XII. Esclavitud

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No sé cuánto tiempo duró aquel incómodo trayecto sobre el hombro de aquel vampiro. Ni siquiera sabía si habían decidido llevarse a alguien más o si alguien habría sobrevivido... Decidí apartar aquellas imágenes de mi cabeza, notando cómo el estómago me daba un vuelco, y no solamente por el viajecito sobre el hombro de aquel vampiro que montaba a caballo.

A mi alrededor oía los resoplidos del resto de monturas y el aire escapándose entre los dientes de mi jinete. Seguía con los ojos cerrados y no tenía ninguna intención de abrirlos para toparme con cualquier escena escabrosa que consiguiera que vaciara mi estómago finalmente.

Escuché un exabrupto procedente de mi captor y el estómago me dio un vuelco real cuando el vampiro descabalgó y me bajó del hombro para sujetarme entre sus brazos; mis fosas nasales se expandieron ante su aroma, que me resultaba vagamente familiar.

-¿Se ha desmayado? —preguntó una voz ronca y masculina.

El vampiro que me sostenía se encogió de hombros.

-Entonces llévala a sus nuevos aposentos —continuó la voz que no reconocía y sonó algo burlona-. Tendrá que acostumbrarse de ahora en adelante a su nuevo hogar...

«Ay, Dios, he acabado en cualquier burdel...», fue lo primero que me vino a la cabeza. El vampiro que me llevaba empezó a moverse y una corriente de aire me revolvió al cabello y, en algún lugar cercano, se escuchó una puerta abriéndose; el ambiente allí era mucho más frío que en el exterior. Los pasos del vampiro que me llevaba resonaban contra las paredes de piedra y casi podía escuchar su trabajosa respiración conforme seguíamos avanzando.

Otra puerta se abrió y tuve la sensación de que estábamos descendiendo; si antes la temperatura era baja, conforme seguíamos avanzando, el aire se hizo mucho más frío y podía escuchar pequeños animalillos correteando por allí.

-Vaya, vaya, ¿qué nueva preciosidad has decidido traerme esta vez? —preguntó otra voz masculina que claramente sonó a burla.

-Una última adquisición —respondió el vampiro que me llevaba en brazos.

-Déjala al lado de la mujer misteriosa —le ordenó el otro-. No le vendrá mal algo de conversación hasta que consiga habituarse a todo esto.

-Bien.

Mi cuerpo chocó con suavidad sobre una superficie dura y algo cayó pesadamente sobre mí. Antes de que pudiera conocer la identidad de mi captor, se escuchó una puerta chirriar y me encontré en una fría y sucia celda que se parecía muchísimo a las que mi padre tenía en su castillo.

Dejándome llevar por el pánico, me abalancé sobre los barrotes y comencé a zarandearlos mientras gritaba, pidiendo ayuda; se escuchó una carcajada amarga y casi rota en la celda que estaba contigua a la mía. Giré la cabeza y me topé con una enorme pared que me impedía ver quién era; aquella risa se repitió otra vez, poniéndome cada vez más nerviosa. Me acerqué a aquella pared y, pese a la poca luz que iluminaba la celda, pude encontrar un hueco lo suficientemente grande para poder ver un poco del interior de la otra celda.

-Hola, ratita —me saludó la persona que ocupaba la otra celda-. ¿Cómo has caído en las garras de estas amables criaturas?

No se me pasó por alto el tono sarcástico cuando se refirió a los vampiros como «amables criaturas». Intenté atisbar algo más sobre cómo era mi compañera allí, pero su celda estaba completamente cerrada; era como la boca de un lobo.

Apoyé la espalda sobre la pared y solté un suspiro.

-Han asaltado la comitiva donde viajaba —respondí con un hilo de voz.

Blood. Libro Uno: LylleaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora