Celeste me miraba casi decepcionada.—No, azulita, no me pongas morritos —pido mientras niego con la cabeza—. Vamos a hablar con tu manada y punto.
—Joel, no sabes lo que estás diciendo...
—¿Y qué quieres que haga?
—Puedes esperar —sugiere.
Yo suelto una risa sarcástica que me duele en el pecho. No sé si era tonta o buena de más, o quizá un poco de ambas cosas.
—¿Esperar a qué? ¿A que maten a alguien más?
—Deja de verlo todo negativo.
—Mariano ha muerto, ¿sabes que el próximo en la línea soy yo? Pues si quieres verme muerto, vamos a esperar.
—No digas tonterías, yo no quiero verte muerto.
—Entonces déjame hacer las cosas a mi modo.
—¡No solo eres tú, Joel! Yo también existo, tus decisiones también me afectan a mi. No puedes ir por ahí presumiendo de tener mate si luego te enfocas solo en ti.
Sus palabras iban a propósito para herirme, lo sabía muy bien y lo hacía de puta madre. Intenté mantenerme neutro pero me era imposible, dolía que ella dijera eso, dolía aún más saber que era verdad. Yo no quería hacerle daño por nada del mundo, supongo que por eso siempre trataba de alejarla de mis problemas... Pero alejarla era también algo que le afectaba.
—Estás volviendo a la muerte de tu mejor amiga, ¿no? —masajea la sien, como si a ella le doliera tanto como a mi—. A esa fase donde te encierras en ti mismo y nos dejas a los demás a la margen. Ese es tu principal error, Joel, no eres tú solo, yo también estoy aquí y me preocupo por ti. Si vamos a hacer algo, lo hacemos juntos.
—No lo entiendes, Celeste, no quiero que a ti te pase nada —le hago saber.
—A mi no me pasará nada si estoy contigo —se acerca para tomar mi rostro con sus manos—. Solo intentémoslo... Juntos somos fuertes.
Tomo sus manos entre las mías y las llevo a mi boca para besárselas. Haría esto a su manera pero sin exponerla demasiado, como tuviera un solo rasguño por mi culpa no me lo iba a perdonar en la vida. Su salud era lo esencial.
—Bien, vienes conmigo —susurré—. Pero por favor, intenta no hablar de más.
Estaba siendo injusto al pedirle que mantuviera la boca cerrada, pero la conocía y sabía que a la mínima que alguien se ponía a la defensiva, ella se alteraba. Así que no, no podía permitir eso porque iríamos solos y no nos convenía empezar una guerra de ese modo.
Asintió, dándome a entender que lo haría.
Dudaba de eso, pero no me quedaba más remedio que creerla.
Me limité a llevarla de la mano, como de costumbre, hasta llegar a su pueblo. Normalmente nunca había mucha gente por fuera, a excepción del mío, y para mi sorpresa ese día sí que había personas caminando por fuera, niños jugando y algunos adultos hablando entre sí. No éramos personas de llamar la atención, nuestra presencia nunca era esencial para nadie... Hasta ese momento donde todos se volteaban a mirarnos cuando pasábamos por su lado.
—Vaya, vaya... ¿A quien tenemos por aquí?
La voz me resulta familiar, creo que puedo saber de quien se trata sin necesidad de mirar en su dirección.
—Deja de joder —gruñe mi mate en cuanto lo ve.
—Celeste, pensé que las cosas habían quedado claras. Si lo escogías a él, no volvías a pisar nuestra tierra. ¿Qué haces entonces aquí?
—Hemos venido a hablar con tu padre, el alfa de la manada, no nos interesa perder el tiempo con un beta —hablo, ganándome por completo su atención. Sus ojos me miran con desprecio en la primera visual pero después lo hace con diversión.
—Anda, el futuro alfa de White Wolf, te ha venido de perlas la muerte del italiano, ¿no es así?
—Mariano y yo no teníamos la mejor relación pero como alfa de la manada le debía respeto, no insinúes cosas que sabes que non son ciertas. Los que tenéis las garras manchadas de sangre sois vosotros, no yo.
—¿Y por qué habríamos nosotros de mancharnos las garras con sangre de tu manada? Madura, Pimentel, me la pela.
Su tono de voz lo estaba delatando aunque él no quisiera darse cuenta.
Había un motivo.
Claro que había un motivo.
Y yo me estaba dando ahora cuenta de ese motivo que tenía al lado y apretándome la mano.
—Te gusta Celeste, no disimulas una mierda —siseé—. Quieres quedártela como si fuera un maldito trofeo más en tu estantería, pero escúchame bien, echa las orejas para atrás y escucha con jodida atención: Celeste es mi mate, mi loba, mi mujer. Si quieres ir a la guerra por ella, iremos, pero el destino no se puede cambiar. Puedes ganar la guerra, no digo lo contrario, pero aún así jamás te ganarás su amor —sonrío de lado al ver la expresión que se estaba formando en su rostro—. Tú decides. Ahora, dime donde puedo encontrar a tu papi porque él va a enterarse de este capricho tuyo de niño malcriado.
—Tú no tienes nada que decirle a mi padre, lárgate de este sitio.
—¿Quién te crees que eres para darme órdenes?
—Joel... —la advertencia de Celeste hace que la mire, ¿acaso se creía que debía de tener cuidado con este niñato?
—Soy el hijo del alfa —gruñó.
—No eres nadie.
—¡Si que lo soy!
—¡Demuéstralo!
—¡Basta ya! —chilló Celeste, soltándose de mi mano para conseguir mi atención—. Os estáis comportando como idiotas... Y no será necesario ir a por el alfa porque en estos momentos ya está caminando en nuestra dirección, felicidades.
No me sentía intimidado por el hombre de metro ochenta que rondaba los cincuenta años, aunque su semblante fuera de completa seriedad, su cara de pocos amigos no me iba a echar para atrás.