Dejé a Celeste en su casa al entrar la noche, sus padres me matarían si supieran que no cuidaba de su hija estando en su propio pueblo, así que decidí ser un novio responsable y llevarla hasta su casa. Ella al principio se negó, pero no tardó mucho en ceder, sabía que era lo correcto en ocasiones como esa.—Las cosas están difíciles ahí fuera, así que no salgas —pedí en voz baja—. No me lo podría perdonar si por mi culta te llega a pasar algo, ¿si?
—Qué pesado eres —resopló—. No me pasará nada de nada, esta era mi manada, no podrían hacerme daño aunque quisieran.
—Permíteme dudarlo...
No confiaba en esta gente.
Sentía decirlo, pero no me gustaban un pelo. El hijo del alfa no era un rival digno para mi, pero si tenía que sacar las garras contra él no dudaría ni un solo segundo. Celeste era mi todo y lo era para toda la vida, ni siquiera un idiota como él se opondría.
—Confía en mi —me pidió, poniendo su mano en mi rostro para acercarlo al suyo.
—Confío en ti, es en otro en quien no confío —le hago saber antes de juntar nuestros labios y darle un beso, ambos lo estábamos deseando. Su boca encajaba tan perfectamente en la mía que besarla significaba ir al cielo y no querer regresar a la Tierra jamás—. Iré a ver al alfa, tengo que comprobar con mis propios ojos que todo está bien. Tú pórtate bien.
—No puedes decirme "pórtate bien", no soy tu mascota o...
—Eres mi loba —la interrumpo, regalándole una amplia sonrisa—. Lo siento si sonó como algo autoritario, sabes que no soy así contigo.
—Lo sé —me susurra de vuelta, sonriéndome de igual manera—. Tú eres el que debe portarse bien, no te metas en ningún lío.
—No lo haré —no era una promesa porque no podía asegurar nada de nada—. Nos vemos mañana.
Sabía que en esa manada yo no era querido, se notaba en las miradas que me lanzaban mientras caminaba hacia casa del alfa, era consciente de que si hacía algún movimiento sospechoso se me tirarían encima. Tendría que andarme con cuidado.
Sin embargo, el hombre que me abrió la puerta de casa me brindó una sonrisa amable que no tardé en devolverle.
—El señor sabía que vendrías, lleva preguntando un buen rato por ti —me hizo saber mientras me guiaba a su habitación.
No quise preguntar por qué, la verdad es que suponía que solo se trataba de amabilidad y punto. Sería lo que haría cualquiera persona con dos dedos de frente: preocuparse por algo que había ocasionado.
—¿Cómo se encuentra? —le pregunté nada más entrar en la habitación al verlo con dos almohadas tras su espalda.
—Bien, no te preocupes, solo ha sido un susto —me tranquilizó—. Soy viejo pero duro, ademas dicen los humanos que hierba mala nunca muere y debe de ser cierto.
No podía entender como estaba de humor para hacer chistes, hace nada tenía un pie en el barrio de las flores.
—¿Y la chica? Dile que pase.
—Celeste no ha venido —murmuré en voz baja—. La dejé en su casa antes de venir.
Se incorporó de inmediato, asustándome.
—¡No! —gritó—. No, hijo, has cometido un error, los chicos van hacia allí y me temo que no van con buenas intenciones. Yo... Yo pensé que la traerías contigo, es tu mate, un lobo no puede alejarse demasiado de su mate... ¿No te lo grita tu lobo interior?
Sacudí mi cabeza y salí corriendo de su casa, convirtiéndome en lobo una vez que crucé la puerta para así correr más rápido. No tenía tiempo para decirle que no la había marcado, mi prioridad ahora era ella y si no me daba prisa podría llegar tarde.
La puerta de su casa estaba abierta.
Mierda, mierda, mierda.
Entré sin pensármelo dos veces y usé mi olfato para seguir un rastro imposible, pues todo allí olía a ella. Estaba perdido. Me estaba emborrachando de su olor.
—Justo aquí quería tenerte, lobito —se burló el sujeto de pelo azul—. Ella está en otra parte, hemos sido más rápidos que tú, ¿eh? Para ser un alfa no tienes las habilidades demasiado entrenadas.
—Dime donde está Celeste y nadie saldrá herido.
—¿Crees que estás en posición de amenazar?
—¿Por qué no te vas a la mierda? —gruñí y di un paso al frente, por un instante vi el miedo reflejado en sus ojos pero fue rápido en borrárselo.
¿Qué tenían planeado? ¿Por qué me olía a algo malo?
Reaccioné mal, poniendo mis patas en su pecho y empujándolo, haciéndolo caer al suelo con un sonido ensordecedor. Mis garras estaban clavadas en su camiseta con fuerza, no le serviría de nada después de ese día.
—¿Dónde diablos está Celeste? —rugí.
—¡Ahora, chicos!
Levanté las orejas y aullé de dolor cuando sentí una aguja atravesarme el pelaje. Calmantes no, por favor. Adormecedores no, por favor. No me hagáis esto.
Intenté defenderme todo lo que pude hasta que mis ojos cayeron y mi cuerpo también, inmóvil, sin poder hacer nada hasta recuperar la consciencia.