Cuando el sol estuvo en su momento más brillante, Ailén apagó todas las velas de la habitación.
Vera esperó a Rubi en el corredor mientras hablaba en privado con ella. Ninguno de sus invitados escuchó la propuesta que la morena le propuso, para que la pensase atentamente. Después, ellas se pusieron en marcha y Ailén se quedó con la última vela entre las manos, cuya llama estaba a punto de extinguirse. Dejó que lo hiciera encima de la mesa, entonces vacía.
Fue a la cocina para abrir el congelador y coger unos cubitos de hielo. Los envolvió en un viejo trapo y lo ató de los extremos.
Al volver al comedor, le entregó a Eryx el paño, el cual encontró sentado y abatido en el sofá de su abuela.
— ¿Podemos hablar?
— ¿Qué pasa?
Ailén parpadeó sorprendida. Si iba a regañarle por alguna cosa que había hecho, como haber hecho tratos con la mafia de Sentenza o haberse puesto en peligro al separarse de su lado, esperó que fuera rápido. Porque, aunque asumía la culpa de lo que había hecho, también pensaba que no había cometido un fallo si al final todo aquello valía para reencontrarse con Yael.
— Quería disculparme contigo. No lamento haber entregado el dispositivo, no es eso. Te he fallado dos veces. Por mi negligencia te han secuestrado y has corrido peligro cuando yo debí protegerte y evitar que eso ocurriera.
Su culpa le dejó, más que sorprendida, inquieta. Normalmente era a ella a quien reñía por no acatar sus órdenes, pero nunca asumía su negligencia cuando las cosas salían mal por su parte.
Ella se arrodilló a sus pies con un suspiro, le quitó el trapo de la mano y se lo colocó en la mejilla. Él se dejó cuidar, tirándose hacia adelante y agachando la espalda, para sentir la calidez de su tacto en contraste con el frío del hielo.
— Está bien. Te perdono.
Eryx se apartó con una mueca cuando Ailén dejó demasiado tiempo el paño en una zona.
— No. Está mal y me han degradado. Quería que lo supieras.
— ¿Qué?
El policía tragó saliva y bajó la mirada, encogido. Ailén lo vio, por mucho que Eryx tratara de ocultar su tristeza.
— Ya no estoy en protección de testigos. Te asignarán otra persona y–
Cuando Ailén escuchó esa primera frase, fue suficiente para abrazarle. Rodeó con sus brazos el torso del chico y apoyó su cabeza a la altura de la barriga, donde escuchaba su corazón asustado latir con fuerza. No le dejó terminar de hablar porque pensaba que si lo hacía, Eryx rompería a llorar. O quizá sería ella, si continuaba viéndole de aquella manera.
— Es culpa mía. ¿Qué pasará contigo?
Él se quedó en la misma posición, probablemente, asimilando que ya no podrían verse más y que solo tenían aquellos momentos para ellos solos y nadie más en el universo.
— Ahora estoy en otra unidad. Me han trasladado a Dagta.
— ¿Cuando te irás?
— Cuando se cierre el caso.— Dejó de hablar un momento para recuperar la serenidad y poder continuar sin que le temblara el labio inferior, en un esfuerzo involuntario por retener las lágrimas de sus ojos.— ¿Sabes por qué soy tan estricto, conmigo y los demás? Este trabajo es lo más importante para mí. Es todo lo que tengo, de lo que me siento más orgulloso. Costó tanto, tanto llegar hasta aquí.
Ella le abrazó con más fuerza, hundiéndose en su camiseta con olor a suavizante de flores blancas, y no quiso soltarlo. En respuesta, su mano larga y blanquecina se posicionó en el pelo de Ailén, acariciando sus mechones rubios.
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𝗧 𝗥 𝗔 𝗖 𝗘 𝗥
Dla nastolatkówAilén vive en los suburbios de la ciudad, en un edificio redondo situado en el peligroso barrio de Almas, donde los rechazados por la sociedad son agrupados y aislados del resto. Yael, su hermano mayor, desaparece por un problema de drogas, viéndose...