Observo su espalda desnuda y me obligo a tragar saliva y mirar en otra dirección, su piel morena siempre ha sido mi perdición. Su respiración suave me indica que ha caído rendida ante el sueño, a pesar de prometerme que le lloraríamos a la Luna juntos.Celeste nunca había sido fan de aullar a la Luna llena, su padre me lo comentó en una cena familiar dos días después de conocernos. Muchos pensarán que íbamos rápido, pero era lo normal entre nosotros, estábamos destinados, ya habíamos esperado suficiente, ¿por qué seguir haciéndolo? Hay que aprovechar el día a día, nunca se sabe cuándo será la última noche que podremos pasar unidos.
Mis dientes aún no se habían clavado en su cuello, la muerte de mis cercanos hizo que todo se fuera a la mierda, atrasando todos los planes que tenía en mente.
Conocí a mi mate poco después de la muerte de mi mejor amiga, siempre pensé que había sido una señal para seguir adelante, que se iba alguien esencial en mi vida pero que llegaba una persona que sería todavía más importante: mi otra mitad. Más tarde, la Luna de White Wolf murió a causa de unos cazadores y, poco después, Richard acabó también con su vida. A él no lo juzgaba, habían matado al amor de su vida y cayó en un pozo de pesimismo que no le permitía seguir adelante.
—Joel... Duérmete de una maldita vez —se quejó Celeste cuando se volteó y me encontró todavía sentado en la cama.
—No tengo sueño —admití, volviendo mi vista a ella—. Tú descansa, azulita mía, no queremos que mañana tengas ojeras.
—No me llames así —gruñó por lo bajo, detestaba ese apodo que hacía con apelación burlona—. Quiero que tú también duermas... Al menos túmbate aquí conmigo y deja que te abrace.
No me podía negar a eso por nada del mundo, dejó que mi espalda se acomode en el colchón y mi cabeza busque una posición cómoda en la almohada antes de abrir mis brazos y dejar que ella se acurrucara entre estos. Su cabello picaba en mi pecho pero era una sensación agradable, tanto que llevé mi mano hasta este para poder acariciarlo.
—Joel...
—¿Uhum?
Se ve dubitativa, al final aprieta los labios y niega con la cabeza, arrepintiéndose a tiempo y guardándose para sí misma eso que estaba a punto de decirme. Lo intuyo, claro que si, pero no digo nada en voz alta para no hacer las cosas complicadas entre los dos.
En algún punto de la noche me quedé dormido, supongo que su cercanía me relajaba hasta tal punto. Su cuerpo se encontraba calentito y pegado al mío solo me daba sensaciones agradables.
Habría sido muy de libro decir que fueron los rayos de sol los que molestaron en mi rostro por la mañana. Pero no. Fueron los gritos provenientes del exterior los que me hicieron girar en la cama y darme cuenta que Celeste ya no estaba allí conmigo, soy rápido en echar las sábanas para atrás y vestirme con la ropa que estaba tirada en el suelo. Fuera, mi loba y varios chicos de su manada discutían de forma brava.
—¿Qué está pasando aquí? —exijo saber, llamando la atención de las cuatro personas que formaban parte del jaleo.
—Quiero unirme a tu manada y dejar esta —soltó Celeste, mirando con mala cara al chico que parecía con ganas de gruñir.
—Eres una ingenua —bufó su compañero, mirándola casi con pena—. Su manada está en la mierda, van a terminar siendo unos lobos solitarios.
—¡Eso no es cierto! —chilló—. Y aunque lo fuera, eso a ti no debería de importarte, es mi mate y tomaremos la decisión que a nosotros nos apetezca.
Camino hasta ella y paso un brazo por su cintura para ofrecerle protección, mis ojos analizan a los tres chicos sin disimulo: el más alto, si mal no recuerdo, era el hijo del alfa de esta manada pero no había tenido la misma suerte que su padre y terminó siendo un beta; a su derecha se encontraba un chico que conocía de vista porque iba en mi misma universidad; y a su izquierda se situaba uno de estatura baja (quizá de metro sesenta) que llevaba el pelo teñido de rubio.
—¿Cual es el problema? —intuyo, mirando directamente al que parecía ser el jefe del pequeño grupo.
—No voy a dejar que cometa el error de su vida.
—¿El error de su vida? —repetí burlón—. Por favor, es mi mate y no será un error si decide hacer su vida conmigo.
Arrugó su nariz y pareció querer evitar lo que estaba oliendo. Mis alarmas se encendieron en ese momento. ¿Acaso le gustaba el olor de mi loba? Oh, no, no, no...
Acerco mi nariz al cuello de esta con la única intención de provocarlo y aspiro su dulce aroma, deleitándome con él. Cuando vuelvo a mirarlo está todavía más enfurecido que antes, lo que me hace sonreír de forma socarrona.
—¿Qué pasa, campeón? —lo tiento—. ¿No te gusta lo que ves o lo que hueles? A ver, quizá no te gusta lo que vas a escuchar... Es mi mate, mía, así que no metas tu hocico, ¿quieres?
—Aún no la has mordido, por lo tanto no la has reclamado como tuya —ruge, mirándome de forma retadora—. Podría clavar mis dientes ahora mismo en su cuello y sería mía para siempre, el lazo sería irrompible.
—O podría hacerlo yo —sonrío y paso mi lengua por el hueco de su cuello, Celeste se tensa ante mi acción pero le hago saber que no voy a morderla, no en ese momento. Cuando lo hiciera sería algo íntimo y nuestro, no actuaría como un idiota posesivo.
Arde de furia, se nota. Por eso es que no aguanta allí demasiado tiempo y se aleja soltando maldiciones que a mi me hacen reír.