XI. Asalto

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Desde ese incómodo momento en el castillo, había procurado evitar todo lo posible a Jan hasta que no fuera estrictamente necesario, no habiéndome salido del todo bien la jugada; mi madre parecía encantada, tanto con los preparativos de la inminente boda como por la idea de que Jan estuviera interesado en mí.

Había decidido encerrarme en mi habitación la mayor parte de mi tiempo, evitando a Oren y renunciando a mis escapadas a La Frontera; Oren, pese a mi intención inicial de esquivarlo, parecía estar en todas partes. Lo que también incluía a mi hermana Kebia, quien siempre parecía estar rondando en cualquier zona en la que estuviera Oren.

Me sentía molesta por ello, porque mi hermana mayor parecía estar dispuesta a quitarme también el único amigo que parecía haber conseguido; Kebia lo tenía todo, pero no parecía serle suficiente.

Los preparativos de la boda estaban revolucionando todo el castillo y la aldea que había cerca; mi madre estaba frenética, encargándose de todos los preparativos, puesto que la madre de Nile había fallecido años atrás y la futura novia no estaba preparada para llevar a cabo esas tareas.

La prometida de Daren había decidido instalarse en el castillo, junto a su padre, ya que dentro de poco iba a quedarse allí de manera definitiva; pasaba horas y horas junto a mis hermanas mayores, Zavia y Trinity, incluso a veces Herta, para aprender sus funciones dentro del castillo para cuando se convirtiera en la futura señora. Kebia parecía enfadada con toda la atención que había suscitado Nile en nuestra familia y se encargaba de hacer que la pobre chica se sintiera mal.

Tuve que apartarme del camino de unas doncellas que seguían apresuradamente por el pasillo mientras mi madre las seguía muy de cerca.

-¡Lyllea! –exclamó, consternada-. ¿Se puede saber dónde tienes la cabeza, criatura? ¿Qué haces vagando por el castillo como alma en pena?

Bajé la mirada automáticamente.

-Lo siento, madre –me disculpé-. Simplemente estaba paseando…

Mi madre arrugó la nariz, como siempre hacía cuando había algo que no le gustaba en absoluto.

-¿Por qué no vas a hacerle compañía a Nile? –me propuso pero, en el fondo, aquello era una orden implícita-. Está nerviosa por la boda y apenas habla con nadie, incluso ha dejado de asistir a las citas concertadas con tus hermanas.

No me extrañó que hubiera decidido encerrarse en cualquier habitación o se escabullera en la menor ocasión; a pesar de la apariencia feliz y alegre que había mostrado en la fiesta donde se anunció su compromiso y próxima boda, la realidad parecía ser muy diferente.

Lo que no lograba entender era por qué mi madre me estaba pidiendo que buscara a la prometida de Daren para que le hiciera compañía, me parecía una absoluta pérdida de tiempo.

Quise negarme, alegando cualquier excusa que se me pasara por la cabeza, pero los ojos de mi madre brillaron ante mi posible negativa, advirtiéndome de las consecuencias de hacerlo. Sus finos labios se fruncieron en una rígida línea.

-Nile está en el saloncito que da a los jardines –me informó de manera más que intencionada.

Asentí sin pronunciar ni una sola palabra y me despedí con una breve reverencia de mi madre, esquivando en el camino a un par de despistadas doncellas que parloteaban animadamente sobre el futuro acontecimiento; sabía a qué sala se refería mi madre y me dirigí allí apresuradamente, temiendo que mi madre tuviera su mirada clavada en mi espalda, comprobando que cumplía con lo que me había pedido.

No me molesté en llamar a la puerta, sino que entré y observé la figura solitaria de Nile en las banquetas que habían colocado cerca de las ventanas. Me aclaré la garganta al ver que no me hacía ni caso. Sus ojos oscuros se clavaron en mí con desinterés y, tras comprobar que solamente era yo, volvió a centrarse en las vistas de los jardines.

Blood. Libro Uno: LylleaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora