Capítulo XXXVI. Entrelazados

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En alguna parte
Hoy
Entrelazados

—Ya ha tardado un poco, ¿no es así?

Los rumores comenzaban a escucharse en los invitados mientras esperaban con ansias a la princesa. Thomas, se encontraba algo nervioso por la espera que ella provocaba, pero todo estaba bien ¿no es así? Ella vendrá. Se decía.

—Iré por ella. —mencionó Rapunzel para que una mano le detuviera su paso.

—No te preocupes, puedo ir yo. Quédate con los invitados e intenta calmarlos. —le aconsejó la reina para comenzar a caminar hacía el castillo.

Desde el fondo de ella tenía un presentimiento, sabía que tal vez aquellos sueños que había tenido últimamente eran una señal. Pero, ¿podría ser posible que...? No lo veía posible o tal vez las desiciones de ambos ya habían sido tomadas todo este tiempo.

Su caminata por los pasillos eran llenos de pensamientos, pero todo se aclararía hasta llegar a la alcoba de la princesa. Ya faltaba poco por llegar.

Y ahí estaba, aquella puerta como las demás de todo el castillo, de madera y protegida con metal para tener un mayor soporte y rigidez al paso de los años. Pero antes de tocar aquel semblante de madera, escucho algo o alguien en realidad; su voz eran gruesa y se entrecortaba a la unicion de sus palabras, aunque cada palabra que daba era inaudible para la mujer. Sabía de quién se trataba aquel chico con el que se encontraba su hija.

—Merida ¿Estás lista? —mencionó tocando delicadamente la puerta al ya no escuchar ninguna de ambas voces—. Te estamos esperando.

No recibió respuesta.

Sus golpes a la madera se volvieron más desesperados mientras que su voz subía de volumen al mencionar el nombre de su hija. Desde el fondo de su corazón, presentía lo que estaba sucediendo en aquel instante; pero se negaba, no podía perderla de esta manera así en esta vida. Quería despedirse esta vez.

—¿Está todo bien, Eleonor? —preguntó su esposo con un semblante alarmante. No obtuvo respuesta.

El hombre comenzó a dar golpes a la puerta para poder abrirla entre ellos. Estaba volviendo a suceder, ambos lo sabían pero esperaban que no fuera así. No de esta manera, no otra vez; imploraban a los dioses.

La puerta por fin cedió. Pero no había nadie en aquella habitación.

Ya era demasiado tarde.

—Se han ido.

° ° ° °

—¡No puedo creer que estamos haciendo esto! ¡Es una locura! —dijo alarmada la chica mientras abrazaba el dorso del castaño.

—¡Ni yo! —dijo de la misma forma pero con una sonrisa nerviosa.

Ambos chicos se encontraban sobre vuelo en el dragón negro que una vez hace años encontraron. El reino de DunBroch se volvía cada vez más pequeño a medida que avanzaban, todo se quedaba atrás.

—Debí haberles dejado una nota a mis padres, por lo menos, ¿y si regresamos? Podemos hallar una solución más coherente a lo que estamos haciendo. Debe de haber otra salida.

—Creo que ya es algo tarde para hacerlo ¿no lo crees?. Si volvemos puede que mi cabeza valga una fortuna para Thomas. —dijo algo melancólico y sarcástico.

Thomas era un gran chico, lo consideraba su amigo en realidad y pensar en ello le oprimía el pecho. Le rogaba a los dioses para que algún día lo perdonará tanto a él y a Mérida por lo que acaban de hacerle. Pero era la única opción que encontraron en dónde ambos podían ser felices.

Mericcup: Love In AshesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora