XV. Loba blanca

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Mi cuerpo se había convertido en un ente extraño para mí. Mis dedos se alargaban hasta convertirse en garras; mi columna se combaba para acoplarse a mi cuerpo de loba y toda mi piel me escocía debido al rápido crecimiento del pelo. Sin embargo, había algo en la mano que Oren mantenía sobre mi espalda que me tranquilizaba... que me hacía darme cuenta que no estaba sola del todo.

Gemí y arañé el suelo, haciéndome sangre. El olor nauseabundo de la celda tampoco me ayudaba mucho a tranquilizarme: se metía de lleno en mis desarrolladas fosas nasales y me provocaba más náuseas aún.

Ni siquiera fui consciente de que había terminado todo el proceso. Tenía el cuerpo completamente dolorido y respiraba afanosamente, por no hablar de los gruñidos que se me escapan por la garganta y que me hacían daño, como si me rasparan las paredes.

-Todo ha terminado –murmuró Oren a mi lado.

-¡Ya era hora! –apostilló la mujer misteriosa-. Creí que iba a estar toda la noche oyéndote quejar... por no hablar de los crujidos. Eran escalofriantes...

«Como si tú nunca te hubieras transformado por primera vez», dije para mis adentros, incapaz de poder decirlo en voz alta.

La transformación me había dejado exhausta, hecha un ovillo en el suelo, cubierta únicamente con la manta que había cogido Oren del camastro y que me había echado por encima por pudor. Tenía las mejillas húmedas y una sensación aplastante en el estómago, como si la loba no hubiera terminado de acoplarse de nuevo al sitio al que pertenecía.

Se me escapó un leve sollozo y escuché como alguien chasqueaba la lengua con fastidio.

-Oh, por todos los cielos –masculló de nuevo la mujer-. Tápale la boca de una vez, estoy cansada de oírla gemir y sollozar como un simple bebé.

-¡Apenas es una niña! –salió en mi defensa Oren, pero sus palabras no me animaron. En absoluto: me hicieron sentir mucho peor al darme cuenta de cómo debía verme... y que tanto tiempo se había callado.

-Tan niña no sería si sus padres ya habían decidido casarla –apostilló con maldad la mujer.

Eso me recordó que, al transformarme en loba, quería decir que me había convertido en una mujer y que, técnicamente, podía quedarme embarazada. Gemí interiormente cuando el olor a sangre me llegó hasta la nariz.

¿Podía ser un momento menos oportuno? Quería morirme allí mismo.

-Aquí huele a sangre –hizo notar la mujer y supe que sonreía-. Vaya, querida, enhorabuena por tu paso de niña a mujer. Te daría la típica charla, pero tu amigo terminaría horrorizado...

Me cubrí más con la manta que Oren me había prestado y deseé hacerme diminuta. Oren parecía estar un tanto azorado, ya que lo espié tímidamente y pude ver cómo desviaba automáticamente hacia un punto de la otra pared.

-¿Vas a ser así de inaguantable? –le espetó Oren a la mujer-. Porque cualquiera perdería aquí la cabeza... -hizo una pausa-. Lyllea, duerme en el camastro, yo me quedaré aquí abajo.

Casi se me saltaron las lágrimas de puro agradecimiento. Murmuré un agradecimiento mientras trataba de subirme al camastro sin que la manta se me cayera; en el suelo pude ver los restos de la ropa que había llevado y que, estaba segura, que no iba a sentarle nada bien a Admes cuando lo supiera.

-Quizá mi función es volver locos a los prisioneros que terminan aquí abajo –respondió la mujer a Oren, pero no pude seguir escuchando porque caí completamente rendida al sueño.

Sin embargo, y a pesar de haber agotado todas mis energías, estuve en un constante duermevela en el que escuché perfectamente cómo los vampiros regresaban a por nosotros. Oren gruñó algo a los vampiros, pero me terminé de despejar cuando reconocí la voz y a su interlocutor:

Blood. Libro Uno: LylleaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora