III

1.7K 189 24
                                    



UN AÑO DESPUÉS

NAIN

Lo primero que percibo al llegar al departamento es un ligero olor a jazmín.

Las ventanas están abiertas, dejando que el viento primaveral entre y entibie el departamento que desde hace tres meses tiene habitantes en él.

—¡Llegaste! —Bianca me saluda desde el sofá, donde tiene varios dibujos a crayón distribuidos—. Creí que llegabas a las seis...

—La última clase se acortó —Explico, inclinándome hacia ella y besando sus suaves y embriagadores labios. Nunca me cansaría de esto—. ¿Qué tal tu día?

—Hoy hicimos dibujos que empiezan con la letra C.

Luego empieza a contarme de su trabajo en el Preescolar Hestia y de sus pequeños alumnos, quienes, por lo que he podido ver por las veces en las cuales he ido por ella en los seis meses desde que empezó a trabajar ahí, la aman.

Hace tres meses nos mudamos juntos. Fue una decisión que meditamos demasiado, pero luego de darle muchas vueltas, y darnos cuenta que ella pasaba mucho más tiempo en mi departamento que en el suyo desde que su sobrina nació, decidimos hacerlo.

—Voy a cocinar, ¿tienes ánimos de pasta? —Pregunto, quitándome el chaleco y enrollando mis mangas hasta los codos. El movimiento la distrae—. Bianca.

—Siempre tengo ánimos de comerte... Digo, de comer lo que haces —Sonríe con inocencia.

Me río y voy a la cocina, pensando en lo mucho que ha pasado desde que nos conocimos hace... ¿Casi cinco años? Tres desde nuestra primera relación...

Nuestra relación no es la misma de antes, esta vez quiero creer que las cosas funcionaron. Cuando fuimos a ver a mis padres hace unos meses, mamá asintió y me dijo que finalmente veía algo con futuro.

No es porque sea mi madre, pero le creí. Le creo.

Pero, más importante que eso, creo en nosotros. En nuestras conversaciones a las 3 de la mañana, en los secretos que compartimos, en nuestros miedos. Creo en ella cuando me dice que me ama y no tiembla, y creo en mí cuando le digo que la amo.

Eso es suficiente.

Preparo una cena rápida, pero cuando Bianca come me celebra y dice que sabe delicioso. Le cuento de mi día, mis alumnos, las evaluaciones que se acercan...

Reímos cuando le propongo ir a ver la próxima película de Disney al cine, y me pregunta si cantaremos juntos.

Luego ella lava los platos, porque cuando uno cocina el otro lava, mientras yo preparo café que llevo a nuestro pequeño balcón, con nuestra pequeña mesa de café.

—Podría hacer esto por siempre —Admito cuando ella se sienta frente a mí.

—Yo también —Sorbe su café, suspirando, y se gira hacia el atardecer—. No me molestaría tener esta rutina el resto de nuestras vidas.

Cuando giro mi rostro hacia el atardecer, pienso en el anillo que tengo en el cajón de los calcetines escondido hace tres semanas. No es el mismo de aquella vez, ese me encargué de hacerlo desaparecer. Este es distinto, y tiene una intención real.

No quiero atarla a mí, quiero que compartamos nuestras vidas como un matrimonio.

Sin embargo, no saldrá del cajón en un tiempo. solo lo hará cuando esté 100% seguro de que está lista.

—Nain... —Me llama tras unos minutos de silencio. Respondo con un suave "mhm"—. ¿Te casarías conmigo?

Me giro tan rápido hacia ella que me sorprende no haberme partido el cuello.

—¿Qué?

Desliza una pequeña cajita hacia mí. Es un anillo sencillo, de oro, sin ningún atractivo más que el brillante color.

—¿Te casarías conmigo?

La miro. Está ligeramente sonrojada, expectante a mi respuesta, pero...

—Espera aquí —Le digo y salgo corriendo a nuestro cuarto.

Saco del cajón el anillo que esperaba usar en un par de años, y sin embargo, aquí estamos. Ella 25, yo 29. La pareja más dispareja que puedes encontrar.

Yo tímido, ella extrovertida. Yo silencioso, y ella ruidosa. Somos opuestos, y sé que dicen que los opuestos se atraen, pero siempre creí que se aplicaba a la ciencia solamente.

Resulta que en algunas parejas también sucede.

Vuelvo al balcón. Ella está impacientándose, me doy cuenta por la forma en que golpetea sus uñas contra la mesita.

—Antes de darte mi respuesta... —Empiezo, arrodillándome y mostrando el anillo—. Me gustaría saber si aceptas una propuesta doble.

—La acepto —Sonríe, lágrimas formándose en sus ojos.

—Bien —Asiento, sonriendo—. Entonces si quiero casarme contigo, Bianca Acosta.

—Y yo contigo, Nain Herzog.

—¿Incluso si tengo una adicción insana al café?

Suelta una risita y cae de rodillas frente a mí, tomando mi rostro y dejando un beso en mis labios. Lento, suave, apreciando cada segundo de ello.

Porque no sabemos que pasará en un mes, ni mañana, pero sabemos que queremos estar juntos y disfrutar cada segundo que tengamos al lado del otro.

—Especialmente por tu adicción al café. 

Un Café al AtardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora