VII. Dolor

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Tuve que avanzar casi a tientas hasta alcanzar el borde de la fuente que había en el jardín. Oren se mantenía a mi lado, mirándome con auténtica preocupación y preguntándome si estaba bien o necesitaba algo; no me veía con las fuerzas suficientes para explicarle a qué se debía todo aquel ataque de pánico que me había entrado en el interior del castillo.

En mi cabeza se repetía una y otra vez la sonrisa tirante tanto de mi hermano como de aquella jovencita que parecía ser de mi edad. Había escuchado rumores en los pasillos de castillo que hablaban sobre la rápida pérdida de control que estaba teniendo mi padre en algunos pueblos que colindaban con la Franja Divisoria; los vampiros se estaban volviendo más osados, adentrándose en nuestro territorio, en nuestros pueblos. Aún no sabían cuál era el motivo de tal osadía, pero eso significaba que, de seguir así, podrían incluso llegar hasta aquí. Hasta la capital.

Oren me acarició la espalda con suavidad, tratando de calmarme, pero su simple contacto hizo que me pusiera más nerviosa aún. Noté cómo todos mis músculos se endurecían, poniéndose rígidos bajo su mano.

Escondí la cabeza entre los pliegues de mi vestido y ahogué un sollozo. No podía permitirme ponerme a llorar como una cría delante de Oren; aún recordaba cómo me había presionado allí mismo, intentando provocar mi transformación.

-¿Quieres hablar de ello? –me preguntó Oren, acuclillándose frente a mí.

Sus ojos me escrutaron cuando alcé la mirada tímidamente. ¿Qué podía decirle? Si mi hermano había sido el primero de nosotros que se había comprometido… ¿cuál de todos nosotros le seguiría?

Tragué saliva.

-Ha sido un momento de descontrol –mentí, a sabiendas de que mi don para la mentira era pésimo-. Demasiadas sorpresas en una noche.

Oren retiró lentamente la mano de mi espalda y la apoyó sobre su rodilla; mis ojos se clavaron en ella, recordando su tacto contra la tela de mi vestido, arriba y abajo, tratando de calmarme los nervios. La mentira que acababa de soltarle me quemó en la lengua. ¿Cómo podía basarse una amistad en la confianza si yo acababa de mentirle de manera tan descarada?

-Podemos quedarnos aquí el tiempo que haga falta –me aseguró el licántropo-. Además, dentro apesta a lobo sin bañar durante años.

Su intencionada broma hizo que me riera y que la tensión que había sentido disminuyera un par de niveles; seguía sin comprender cómo era posible que Oren, con el pasado que tenía a sus espaldas, pudiera tomarse tan a la ligera cualquier asunto. Traté de imaginarme a su hermano mayor, el que no paraba de golpearlo… pero no pude.

Mi mente no era capaz de procesar que tu propio hermano, sangre de tu sangre, pudiera comportarse de manera tan cruel. Sin embargo, eso era algo que Oren tenía bastante superado desde hacía tiempo.

Sopesé la idea de quedarnos allí durante el resto de la noche, pero alguien nos echaría en falta y las cosas podrían tergiversarse, como que mi hermana Kebia creyera que entre nosotros podría haber… algo. Recuperada de mi ataque de pánico y mucho más tranquila, me puse en pie y me sacudí el vestido a conciencia; Oren no me quitaba la vista de encima y, cuando lo miré, enarcó una ceja.

-¿Debería comentarte que tienes un grillo del tamaño de un gorrión en el hombro o crees que debería callármelo? –me preguntó, muy serio.

Mi estómago dio un vuelco y la piel se me erizó. Odiaba los insectos, cualquier clase, por muy inofensivo que fuera como una mariposa; solté un más que sonoro chillido y comencé a moverme de un lado hacia otro, tratando de quitármelo de encima lo antes posible. Escuché la risa lejana de Oren y alguien me frenó en seco.

Blood. Libro Uno: LylleaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora