𝟭𝟱

18 2 0
                                    

Todo lo que esperaba Ailén desde hacía ocho horas atrás, era ver las mismas cuatro paredes de su empapelada habitación de hotel, así que salir a la calle, aunque fuera a espaldas de su jefe, era algo que sin dudarlo, agradecía. Antes de salir se había colocado su gorra amarilla en la cabeza para protegerla del frío, pero aún así sus mejillas seguían sintiéndolo.

Eryx le llevó caminando por las ajetreadas calles hasta una parada de metro escondida al final de dos avenidas y compró un billete para los dos en una de las máquinas mientras ella esperaba detrás de él.

— ¿No tienes coche?

— No, utilizo el de policía, pero no está aquí. Vengo siempre en tren.

— Genial.

El chico del abrigo le miró con los ojos entrecerrados y le tendió su billete, apartando bruscamente el brazo cuando ella lo cogió. Ailén le dedicó una sonrisa divertida. Luego cogió el metro cuando las puertas se abrieron, sin mirar atrás por si ella seguía su paso o no. Ailén estaba acostumbrada a usar el transporte público todos los días, así que cuando las puertas se cerraron y el vehículo se puso en marcha, ya estaba dentro y sentada en uno de los asientos vacíos. Eryx se mantuvo de pie a su lado durante el corto trayecto, de cuatro paradas, a pesar de que el vagón iba medio vacío.

Cuando salieron del metro, los edificios habían cambiado y ya no se encontraban en el centro de la ciudad. Justo frente a ellos había un enorme estadio redondo alzándose entre el resto de edificaciones. Carteles digitales de varios metros estaban colgados en el exterior y anunciaban la Copa que se celebraría a la noche siguiente. Ailén se impresionó al verlos, sobretodo en los que se veían las siluetas de los competidores de otros años volando en el aire a metros de altura.

Eryx le indicó con su mano que debían continuar y se adentraron dentro del gigante, pasando por debajo del gran arco de su entrada. Allí enseñó a una mujer de mediana edad detrás de la taquilla su identificación, que le dejó pasar al instante, sin necesidad de preguntar nada. Ailén le siguió por unas anchas escaleras que daban al interior de la gran plaza. El sol iluminaba levemente el interior, que deslumbró su vista al llegar al último escalón y tuvo que parpadear varias veces para adaptarse al cambio de luz del exterior.

Desde la tercera grada, en lo más alto, se podía admirar la enorme capacidad que tenía la plaza. Podía albergar a más de 30.00o personas en aquellos asientos. Vio a algunos trabajadores por debajo de ellos preparando la arena para la competición, limpiando los pasillos o comprobando que todo estuviera bien antes del gran evento.

— Esto es un estadio... nunca había estado en uno.

— Aquí se celebrará la Copa Dagta mañana. Supongo que es inevitable pedirte que te quedes en el hotel, así que si quieres colaborar con nosotros, tendrás que hacerlo bien.

— Haré lo que me digáis, lo prometo.

Desde allí arriba, Ailén se sentía poderosa y decidida, como si fuera la reina de aquel lugar en el que no había estado antes. Las piernas no le temblaron por la altura ni la imagen mental de ver el estadio repleto de personas y, entre ellas, a Kiles escondido como una rata entre la multitud. Estaría dispuesta a colaborar en lo que hiciera falta con la policía para darle caza. Quería formar parte de algo más grande que ella.

Se fijó en una caja acristalada que sobresalían entre una de las gradas del medio del estadio. Por el reflejo del sol cegador no pudo ver su contenido con claridad, además de que parecían estar tintados por su opacidad. Quiso preguntarle a Eryx qué era pero el sonido de su móvil le interrumpió. Este se apartó un poco para dejarle responder con tranquilidad, pero Ailén no tenía ganas de hablar con nadie.

𝗧 𝗥 𝗔 𝗖 𝗘 𝗥 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora