𝟮𝟲

17 2 0
                                    

Un minuto de reloj después de que se marcharan, la secretaria de Tracer apareció corriendo por la misma dirección en la que ellos habían huido. Ailén se mantuvo alerta al principio, pensando que habían tenido la audacia de volver para hacerles daño, y se puso en guardia hasta que vio su rostro más cerca, Al reconocerle bajó las manos en puños y deshizo su posición de pelea. Se puso sus pantalones vaqueros y luego buscó la chaqueta en el suelo. La recogió y limpió con su mano la suciedad antes de ponérsela por encima de los despojos de su ropa.

— ¿Estáis bien?— Preguntó al llegar.

Cesia se fijó en la camiseta rota de Ailén y las salpicaduras de sangre en la ropa de Tracer, así como sus puños rojizos. Este respiraba entrecortadamente y no quitaba su vista de Ailén, siguiéndole con la mirada. Solo asintió para dejarle más tranquila.

— Ya lo he pagado todo. Podemos irnos.

— Voy a dejarle en Sagta,— le dijo Tracer señalando con la cabeza a la chica— adelántate tú.

La guardaespaldas les echó un último vistazo, sin estar muy convencida de lo que les había ocurrido para acabar así, y pensó que habían tenido una pelea muy fuerte de la que habían salido los dos más parados. Haciendo caso a su joven jefe, un poco a regañadientes de que le diera órdenes delante de la chica que le estaba jodiendo la vida, según pensaba ella, se fue para dejarles allí solos y que solucionaran sus problemas.

Ailén, que había permanecido callada, se sorbió los mocos con la manga, dándose cuenta de le salía un fino hilo de sangre de uno de sus agujeros. Sin miramientos por su nariz, se la limpió evadiendo el dolor.

— ¡No! No... llévame a casa.

— Lo que quieras.

Tracer se agachó para recoger la pistola y guardarla dentro de sus pantalones cargo. Después se puso de pie y le dio un abrazo, pasando sus dedos delicadamente por su pelo y apoyando su cabeza en el hombro. Ailén puso cara de disgusto y le apartó de un empujón, sintiéndose débil entre los fuertes brazos del chico.

— Suéltame, coño. Estoy bien.

Ailén no quería su compasión por lo que había pasado, quitándole importancia de encima como si así pudiera olvidarse de lo que había ocurrido y de lo que le podía haber ocurrido si él no le hubiese ayudado. Pero en el trayecto en moto por Almas para llegar a su casa, se deshizo en la parte de atrás de la moto del motorista. Lloró, dejando que las lágrimas recorrieran sus mejillas en vertical hasta desaparecer con el viento. Tracer acarició su mano, abrazada a su cintura, cuando paraba la moto en los stops o los semáforos en rojo. Aquello le hacía sollozar más, pero se sentía reconfortada al mismo tiempo y no podía negarle un poco de cariño en ese momento, cuando lo necesitaba.

Al llegar al edificio redondo, Ailén se secó el resto mojado de sus lágrimas y Tracer le acompañó adentro.

En la entrada, a través de la ventanilla, pudieron ver al nuevo portero de control, un señor de mediana edad que les saludó. Al mirar a Tracer pareció extrañado, como si le hubiera reconocido, pero él no le prestó atención y subieron escaleras arriba. Era la primera vez que él regresaba al que había sido su hogar después de años. Sus ojos se movían muy rápido hacia todas partes, rememorando los detalles que tenía olvidados. Le señaló un graffiti, entre los muchos que habían, que había hecho años atrás con su firma de Ícaro. Era como revivir un sueño lúcido pasado.

Al llegar a su piso, con la respiración agitada después de haber subido 14 pisos, caminaron hasta su puerta.

— Gracias por ayudarme. Voy a descansar un poco.

𝗧 𝗥 𝗔 𝗖 𝗘 𝗥 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora