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Jinyoung

- ¿Jinyoung? Bebé, tengo que ir a trabajar.

Malditamente increíble. Por veintiséis años, odié las mañanas con pasión. Lo único que hizo falta fue que Romeo me llamara bebé, y estaba enterrando mi cara en una almohada para esconder mi maldita sonrisa. Sentir sus cálidos labios cepillar mi piel tampoco fue tan malo.

- Voy a llevar a los niños a casa de mamá. Pasarán la noche, así te podrás quedar en cama tanto como tú quieras.

Finalmente abrí mis ojos. ¿Qué diablos? No estaba en el cuarto de huéspedes. Pensándolo un poco, no podía recordar haber llegado a la cama tampoco.

- ¿Cómo llegué aquí? - pregunté. Mi voz sonaba un poco rasposa por el sueño.

La cama se hundió junto a mí mientras Jaebeom se sentaba.

- ¿No te acuerdas? Prácticamente me rogaste que te trajera a la cama e hiciera lo que quisiera contigo la noche pasada. - Esa maldita sonrisa sexy me daba a entender que estaba jugando.

- Bien, pero si termino embarazado, tendrás que casarte conmigo - contesté. No necesitaba saber de que estaba tomando la píldora esos días.

- No sería de otra manera - sonrió.

- Por favor - murmuré. - Crees que soy una perra ahora, imagíname con los pies hinchados.

Frotó mi tobillo a través de la sábana.

- Igual cuidaría de ti incluso si fueras una perra. -

Reí. - ¿No eres dulce?

- Trataré de salir temprano. Sera mejor que estés aquí cuando regrese - advirtió antes de besar mi mano e irse.

Aunque sus sábanas olían increíble, finamente me obligué a salir de la cama. Me sentí extraño estando en casa de Jaebeom por mi cuenta. A pesar de sus advertencias, necesitaba ir a casa y hacerme cargo de unas cuantas cosas. Tomé la llave de repuesto, para que así pudiera regresar más tarde.

Bambam estaba en el trabajo. Se iba a mudar a los dormitorios pronto, pero sabía que con su avanzada relación con Yugyeom, se terminaría quedando aquí más que allá.

Había un enorme paquete afuera de mi puerta principal con mi nombre en el. Era tremendamente sospechoso. Había sido empujado a demasiadas bromas como para que no lo fuera. Si esto era un truco, lo merecía, pero tenía mucho orgullo como para abrirlo donde alguien pudiera verme, así que fui hacia dentro.

Cuidadosamente rasgué el envoltorio, abriéndolo con mis dedos antes de sacar el contenido en la barra.

Mi respiración se atoró en mi garganta cuando la máscara dorada se deslizó frente a mí. Se veía exactamente como la máscara que había usado hace más de siete años; la misma maldita máscara que había dejado caer al piso mientras era violado por un extraño. Mi mano tembló mientras alcanzaba el pedazo de papel que cayó a un lado.

La escritura no me era familiar.

Dejaste caer esto.

Era jodidamente espeluznante. Si esto era una broma, no era muy divertida. Arrojé todo de vuelta en el paquete y tomé mis llaves del mesón.

- ¡Park! - sonrió Jackson mientras llegaba a su oficina. Su sonrisa decayó un poco cuando vio mi expresión tensa. - ¿Qué va mal?

- ¿Qué diablos es esto? - arrojé el paquete a su escritorio.

- ¿Uhm… un paquete? - contestó. Lo abrió y sacó lo que contenía.

- Solo dime de dónde sacaste la máscara - declaré.
Jackson me miró con verdadera preocupación en los ojos.

KIDNAPPERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora