XIII. EL ECO DE LA DESDICHA EN EL PALACIO DEL DOLOR

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Tobey se tambaleó, su mente nublada por el terror. La sala, antes un lujoso salón de fiestas, ahora era una escena infernal. La sangre cubría el suelo y las paredes, mezcladas con fragmentos de carne y huesos. Los gritos agonizantes de los invitados habían sido reemplazados por un horrible silencio, roto solo por el sonido de su propia respiración acelerada.

Se arrastró por el suelo cubierto de sangre, sus manos temblando mientras intentaba levantarse. El suelo era resbaladizo bajo sus pies, cada paso que daba lo hacía sentir como si estuviera atrapado en un sueño espantoso. Sus zapatos estaban impregnados con la sangre de sus amigos, y el olor metálico lo hizo vomitar, su estómago revuelto contra el terror.

En medio del caos, la risa de Srollad Field resonó. El chico rubio estaba parado cerca, observando a Tobey con una fría indiferencia y un placer malévolo. Cada risa que escapaba de sus labios era como un cuchillo que se clavaba más profundo en el ya doloroso corazón de Tobey. La cruel diversión de Srollad Field parecía no tener límites.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Srollad con una sonrisa que se estiraba por su rostro, el brillo cruel en sus ojos inyectados de una cruel diversión.

Tobey no contestó. Sus lágrimas corrían incontrolables por su rostro. Cada gota de sus lágrimas se mezclaba con la sangre en el suelo, haciendo que la escena se volviera aún más grotesca. Se levantó tambaleándose, su cuerpo temblando de terror y agotamiento.

—¡Ayúdame! —gritó Tobey, su voz quebrándose en un grito desgarrador. La desesperación le hacía perder la voz, y sus gritos se transformaban en sollozos incoherentes—. ¡Por favor, alguien, ayúdame!

Sin embargo, sus súplicas se perdieron en el vacío de la sala. La habitación parecía haberse convertido en una prisión de terror, cada rincón lleno de las sombras de los muertos y el eco de la desesperación.

Srollad Field se acercó lentamente, cada paso resonando como un eco siniestro en el suelo. Su risa se intensificó, mezclándose con los gritos y sollozos de Tobey. Observaba el sufrimiento con una curiosidad cruel, como un entomólogo estudiando un insecto atrapado en una telaraña.

—Vamos, Tobey —dijo Srollad con un tono que era a la vez burlón y siniestro—. ¿No quieres intentar escapar? Es lo único que te queda. ¿Creías que podría dejarte salir fácilmente?

Tobey, temblando, comenzó a correr hacia la puerta. La sala parecía interminable, cada corredor y habitación se extendían como un laberinto interminable. El hotel, un complejo de más de doscientas habitaciones, había sido siempre un refugio de lujo para su familia. Ahora se había convertido en un escenario de horror.

Cada vez que giraba una esquina, se encontraba con más habitaciones decoradas con lujosas alfombras y muebles elegantes, ahora manchadas de sangre y fragmentos humanos. El eco de sus pasos resonaba en el vasto hotel, amplificando el sonido de su desesperación.

Corrió por un pasillo interminable, sus manos golpeando las puertas en un intento frenético por abrirlas. Cada puerta se cerraba con un golpe seco, como una prisión inescapable. Sus gritos se volvían cada vez más desesperados, mezclándose con las maldiciones que balbuceaba en su pánico.

—¡Maldita sea, maldita sea! —exclamó Tobey, su voz entrecortada y llena de furia—. ¡¿Por qué haces esto?!

Srollad Field seguía su rastro, su risa constante y cruel resonando en el eco de la noche. Se movía con una tranquilidad inquietante, disfrutando del espectáculo mientras Tobey se adentraba cada vez más en el laberinto de su pesadilla.

—¿Por qué? —preguntó Srollad en voz alta, casi como si estuviera hablando consigo mismo—. Porque puedo. Porque es divertido ver cómo te retuerces. Porque ver la desesperación en tu rostro es la mejor parte.

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⏰ Última actualización: Sep 13 ⏰

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