Sandía y prisión

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Terror.

Azkaban.

¿No significaban lo mismo?

La prisión de roca sólida inducía un terror abismal, que viajaba desde los cimientos, hasta lo más profundo de tus venas. Parecía que quería gritarle al mundo "Mírame" "Témeme". Miedo, angustia, pavor, incluso recelo. Llámale como quieras, que el sentimiento de igual forma va a erizar cada vello que poseas, va a recorrer tu nuca, y va a envolverte en un sudor frío intenso. Y no es que el problema fuera la imponente estructura, ni mucho menos el mar furioso que se azotaba con violencia y rodeaba el lugar.

Ni siquiera las rejas de hierro eran las responsables de esa constante sensación de peligro; no. Lo realmente aterrador, se encontraba dentro, resguardado del mundo. Dentro guardaba maldad. Cada recoveco había visto la sangre; en cada pared resonaban aún gritos y sollozos lastimeros. Carcajadas maniáticas se encargaban de que, hasta el hombre más valiente, se pensara dos veces entrar ahí.

Ni siquiera Lucius Malfoy podía escapar de la oscuridad que se cernía invasiva, sobre él. Eran finales de 1996, y el patriarca de la honorable familia se encontraba recargado contra una esquina llena de hollín, pero mantenía los ojos abiertos, esperando. Por supuesto que él no vendría, si no que mandaría a uno de sus muchos lacayos a hacer los trabajos. Lucius Malfoy supo que su espera había llegado a fin cuando distinguió unas pisadas pesadas por entre los murmullos incongruentes, y los gritos cargados de desvaríos. Definitivamente, él no debería estar ahí. Él no pertenecía a este asqueroso lugar.

La escasa luz provocó que el platinado pudiera percatarse de la silueta oscura que se contorneaba frente a los barrotes de su celda. Ya lo esperaba, pero aun así no podía evitar preguntarse cómo es que aquel mago pudo haber entrado a la prisión. Quizás nunca llegaría a entenderlo del todo.

— Pero qué mal te ves, Lucius.

La voz rasposa de la porción masculina de los hermanos Carrow fue apenas audible, viéndose ahogada frente a la incesante y molesta jauría de locos que había afuera. El aludido, arqueó una ceja, más aun así se las arregló para parecer indiferente. La penumbra le ayudó.

— Tú no estás mucho mejor. Y no tienes la excusa de estar cautivo en Azkaban.

— Excusas, siempre excusas. ¿No te cansas de huir, Malfoy?

Un incómodo silencio entre ambos inundó la celda, incluso los gritos del exterior pasaron a segundo plano.

— Dime lo que viniste a decir, pierdes el tiempo.

— Él va a vengarse.

Amycus Carrow casi pudo escuchar cómo el contrario tragaba saliva con pesadez. Debía admitir, que, si estuviera en el lugar de aquel hombre, él mismo estaría cagado de miedo. A veces se preguntaba cómo era que la idiotez y soberbia de Malfoy no lo hubieran ahogado aún.

— Lo sé.

— Quiere que sepas que va a castigarte por tus fallos.

— Lo sé.

— Quiere que entiendas que tarde o temprano, acabaras muerto.

— Lo sé.

— Pero primero, vas a sufrir.

— Lo sé.

— Tú y Narcissa. Tú y Draco.

Su respuesta quedó atrapada en el nudo que se le había comenzado a formar en la garganta. Debía haber supuesto que se tomarían represalias contra su familia. No me malentiendan; Lucius Malfoy era un hombre déspota, de corazón duro y mente fría. Su egolatría no permitía que viera más allá de su perfecta nariz respingada, y de sus grietas, ni siquiera florecillas marchitas sobresalían. Pero era humano. Y todos los humanos poseen un talón de Aquiles.

Un caramelo a la vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora