𝟵

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— No grites, soy yo.

El sujeto le arrastró hasta el espejo ovalado en la entrada de la habitación, con la intención de que viera su identidad, pero era algo que no hacía falta. Aunque su voz familiar le hubiera tranquilizado al decir aquellas palabras, chillar auxilio no le hubiera servido de nada cuando los hombres de Sentenza estaban en otras habitaciones del hotel.

Eryx vestía un jersey oscuro que destacaba su pálida piel, aferrándose a la parte inferior de su rostro, que soltó poco a poco, liberándole de su agarre. Al hacerlo, Ailén se separó de él y del espejo, mirándole como a un fantasma capaz de atravesar paredes. La puerta del dormitorio estaba perfectamente cerrada y la cerradura no parecía forzada.

— Te he llamado más de seis veces. ¿Qué estás haciendo en Dagta?

Por su tono de voz con aversión parecía molesto y esperando una respuesta lógica para responder qué hacía allí donde estaban, sin un motivo aparente. Ailén se cruzó de brazos por tener que dar explicaciones sobre su vida privada a alguien que apenas conocía, solo por tener más autoridad que ella. Tanto, como para entrar en su habitación sin permiso ni invitación, si es que eso, según pensó Ailén, era legal.

— Qué más te da.

— No me compliques más el trabajo, Dábalos. No con la mafia.

— Les conozco, en cambio a ti, no.

— Ah, les conoces. ¿Sabes que llevan la red de drogas más grande de las tres zonas, que están asociados a un negocio de armas y que hacen desaparecer personas todas las semanas?, ¿eso conoces?

Ailén dejó caer sus brazos a ambos lados de su cuerpo, soltando un suspiro. Quería evitar tener que pasar por ese tema, porque se imaginaba que el negocio de droga de Sentenza iba más allá que repartir gramos a un par de chicos de Almas y blanquear dinero en la casa de apuestas. Sin embargo, ella no había participado en eso, ni tenía intención de hacerlo. Además aceptar un trabajo siguiendo todas las pautas legales no era algo para tener que preocuparse.

Eryx dio un paso adelante hacia donde ella estaba, pero se contuvo de ir más allá, respetando el espacio que antes había invadido.

— Escúchame bien, si entras aquí no podré sacarte. No estoy autorizado. Y no puedo dejar que estés en peligro.

— Tengo que trabajar para ellos. Necesito saber qué pasó con mi hermano. Ya que vosotros no hacéis nada, tendré que hacerlo yo.

— No puedo decirte todavía nada, pero hay algo. Si obstruyes la investigación por meterte donde no debes...

— Dime qué sabéis o voy a Sentenza y le cuento que hay un policía en mi habitación.

— Mi deber es protegerte, no investigar el caso. ¿No me escuchas?

— Sé que sabes algo. Has estado dejándome pistas. He visto mi gorra, podías haber dejado una nota diciendo que dejase la puerta abierta al entrar. ¿Acaso me necesitabas como excusa aquí para entrar?

— ¿De qué gorra hablas?

Por la expresión confundida de su rostro, Eryx realmente no tenía idea de lo que estaba hablando, o sabía ocultarlo bien. Ailén se quedó callada, pensando en quién podía haber sido la persona que había encontrado su gorra en el asfalto de Almas y había viajado todo el camino hasta Dagta antes que ella para devolvérsela. Era un acto de bondad extraño por parte de un desconocido, fuera quien fuese.

— No te entiendo, pero seguro que podemos llegar a un acuerdo. Tú comparte conmigo todos los planes que se te ocurran y sé todo lo cuidadosa que puedas, y yo, a cambio, te contaré lo que averigüe sobre tu hermano. Puedes fiarte de mí, no voy a mentirte.

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