𝟭𝟯

16 2 0
                                    

Para su sorpresa, el chico se río, relajando su cuerpo. Ailén pensó en si había estado en tantas situaciones en las que su vida peligrara que no sentía nada, pero aquello era imposible viviendo en Dagta, la zona más segura. Si como le había dicho Rubí se había vuelto completamente loco, no podría sacarle ninguna información valiosa.

— Ah, ya... Quieres sacar pasta sobre eso. No sé qué más podrías venderle a la prensa a parte de lo que ya saben que les he contado. Puedo darte el color de mis calzoncillos o la marca del desodorante que uso. Pero hoy no llevo ninguna de las dos cosas.

— ¿Qué?

Ailén se quedó tan confundida por lo que acababa de decir que relajó la empuñadura de su mano para acercarse un poco e inhalar el aroma que desprendía la ropa de la otra persona. Se quedó algo más tranquila cuando olió los restos apagados de naranja y un distintivo olor a limpio que no podía reconocer.

— Me has pillado en medio de algo.— Bromeó detrás de la máscara.— Oye, si vas a continuar así y voy a morir. ¿Puedes decírmelo para darte mi última voluntad? Suelta el cuchillo...

Estaba tan cerca de él que pudo notar cómo sonreía por debajo del pasamontañas negro, que no dejaba ver ni un aspecto de su rostro ni su cabello. Con su mano derecha, Tracer lo cogió del extremo, pegado a la parte superior de su cuello, y lo fue tirando hacia arriba poco a poco. Primero descubrió su barbilla, afeitada, y luego su mandíbula ligeramente marcada. Unos centímetros más, y ahí se encontraban sus labios, que se curvaban hacia un lado.

El cuerpo de Ailén sintió una atracción hacia las reveladoras facciones que le hizo ponerse más nerviosa de lo que esperaba, sintiendo que la dureza de su posición sobre el chico se iba volviendo más frágil. Notaba cómo el mango del cuchillo se le deslizaba del agarre de su mano, alejándose hacia el suelo hasta, probablemente, caer. Pero no le importaba en absoluto, se le había olvidado lo que había ido a hacer.

Tracer bajó su mano al reposabrazos cuando el pasamontañas llegó a la punta de su nariz, delimitando hasta ahí la revelación. Su cabeza se inclinó hacia adelante, donde estaba Ailén, que parpadeó confundida y se echó un poco hacia atrás, al límite de caer al suelo, arrodillada sobre el borde del sillón.

De pronto notó que el cuchillo se estaba moviendo solo por milímetros lejos de su mano y dirigió la vista hacia allí, justo para ver cómo la mano libre y escondida de Tracer se lo estaba quitando.

Ailén se sintió engañada y se apartó del chico, poniéndose rápidamente de pie con hastío. Le era indiferente si ya no tenía el cuchillo en sus manos porque Tracer se lo hubiera robado. No podía ver sus ojos pero estaba segura de que estaba disfrutando arrogantemente de su táctica de distracción mientras bajaba la cabeza hacia el cuchillo plateado para examinarlo entre sus dedos.

— Lo siento, pero no todos tienen la suerte de poder ver parte de mi preciosa cara.

Ailén le miró con frustración, mordiéndose el labio inferior.

Con eso no le bastaba.

— ¿De verdad no sabes quién soy?

— ... ¿una fan? ¿Mi casera? No sé, estoy mareado.

— Qué decepción. Hasta has olvidado cómo pelear. Podía haberte matado.

— Tu voz... ¿por qué suena así?

Tracer guardó el cuchillo dentro de uno de los bolsillos de su desabrochada chaqueta.

— ¿Cómo?

Ella dio un paso hacia adelante, con un poco de esperanza que iluminó por un segundo sus ojos. Si Tracer era capaz de reconocerla, podría entender por qué motivo buscaba a su hermano y por qué se había tomado tantas molestias en llegar hasta él. Si realmente estaba escuchando su voz como decía, sabría que Ailén no había cambiado en absoluto, más allá de su ropa y el color de su pelo. Reconocerla sería mucho más fácil que reconocerle a él.

𝗧 𝗥 𝗔 𝗖 𝗘 𝗥 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora