Capítulo 8

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Los médicos llegaron y lo atendieron, pero aún así me sentía impaciente y culpable. Yo no quería que a ese señor le pasase algo malo, el problema no iba con él sino con su hijo.

—Estará bien, Joel, es un hombre fuerte —me aseguró Celeste, tomando mi mano entre las suyas—. Nunca te había visto tan asustado, la muerte ya asusta.

—No, la muerte no me asusta, me asusta saber que lo que tenemos hoy quizá mañana ya no vuelva. Me jode pensar que muchas veces la vida de una persona se la lleva una estupidez —aprieto los labios—. Hay que vivir, joder, vivir sin importar el qué, el quién, el cómo... Porque la vida es tan corta para algunos, que ni tiempo han tenido de vivirla.

—Joel... —susurra antes de envolver sus brazos en mi cintura, la pego a mi cuerpo, teniendo más miedo que nunca de perderla y le acaricio el pelo cuando apoya su cabeza en mi pecho—. Vamos a vivir la vida como nos merecemos, te lo prometo.

—Lo sé, azulita, contigo lo sé —susurré de vuelta, besándole la frente.

Nadie nos había dirigido la palabra desde que estábamos allí a la espera. Yo no podía irme sin antes saber cual era el estado de ese hombre, le había causado un infarto yo, me da igual que todo fuera a causa del hijo, si yo no hubiera ido a decírselo todo estaría bien. Ahora, por mi culpa, había un niñato desterrado y un alfa al borde de la muerte.

Bravo, Joel, tú si que sabes como hacer historia.

Nosotros también nos mantuvimos en silencio, yo no quería seguir dando charlas llenas de filosofía sobre la vida y la muerte, al fin y al cabo, cada quien era libre de pensar lo que quisiera con respecto al tema.

—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —su voz era baja, pude percibir una sonrisita de su parte que me contagió la mía—. La muerte es un mal necesario, Joel.

Lo era.

La muerte era un mal necesario. Cerraba etapas para abrir otras nuevas. No en la vida de quien se iba, o si, ¿quien sabe? Si ninguno había venido de vuelta para contar si había vida en el cielo o en el infierno; pero lo era para la gente que quedaba aquí. La fuerza les obligaba a resistir, a volverse personas más dura, más valientes. Porque solo aquellos que viven con el dolor día a día saben lo jodido que puede llegar a ser.

¿Pero son cobardes los que no pueden soportarlo?

Conocía de primera mano el caso del vampiro, quien no me simpatizaba pero estaba más destrozado que yo tras la muerte de mi mejor amiga. ¿Cómo era eso posible? Si los seres como él, muertos, no sentían más que deseo por la sangre. Por matar. Una y otra vez.

Pero en él había lágrimas. Había dolor. Había sufrimiento.

Y nuestro, por siempre, alfa.

Era comprensible. Si él ya no estaba vivo desde aquella noche de luna llena que su loba salió descontrolada de casa. No lo estaba. Vivía en agonía desde entonces.

Criticaban muchos su decisión. ¿Pero que habrían hecho los demás en su lugar?

Yo me iría de cabeza al infierno, sin duda, una vida sin mi mate no se podría considerar vida, por ridículo que suene, por eso nunca lo había culpado del todo.

¿Me jodía? Si.

¿Lo entendía? Ahora más que nunca.

—Hacía un frío de la hostia —anunció, negando con la cabeza—, y eso que los lobos no sentimos el frío, ¿eh?

—Oh, no me digas que tenías frío, cariñito mío —sonreí divertido—. Eso tendrías que haberlo dicho en el momento y así te calentaba.

—Pensé que tenías respeto a los muertos, Joel.

—No cuando se trata de ti —le aprieto las mejillas y la miro a los ojos.

Hacía frío, si que lo hacía, el viento golpeaba con fuerza y lo movía todo a su paso. Era difícil mantener los ojos abiertos, hasta que vi los suyos, joder, no había viento que importara.

Mi nariz se arrugó de manera involuntaria.

Su olor.

Lo más delicioso que había entrado por mis fosas nasales en toda mi vida.

Es ella. Es ella. Es ella.

Apreté mis puños a ambos lados de mi cuerpo y me centré en lo que estaba.

Pero era tan jodidamente complicado cuando su aroma me invadía y su mirada estaba clavada en mi. Iba a enloquecer.

Fue ella quien se acercó, puso su mano en mi nuca y estampó sus labios en los míos con descaro. Esa es mi mujer.

—He esperado demasiado para este momento, no me hagas tú esperar más —pidió sobre mis labios.

Lo había elegido el destino, pero bien podría haberlo elegido yo.

—Fuiste una descarada —murmuré divertido mientras le acariciaba el pelo.

—Te encanta cuando soy descarada, no lo niegues.

—No lo negaría jamás —admití, sonriéndole.

Porque era verdad. Cada persona tenía su propia esencia y Celeste con sus arrancadas de descaro era muy Celeste, nunca me cansaría de decirlo. Incluso era divertido. Desde ese día supe que mi vida iba a ser un reto.

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