XXII. Consenso.

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Daren me llevó todo el camino con su costado pegado al mío. Estuvo susurrándome cómo había ido todo desde que había desaparecido; me contó, no sin emoción contenida, que su esposa había logrado quedarse embarazada y que Trinity parecía haber encontrado al hombre de su vida, con la aceptación de nuestros padres incluso.

Se avecinaba otra boda.

Sin embargo, por muchas buenas noticias que hubieran tenido lugar en mi ausencia y las intenciones que tenía Daren de tratar de animarme, no surtieron efecto. La comitiva que llevaba a Admes iba por delante de nosotros y la espalda del vampiro se mantenía encorvada mientras los licántropos se encargaban de empujarlo para que acelerara.

-Mamá y papá estarán encantados de volver a tenerte con nosotros –me susurró mi hermano mayor-. No sabes lo arrepentidos que están de todo lo que ha sucedido.

Me pregunté si se refería a mi rápido compromiso con Jan y a su idea de que me marchara tan pronto del castillo para irme junto a mi nuevo prometido; a lo lejos pude distinguir las viejas murallas del castillo y mi corazón dio un vuelco de alivio y añoranza.

En las puertas nos esperaba otro destacamento de guardias de mi padre y mi propio padre al frente. El tiempo que había pasado separados de ellos les había pasado factura: el pelo de mi padre se había llenado de canas y su rostro se había llenado de arrugas; sus ojos estaban enrojecidos y con algunas venas rotas mientras que su boca formaba una línea tensa.

Sin embargo, al verme aparecer bajo el brazo de Daren, sus ojos se llenaron de lágrimas y rompió la línea para correr hacia mí. Dejé que me abrazara con todas sus fuerzas y parpadeé para contener mis propias lágrimas.

-Eres tú –masculló mi padre, evidentemente emocionado-. Estás viva...

-Estoy en casa –finalicé con una sonrisa.

Al igual que Daren, mi padre me rodeó los hombros con su enorme brazo y se giró hacia mi hermano mayor, pidiéndole una explicación.

-Fue Oren –le desveló Daren, lanzándole una rápida mirada a mi amigo, que seguía de espaldas a nosotros, comprobando que el vampiro se mantuviera bajo control-. Consiguió traerla de vuelta...

Mi padre entornó los ojos.

-Y ha traído consigo un jugoso premio –se relamió los labios.

Los ojos de mi hermano resplandecieron de odio.

-Según he podido averiguar, ese vampiro habría sido el artífice de la desaparición de Lyllea –le contó.

-Llevadlo abajo –ordenó mi padre, provocando que algunos licántropos se sobresaltaran-. Encadenadlo a la mazmorra más alejada y tenedlo vigilado en todo momento. No me fío de sus intenciones.

Todo aquello era innecesario porque estaba segura que Admes no iba a hacer nada que pudiera perjudicarlo; había entendido, quizá demasiado tarde, que las verdaderas intenciones del vampiro habían sido su propia captura, sin oponer resistencia.

Admes se estaba sentenciando a muerte él solo.

Sufrí un escalofrío al imaginarme todo lo que Admes tendría que soportar estando en las mazmorras. Una voz insidiosa me recordó que yo también lo había sufrido y que nadie había venido a ayudarme.

-No te preocupes, cariño –trató de animarme mi padre-. Te llevaremos a tu habitación para que puedas adecentarte un poco y reunirte con el resto de la familia. Todos te hemos echado mucho de menos, cielo.

Suspiré ante la perspectiva de volver a mi vida anterior y de poder darme un largo baño; los hombres de mi padre se apartaron para dejarnos pasar. Las antorchas estaban encendidas y los pasillos estaban vacíos; la poca calidez que transmitían aquellas paredes que me habían visto crecer me hizo sentir que podría olvidar todo lo que había vivido en el castillo de los vampiros.

Blood. Libro Uno: LylleaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora