¿A qué saben tus ilusiones?

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Hogsmeade tenía una brisa singular: El viento tenía ese olor dulzón que se acusa en las pastelerías de pueblo, y que también se encontraba en su pelo, cuando lo soltaba y emitía ese aroma tan peculiar. No importaba a dónde fuera, él siempre lo iba a buscar. El canijo de Blaise había invitado a Luna a pasar la tarde de visita con ellos.

A Draco le pareció buena idea en su momento, pues le gustaba que ella estuviera a su alrededor. Debido a las clases, no la veía mucho: ella, siendo un año menor y de otra casa, no coincidía con los slytherin. A veces la observa caminar (o brincar) por los pasillos, junto a la comadreja pequeña. Y entonces, cuando entraba en su campo de visión, ella no tenía ninguna vergüenza en sonreírle, con todos los dientes, y de levantar su mano derecha, y gritar a todo pulmón: ¡Hola, Draco!, Haciendo que los demás estudiantes los miraran de manera extraña.

Quizá algún día tendría el valor para hacer algo más que asentir a su dirección.

A decir verdad, nunca fue un secreto que Luna Lovegood, la persona más excéntrica del curso, había comenzado una amistad igualmente excéntrica con un trío de tristones que se vestían de verde y plata. Para la mala suerte de Draco, fue una estocada en el ego que realmente a nadie le importara. Nadie los atacó por ello, Potter y los demás amigos de Luna siguieron su curso normal, mínimo de puertas para afuera, y la única que aún se extrañaba de tener a una ravenclaw desayunando en la mesa, era Davis. La había cachado un par de veces insultando las bufandas de Luna, (Que, vamos a ver, eran bastante horripilantes y horteras, porque les colgaba cosas sin una forma descriptible, pero de pensarlo a burlarse, hay un trecho) pero se limitó a ignorarla con pesadez después. ¿Qué era lo que espera? ¿Un escándalo? Ja. A nadie le interesaba su vida, después de todo. Aún.

Era invierno, y si algún día tuviese que expedir un patronus, sólo hacía falta recordar la brisa cortándole las mejillas. Blaise llegó, y se fue con Pansy, dejándolos a solas frente a la hilera de negocios nevados. Sería lindo si hubieran avisado que iban a traicionarlo de esta manera. Bufó, logrando que humito saliera de sus labios, que estaban a un pelo de rana de calva de volverse morados, por el frío. Se miraron de manera bastante torpe, rozando lo incómodo. Hasta que ella se quitó la bufanda (de esas a las que colgaba extraños amuletos y cuerdas de colores) y se la puso a él. Y entonces ya no era una bufanda fea y sin gusto, ahora era la bufanda de Luna, que hacía llegar a él de manera fácil y cómoda disfrutar del olor dulzón.

Por la manera en que se congeló, cuando al mismo instante sintió que todo su cuerpo estaba en fuego, supo que quizás Pansy tenía razón. Jodida Pansy, y jodido olor dulzón. ¡Pansy! Pansy se lo había dicho, ¿no? Mandarina. El olor dulzón era mandarina; Luna era mandarina. Si alguien tuviese una botellita de amortentia, también sería mandarina. ¿La felicidad? ¡Mandarina! Todo era mandarina y....mandarina le decía algo. Veía sus labios moverse, pero no entendió una palabra.

— (...) ¿Entonces qué dices?

— ¿Mand-mándEME? —¿Que si elevó la voz? Hasta Blaise y Pansy alcanzaron a reírse de él, y eso que ellos estaban muy lejos de ahí, en medio de una batalla campal y sanguinaria de bolas de nieve.

— ¿Vamos a Honeydukes?

— Sí, claro.

Esa tienda era el paraíso, para ambos. Simplemente con mirar sobre la paleta de colores, la artista en Luna se revolvía de satisfacción. Olía a aquellas promesas que den mientras uno duerme, a la lluvia de algodón en tiempo de pesadillas, y a la ilusión de aquel que nunca la ha perdido. Parecían dos chiquillos, de isla a estantes, correteando y mostrándose todo aquello que les llamaba la atención. Se decantaron por una variedad tan extensa, que no puedo mencionarla de lleno en este pequeño párrafo.

Un caramelo a la vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora