Capítulo 13

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Corrí hacia ella, sintiendo mi mundo desvanecerse con cada paso que daba, me dejé caer de rodillas en el suelo y envolví su cuerpo con mis brazos para acercarla lo más posible a mi.

Había llorado, tenía las mejillas empapadas de lágrimas y los ojos irritados de haber llorado tanto. Temblaba bajo mi tacto.

¿Cómo había permitido que algo así pasase?

—Estoy aquí, azulita —murmuré en un hilo de voz que ni yo entendí demasiado bien—. Ya todo ha pasado, no tienen ni idea de con quien se han metido...

Sollozó al oírme y con las pocas fuerzas que le quedaban se aferró a mi.

Sentí el pecho apretado, me dolía tanto verla así que daría lo que fuera para transmitirle mis pocas energías y que se pudiera levantar, sonreír y echarle garras a la vida.

—Joel, pensé que nunca volvería a verte —lloriqueó sobre mi hombro—. Está loco, jodidamente mal de la cabeza...

—Lo voy a matar —murmuré, sabiendo que era una promesa que no tardaría demasiado en cumplir.

Besé su cabeza varias veces y me separé unos centímetros para volver a mirarla por completo. Bajé entonces por sus prendas y caí en cuenta de que estaban hechas pedazos, su piel tenía cortes por todos lados y la sangre lo teñía todo. Me llené de impotencia. Cuánto le habría de estar doliendo eso ahora mismo.

—Me arrebató lo que más me gustaba de mí misma —confesó en voz baja—. Me inyectó algo que me hizo renunciar a mi loba y ahora solo soy una simple humana, no tengo fuerza, no soy capaz de escuchar algo que esté lejos, no veo en la oscuridad, no puedo hacer absolutamente nada de lo que estaba acostumbrada a hacer y por ello me siento más ridícula que nunca. No sé cómo tengo que comportarme ni nada, es como si no fuera yo.

Le habían quitado su esencia, todo aquello que le hacía sentirse ella y que la definía.

¿Pero quien decide lo que define a una especie? Los que lo hacen es con el único fin de clasificarlos, algo típico de humanos, que mediante características básicas diferenciaban a las especies que no eran como la suya.

La verdadera esencia estaba en el interior de cada persona. Las garras no definían a nadie, ni tampoco el sentido del olfato, el oído agudizado o la visión nocturna.

Al igual que a los humanos tampoco los definía su corte de pelo, el diseño de sus uñas, el color de sus ojos o cualquiera de esas mínimas cosas.

—Escúchame, Celeste, esto no es permanente, a mi también me inyectaron lo mismo pero es cuestión de tiempo que empieces a canalizar tu fuerza —indiqué, acariciándole el cabello con los dedos—. Y aunque no fuera así, créeme que te amaría aún siendo humana, porque tú vales muchísimo como persona. La luna juntó a nuestros lobos, pero fuimos nosotros quienes dejaron de lado el destino para que nuestras almas se amasen, ¿recuerdas?

Cosa que los lobos no hacían, creíamos en el destino y hacíamos lo que este nos dictase. Pero nuestra relación siempre tuvo sus pequeños detalles que la hicieron diferente a todas ls demás. Eso era bueno, a veces nos comportábamos también como dos simples humanos enamorados, perdidamente enamorados, que no sabían todavía cómo funcionaba eso del amor y solo se limitaban a sentirlo, fuera como fuera.

Yo la amaba.

Había caído en esa conclusión hacía bastante tiempo, tenía claro que vivir sin ella no era vivir, suficiente tuve con el tiempo que la alejé de mi solo para poder llorarle a dos muertes de las que no me había permitido el lujo de poder hacerlo.

Pero alejar a las personas para evitarles un sufrimiento de nuestra parte, a veces era el mayor dolor de todos para ellos.

Y yo, que sabía muy bien lo que era sufrir y hacer sufrir a los demás, tenía muy claro que no me permitiría hacerle daño a ella. Celeste lo era todo para mi y si por mi culpa se ponía mal, entonces me mataría, una mujer como ella no merecía sufrir por nada ni por nadie.

—Eres un cielo, Joel —me susurró, mis ojos se llenaron de lágrimas sólo de escucharla decirme eso en ese tono de voz—. Juro que si salimos de esta nos casamos y tenemos tres cachorros.

Apreté su cuerpo contra el mío. Esperaba sinceramente que ese promesa fuera real porque no había cosa que amase más que tenerla conmigo y hacer una familia juntos.

—¿Te imaginas a nuestros hijos? Quizá con mi color de ojos pero con tus rizos, que tengan la nariz pequeña como yo pero los labios gruesos como tú... Serían simplemente perfectos.

—Más allá de los rasgos físicos van a ser perfectos ya solo porque serán hijos nuestros —le hice saber, porque no había realidad más grande que esa.

—Si, probablemente tengas razón, siempre la tienes —me miró a los ojos durante unos segundos que parecieron eternos—. Te amo con mi vida, Joel, ojalá pudiera volver el tiempo atrás y dejar que enterraras tus dientes en mi cuello para marcarme como tuya...

La idea que llega a mi mente es simplemente brillante, una marca podría arreglar muchas cosas, un vínculo entre mates era literalmente algo mágico y nos permitía muchas cosas que en momentos así podríamos necesitar.

Ella necesitaba energía, necesitaba fuerzas.

Y si tuviéramos un lazo podría pasarle las pocas que me quedaban a mi.

Sin preguntárselo, ni tampoco diciéndole nada, ladeé su cabeza hacia un lado y llevé mis labios a su cuello. Besé la zona, pasé mi lengua por esta, sintiendo sus débiles pulsaciones en mi boca, y sin esperar a algo más enterré los dientes en su piel. Un febril jadeo se escapó de sus labios, sus dedos se aferraron a mi ropa y la escuché repetir mi nombre una y otra vez. Esperaba que estuviera sintiendo la misma adrenalina que yo en ese momento, pues por primera vez en mucho tiempo podía gritar que me sentía completo solo por estar atado a ella.

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