𝟮𝟯

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Hacía más calor que otras noches de enero, pero decidió cubrir su pelo con su gorra amarilla para que no se viera la raya oscura de pelo que crecía desde la raíz. Se retiró los mechones detrás de las orejas antes de salir del portal y tragó saliva, algo nerviosa.

Al otro lado no había nadie.

Miró a su alrededor, preguntándose si se lo había imaginado de alguna manera y Tracer seguía en Dagta, donde le había visto por última vez. Desde luego, aquello era lo más lógico que pensar. Pero sabía que Tracer controlaba los juegos mentales como quería y podía hacer ver a las personas lo que él quisiera que vieran, como el reflejo de un talentoso motorista resbalar de su moto en plena pirueta o la máscara de un chico socialmente inalcanzable. Por ello, no se sorprendió cuando este apareció entre las sombras, mirándole fijamente.

— ¿Qué haces aquí?

— No me diste las gracias por la gorra.

Tracer guardó sus manos dentro de su chaqueta, dejando caer los hombros.

— ¿Fuiste tú?— Se pasó una mano por la tela en su cabeza.

— Me la encontré cerca de un túnel en Almas. Estuve por la zona por negocios y quería recordar cómo era. Nunca fui a pensar que me ibas a dejar una pista.

— No fue a propósito, se me cayó.— Entrecerró los ojos.— Pero no te vi en el hotel cuando la encontré.

— Mandé a Cesia para que te la diera. Nadie podía verme.

Ailén recordó a la misteriosa mujer de rojo que leía el periódico, donde había encontrado su gorra. Memorizando su rostro, la comparación era igual al de Cesia: prominente frente, ojos fieros y labios carmín.

El ruido de una joven pareja, unos años más mayor que ellos, pasando por su calle, les hizo distanciarse. Ambos permanecieron en silencio hasta que se marcharon, cuando Tracer se adelantó para cogerle de la mano y darle algo que llevaba guardado en el bolsillo. Ailén cogió la caja entre sus manos, sin abrirla. Era el envoltorio de un móvil de última generación de color azul. Había visto anuncios de este en la televisión y en los grandes carteles digitales de Dagta, pero tenían un precio inalcanzable para ella.

— El otro día... no quise pelearme contigo. Te he comprado esto para poder hablarte cada vez que cambies de región, que no es poco.

— ¿Cuánto cuesta?

— No es nada para mí. Acéptalo.

Ailén lo sacó de la caja, viendo lo brillante y limpio que era en comparación con su viejo y perdido teléfono, donde quiera que estuviera. Se lo guardó en el bolsillo de su pantalón, sin saber cómo sentirse al respecto, pero realmente lo necesitaba y no estaba en condiciones de negárselo. Él soltó una media sonrisa al ver que le hacía caso, sin insultarle o refunfuñar, y se acercó unos pasos con cautela. Ailén le vio hacerlo, pero no se retiró hacia atrás, por lo que Tracer continuó acortando su distancia. Los dos terminaron uno frente al otro, subidos a la acera.

— Ailén, sé que hay cosas que hice mal, pero tú fuiste la primera. Fui feliz con todo lo que pasamos, en cada lugar, a tu lado. Supongo que probablemente hubieron cosas que no me salieron bien en su momento, pero todavía pienso en ti cada vez que alguien menciona Almas...

Tracer llevó una de sus manos al pelo de Ailén, rozando su oreja y su cuello. El aliento abandonó su garganta con un pequeño suspiro. Un escalofrío eléctrico recorrió su espalda, advirtiéndole del peligro, pero no tenía miedo de lo que venía a continuación.

— ... o Ragta...

Relajó su rostro, a punto de cerrar los ojos, viendo cómo el chico se inclinaba hacia adelante y bajaba el tono de su voz, susurrando.

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