III. LLAMADA

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El hombre de ojos naranja disparó al aire, el sonido del disparo parecía como un horrible trueno, eso fue suficiente para que todos dejaran de correr, todos los que estudiaban y  los que trabajaban en el colegio se agacharon asustados.

— ¿A dónde coño creen que van? ¿Cómo puta mierda piensan que van a salir si su peleador acaba de perder?

«Acaba de perder», esas simples palabras pesaban más que el plomo mismo, nadie quería ni podía creer eso, habían perdido, era como un sueño, algo parecido a un sueño, pero era más que obvio que no lo era, era como un maldito torbellino que arrastraba a uno a lo más profundo del infierno.

Babosa subió el cadáver ensangrentado de Juan Pablo Murciélago Infante sobre sus hombros, parecía que llevaba un costal. Ese maldito gigante depravado iba cantando una canción tétrica y escalofriante mientras caminaba relajadamente hacia las gradas. Los estudiantes que habían formado una circunferencia se apartaron horrorizados, no querían que ese hombre los mirara, no querían que los ojos rosados brillantes de ese sádico se posara en ellos, tenían mucho miedo, había varios que estaban llorando pidiendo que sus mamás los salve. Babosa se detuvo, parecía estar pensando. Bajó el cuerpo sin vida y ensangrentado de sus hombros. Una sonrisa desagradable, viscosa, como la del gato rizón de Alicia en el país de las maravillas apareció en su boca.

— ¿Queréis jugar también? Todos vosotros podéis jugar—le dijo a un chico que estaba delante suyo, el chico era casi del tamaño de ese tipo, tenía buenos brazos, se notaba que iba al gimnasio, tenía el pelo negro y largo hasta las cejas, tenía un acné muy avanzado. Comparado con ellos Santiago parecía un niño, García no podía creer que hubiera tantos tipos altos, que parecían más grande que The Under Taker de la WWE en Tesla.  El chico le respondió con una voz temblorosa y casi sollozando: “—No me mates, por favor”

Babosa le agarró la tráquea con su enorme mano.

El chico abrió los ojos en enormes “o” mayúsculas. Sus ojos se estaban tornando rojos.

— Suéltalo—el gigante no obedeció—. Suéltalo ya Babosa—la voz del hombre del pelo gris era un poco más exigente. Bajó los escalones de las gradas con gran lentitud, mientras observaba al hombre de la cara quemada con esos ojos naranjas sin ninguna expresión—. ¿Crees que vinimos a este lugar a complacerte con tus gustos de mierda? No somos como el resto del costal de mierda. Tu maldito comportamiento ya me está tocando mucho los huevos. ¿Acaso ya olvidaste la basura que eras? ¿Cómo te encontró El niñero en tu propia mierda? —Babosa abrió su enorme mano. La mirada juguetona y excitada cambio a una muy seria, no estaba para nada contento—. Estas siendo muy desobediente. Vuelve a la formación.

Santiago trago saliva.

Ese era el jefe no había discusión, aunque fuera más pequeño que Babosa era más intimidante, esa cara que no demostraba ninguna emoción era como si intentara ver a través de tu alma.

— Ah, recoge esa mierda del suelo. Haz lo que quieras con ello. No era necesaria una maldita explicación, ese pequeño acto de rebeldía mostró que el gigante no era a quien se le debía temer, era a él.

— Mamá…no quiero…morir. —intentaba decir alguien pero Santiago de donde estaba no podía ver quien era, era una pequeña voz gruesa como la de un ogro de cuento que sollozaba—. No e-es-to-to-y pre-pa-pa-rado para morir.

El hombre de ojos naranjas se detuvo.

— Creeme, nadie lo está.

Le descargo todas sus balas en el rostro a Juan Pablo Infante. Si no hubiera sido porque el chico que estaba tapando la vista de a Santiago se hubiera caído asustado, éste no hubiera visto que era lo que estaba pasando.

Torturados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora