𝟯𝟯

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El extraño de Tracer se había convertido en su conocido Marco solo por aquella noche y, aunque eso no impugnaba lo que había hecho mal, Ailén decidió dejarse llevar.

Atraídos por una fuerza mayor, él alargó el brazo para darle un golpe al botón de cerrar las puertas y la volvió a besar con más intensidad. La luz a su lado se desvaneció con el ascensor, sumiéndoles en la oscuridad. Las manos del chico tocaron su cuerpo por primera vez de una manera contraria a la inocencia que solía conocer.

Los cuerpos colisionaron contra la pared, tirando la lámpara al suelo, cuyo cable se desconectó del enchufe y se apagó. A ninguno de los dos les importó. De hecho, parecía que no se habían dado cuenta.

Marco cogió el rostro de Ailén con las manos y deslizó su lengua entre los labios de la chica. La piel de ella se erizó y reaccionó enredándose en él, seductoramente. Las manos de Ailén buscaron a tientas los botones de la camisa, subiendo por su musculoso abdomen. Le costó desabrocharlos de uno en uno por los nervios. Marco emitió un pequeño gruñido de molestia con su ropa y le cogió las palmas para que parase. Relevándole, agarró los dos lados de la camisa semi–abierta y arrancó los botones negros con ansia, para volver a pegarse a la chica, sin dejar que un poco de aire pasara entre ellos.

No supieron cómo ni cuánto tardaron en llegar al dormitorio desde la sala, pero cuando lo hicieron, ya estaban en ropa interior.

Marco pasó antes que ella para apartar la maleta de encima de la cama. Entonces Ailén tuvo un tiempo para examinarse y comprobar que todo estuviera bien, pero se dio cuenta demasiado tarde que tenía un agujero notable en el calcetín izquierdo. Rápidamente, y esperando que él no lo hubiera notado, colocó el otro pie encima justo cuando él se giró hacia la cama.

— ¿Pasa algo?

— N–no. Nada.

— ¿Seguro?

Ella se pasó una mano por la frente y el pelo, apartando lentamente el pie para revelar su pequeño secreto. Marco miró directamente a sus pies, con una ceja alzada. En cuanto vio lo que era, puso los labios en una fina línea, cruzándose de brazos para evitar reírse. Ailén se puso roja y se quitó los calcetines, echándolos a un lado de la habitación.

— No tenía planeado esto, ¿vale?

Aunque Ailén lo había dicho a la defensiva y evitaba mirarle a los ojos, a Marcos le daba exactamente igual un detalle tan pequeño como aquel y sus mejillas sonrojadas solo hacía que la deseara aún más. Nada le detenía de cogerla allí mismo y hacerla suya, pero estaban a tres pasos de la cama y decidió seguir probando su paciencia desde que la había besado.

Se sentó con una aspiración en la cama y fingió tranquilidad, dando una palmadas al colchón.

— Ven.

Ailén tragó saliva, dudando sobre si sentarse a su lado o quedarse en pie. Al ver cómo no le hacía caso, Marco giró la cabeza con una sonrisa tediosa y se mordió la lengua con los dientes. Al levantarse y verle caminar hacia ella, el corazón de Ailén se aceleró como el motor de una moto, resonando en sus oídos.

Él la envolvió con sus brazos y la levantó con facilidad, a pesar de que medían más o menos igual. Antes de que Ailén pudiera sujetarse en el cuello del chico, este la dejó caer, tumbada sobre la cama. Luego apoyó una rodilla en el colchón y se inclinó hacia ella, quedando tan cerca que sus respiraciones se volvieron una, a pesar de que la de Marco era mucho más audible.

— Aún puedes fugarte, pero si te quedas...

Estiró su brazo para ponerlo entre las piernas de Ailén, que se cerraron involuntariamente a su tacto, para que su mano no se moviera de allí. Marco sonrió maliciosamente, enseñando los dientes superiores.

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