Oren para mi padre y Daren.
Daren me rodeó los hombros y me dio un amistoso apretón. Reanudamos la marcha, siendo yo guiada por mi hermano mayor.
-Todo el mundo te está esperando –me confesó Daren.
Lo único que pude hacer fue sonreír.
El salón al que fuimos estaba repleto de caras familiares que, cuando nos oyeron, se giraron a la par para observarme. El peso de todas aquellas miradas me dio ganas de dar media vuelta y echar a correr; mis hermanos y mi madre me observaban atentamente, como si tuvieran miedo de que pudiera hacerles algo.
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Blood. Libro Uno: Lyllea
WeerwolfDos razas enfrentadas por el control supremo. Un amor prohibido. Un corazón roto. La guerra ha empezado. ¿De qué bando estás?